Sunday, July 28, 2013

Vuelta al terror químicamente puro.




El año pasado cuando comentábamos la película “La mujer de negro” hablábamos de cómo este título parecía anunciar una vuelta a los postulados clásicos del cine de terror después de años de variaciones extravagantes, importación y adaptación de estilos de otras culturas y experimentos auto referenciales.

Posiblemente resulta atrevido presuponer cambios de tendencias en un mundo tan variado y complejo como el cine de terror pero la abundancia de remakes de películas originales de la segunda gran época del cine de género (finales de los sesenta y principios de los ochenta), el aparente agotamiento de las fórmulas antes mencionadas y el estreno de títulos como el anteriormente señalado y el que hoy nos ocupa así parece indicarlo.

“The conjuring” (titulada en España “Expediente Warren”) narra una historia que se presenta como basada en hechos reales (el grado de fidelidad es, como de costumbre, algo que no debería inquietarnos) y desarrollada precisamente en mitad de esa época histórica antes mencionada donde por añadidura el estudio de fenómenos paranormales adquirió una especial relevancia lejos del cariz de materia prima para “reality shows” que tiene hoy en día.             

Patrick Wilson y Vera Farmiga interpretan a los Warren, un matrimonio de parapsicólogos que estudian todo tipo de sucesos extraños, algunos de los cuales son capaces de explicar de forma lógica y otros que califican como obra de entidades demoníacas en consonancia con sus fuertes convicciones religiosas (y católicas). Cuando la pareja de investigadores es requerida por una familia afectada por una manifestación especialmente virulenta de estos entes malignos, se encontraran con algo que jamás habían visto antes y que además llegará a afectarles de forma personal.
“The Conjuring” es, como ya se ha adelantado, un filme clásico de fantasmas y posesión diabólica y cuenta con todos los elementos que el espectador consciente desea encontrar como son un enfoque serio del argumento; un guión estructurado un principio, un nudo y un desenlace bien definidos (algo que el cine moderno –y no sólo el de terror- parece haber olvidado, sobre todo en lo relativo al primero de estos tres tiempos) y abundancia de buenas escenas de tensión ausentes de cualquier ánimo de truculencia. Y por supuesto sustos a mansalva.

Desde luego “The Conjuring” es inferior a las muchas películas que homenajea de forma directa o indirecta (“Poltergeist” y “El exorcista” podrían ser las referencias más evidentes pero hay muchas otras y algunas verdaderamente sorprendentes) y también adolece de algunos defectos como son la poca entidad de sus actores masculinos (el ya mencionado Patrick Wilson y el insulso Ron Livingston), sobre todo si los comparamos con las réplicas que les dan Vega Farmiga y la gran Lili Taylor. También hay que mencionar cómo la cinta baja bastante en ritmo e interés a medida que los espantos se van materializando aunque hay que decir que casi ninguna película del género se libra de este inconveniente. Por último mencionar que tengo la sensación de que al director se le va la película de las manos en el tramo final donde el argumento se vuelve un poco loco. Aunque no tanto como en “Insidious” dirigida curiosamente por el mismo James Wan que firma “The Conjuring” y  que curiosamente también es el autor de la primera “Saw”, y el hecho de que esta vuelta a los postulados del pasado este firmada por el mismo hombre que entregó uno de los títulos emblemáticos del nuevo cine de terror de principios de siglo, y que ahora parece estar ya dando muestras de agotamiento, resulta de lo más simbólico.

Que ustedes lo pasen mal.




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Wednesday, July 24, 2013

Please Standy By

Una serie de circunstancias que llevaría mucho tiempo explicar me ha llevado a este insólito silencio blogueril. Pero sepan que no les he olvidado y que les tengo presentes en mis oraciones.


Monday, July 08, 2013

UNA PIEZA INACABADA PARA PIANO MECÁNICO.

Sin spoilers.

Giuseppe Tornatore hizo en 1988 una película que vio todo el mundo y posteriormente prosiguió su carrera haciendo muchas otras películas que no ha visto nadie o que al menos no han dejado tanto recuerdo como aquel “Cinema Paradiso” (película que por cierto considero que no resiste un segundo visionado).

Una buena crítica de Carlos Boyero en “El País” (al margen de la ausencia de alternativas en la asolada cartelera veraniega y de una serie de rocambolescas aventuras extra cinematográficas) me llevó a ver esta película pese a que considero al cara-crater mi anticrítico particular, pero leyendo de forma lateral dicha crítica encontré en ella un tono bastante alejado del empalagoso y millan-astrayanesco habitual así que decidí darle un chance a la película. Tras verla no obstante la considero un ejemplo preclaro de talento insuficiente tanto en el guión como en la dirección. Intentemos explicar por qué.

“La mejor oferta” es la historia de Virgil Oldman (Geoffrey Rush), solitario y maniático anticuario (su misantropía le impide incluso tocar nada ni a nadie si no tiene puestos sus sempiternos guantes) que ha decidido sustituir el contacto humano por el de los objetos. Cierto día Oldman recibe la llamada de una mujer que insiste en que dirija la tasación y subasta de una casa antigua que acaba de heredar, un encargo insólito que además contiene el misterio agregado de que la mujer se niega a mostrarse ante el hombre del que suplica su ayuda.

La película tiene un arranque ágil e interesante, pero a medida que la trama avanza se empiezan a notar bastantes defectos como el de una mala planificación de las escenas (discontinuas, de duración excesiva y en ocasiones incluso redundantes) y unas interpretaciones bastante desatadas (incluyendo al gran Geoffrey Rush que parece aquí un cruce entre lo más histriónico de David Helfgott y el Capitán Barbossa por no hablar del horrible Jim Sturgess capaz de joder cualquier producto en el que aparezca su cara de memo). No obstante hay que reconocer que el interés se mantiene durante un buen rato en base a la simple y pura intriga por saber qué es lo que de verdad se oculta tras la indescifrable trama, sin embargo a medida que esta empieza por fin a desvelarse se muestra al final como algo demasiado enrevesado y absurdo como para ser tenido en cuenta. Y no es que la historia del cine no esté llena de argumentos a los que se podría objetar lo mismo (posiblemente todos ellos), por ejemplo en “Vértigo” (que menciono porque algunas críticas han establecido comparaciones entre ambos filmes), pero el secreto está precisamente en transformar, por medio del talento cinematográfico, dichos argumentos intragables en algo que logre en el espectador eso que se conoce como “suspensión de la incredulidad”, pero si a una historia inverosímil se le une una labor de guión y realización (dos trabajos que en este caso son desempeñados por la misma persona) defectuoso el resultado es una película que interesa a ratos pero que al final hay que tirar al cubo de basura de la memoria. Destaca no obstante un hermoso epílogo que hubiera merecido más suerte que el hecho de estar acompañada de más de dos largas horas de despropósito.                
  


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Monday, July 01, 2013

VEINTE AÑOS NO ES NADA.














Tercera entrega (si exceptuamos la intervención de Jesse Y Celine en la fascinante aunque desconocida “Waking Life” dirigida también por Richard Linklater) de una serie de filmes que constituyen un experimento cinematográfico que sólo encuentro comparable con el que llevo a cabo Francois Truffaut y su alter ego Atoine Doinel a lo largo de veinte años. No se trata pues de una saga de películas al estilo de las de súper héroes o de una narración sobre el reencuentro de unos personajes al cabo de los años  sino más bien de una deliberado análisis de las circunstancias por las que atraviesa un hombre y una mujer de vida corriente a lo largo de periodos de tiempo espaciados por aproximadamente una década. 






El segundo episodio de la historia de estos dos personajes –el que tenía lugar en Paris nueve años después del primer encuentro en Viena- terminaba con la incógnita de si los dos amantes ocasionales proseguirían con sus vidas por separado o decidirían en esta ocasión seguir juntos. Dicha incógnita se desvela en esta tercera entrega cuando vemos que Jesse y Celine han mantenido en este nuevo lapso de tiempo una relación que incluye el haber sido padres de dos niñas. Así pues el principal desafío de “Antes del anochecer” reside precisamente en contar, con los mismos protagonistas, una historia diferente a los encuentros puntuales que se narraban en las dos primeras películas (una situación mucho más agradecida a la hora de desarrollar el argumento) y optar en esta ocasión por un análisis de la vida en común de los dos personajes, aunque contando de nuevo con el marco geográfico extraño que contribuye asimismo a dinamizar  la acción y que esta vez se corresponde con una ciudad del sur de Grecia donde la pareja está pasando el verano.



Otra novedad con respecto a las dos películas previas (que tenían un devenir uniforme a lo largo del breve tiempo y del reducido espacio en la que tenían lugar) es que en esta tercera todo el argumento parece girar en torno a una escena que ocupa el centro y la conclusión del metraje, todo lo que ocurre hasta que llega ese momento parece pensado para encajar en el diálogo que tiene lugar entonces.

Lo malo es que la preparación del mencionado clímax de la película esta dominada por una serie de prolongadas escenas que incluyen un viaje en coche, un fracasado intento de emular las celebres escenas corales de Eric Rhomer (¿A qué parece fácil plantar la cámara delante de un grupo de gente hablando? Pues no lo es) durante el cuál pensé seriamente en abandonar la serie (también algo desanimado por el hecho de tener que ver la película doblada todo sea dicho), y un paseo a pie que al menos permite contemplar algo de la ensoñadora geografía de Kardamili Messina donde tiene lugar el rodaje. Pero estas malas sensaciones se disipan cuando la película se sitúa exactamente donde quería su realizador, con los dos personajes encerrados en una habituación de hotel y repasando las circunstancias de su historia en común y los desafíos  a los que se enfrentan en el presente (Jesse quiere volver a Estados Unidos para estar más cerca de un hijo fruto de un anterior matrimonio y Celine quiere permanecer en París), un ejercicio que por lo general suele venir cargado de toda clase de amargos reproches mutuos. Es esta escena con sus vibrantes y agudos diálogos (escritos a tres manos por el director de la película y por los dos actores protagonistas) lo mejor de un filme que quizás no resulte tan mítico como el primero, ni tan encantadoramente esperanzador como el segundo, pero que sin duda era inevitable abordar de la manera en la que se ha hecho si se quería ser fiel a la lógica evolución a la que se ven abocados los personajes.

He leído que estamos ante el cierre de una trilogía pero si tal cosa no sucediese, y dentro de otros diez años volviéramos a tener una nueva entrega de la historia de Jesse y Celine, yo también pienso estar allí pues personalmente no puedo evitar sentir cierta clase de ligazón con unos personajes que tienen más o menos mi edad y con los que tengo la sensación de haber ido creciendo en paralelo.        



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