Saturday, February 04, 2012

Los hombres G



Recuerdo que el crítico de cine (en aquellos tiempos era su única profesión) Carlos Pumares justificó en su día el escaso interés que en las pantallas de nuestro país despertó el estreno de la película “Hoffa” por el hecho de que en España muy poca gente sabía de la existencia de dicho personaje y de la influencia que su vida (y en especial el modo en que dicha vida pudo terminar, cuestión apasionante que ha dejado una notable huella en la imaginería popular y que se puede rastrear tanto en una de las múltiples subtramas de “Hombre Rico Hombre Pobre” como en un capítulo de “Los Simpsons”) tuvo en la sociedad norteamericana de los años sesenta y setenta.

Claro que el biopic sobre el sindicalista fue estrenado en 1992 cuando Internet estaba aun en pañales. Digamos que veinte años más tarde se estrena una película llamada “J. Edgar” basada en la autentica historia de J. Edgar Hoover, el hombre que dirigió los destinos del F.B.I. durante más de cuarenta años, digamos también que alguien va a ver esta película por el simple motivo de que tanto su actor principal como el realizador son figuras muy populares y casi siempre atractivas para el gran público. Pero si además quisiera saber algo más sobre el personaje sobre el que trata la película no tendría demasiadas dificultades en obtener dicha información.




El Diccionario del Crimen se ocupa en varios de sus capítulos sobre la figura histórica de Hoover y define su vida literalmente como “un ejemplo resplandeciente de cómo un individuo casi inconcebiblemente terco y limitado puede alcanzar gran poder.” Y desde luego el filme de Clint Eastwood no hace mucho por contradecir esta descripción aunque con un tono quizás no tan despectivo.

Posiblemente “J. Edgar” sea comparada con otros filmes biográficos, y es posible también que una de esas comparaciones se establezca sobre todo con “El aviador”, una película igualmente protagonizada por Leonardo Di Caprio y que asimismo analiza la trayectoria vital de un personaje tan ambiguo y misterioso (Howard Hughes) como el propio Hoover. Sin embargo mis sensaciones durante el visionado de la penúltima obra de Eastwood iban más en el sentido de compararla con “Nixon” (Oliver Stone, 1995) en el sentido de que ambas cintas analizan la vida de individuos que en su día fueron el epítome del aspecto más tiránico y abusivo del poder en países democráticos, y además lo hacen lejos de cualquier intención meramente denostadora (un enfoque más esperable en Stone que en Eastwood naturalmente) enfocando la historia más en el ser humano que en sus, la mayor parte de las veces, execrables actos, un enfoque que incluso no excluye una mirada piadosa (que no comprensiva).

Concretamente en “J. Edgar” se nos muestra a un personaje que intenta ser un paradigma de los valores fundamentales de la sociedad estadounidense, y no desde una perspectiva cínica o hipócrita, la sensación es que dicho personaje estaba plenamente convencido de ser un baluarte en la defensa de dichos valores frente a los muchos enemigos que los amenazaban (entre los cuales destacaba el comunismo, verdadera obsesión de Hoover hasta el mismo día de su muerte, por más que en la categoría de “comunista” podía entrar casi cualquier persona que no secundara su ideología). Pero para constituir ese baluarte Hoover no duda en aplicar hasta sus ultimas consecuencias la filosofía de “el fin justifica los medios”, aprovechado en beneficio de su Departamento cualquier suceso que despertara alarma social (como los atentados anarquistas de los años veinte o el trágico final del secuestro del hijo de Charles Lindberg) para así promover leyes que limitaban derechos fundamentales, manipulando hechos históricos para mayor gloria del FBI (y por lo tanto también para mayor gloria suya) o recopilando un extenso archivo de expedientes confidenciales que le permitieron chantajear (según se muestra de forma explícita en la película) al menos a dos Presidentes y a un premio Nóbel, consolidando así su status de intocable.




La película de Eastwood apunta la teoría de que la paranoia, el egocentrismo y la insana obsesión por el control que padecía Hoover era una consecuencia de la propia psique acomplejada y resentida del personaje marcada por un padre incompetente y una madre dominante y castradora. El contrasentido consiste, repetimos, en cómo alguien con una conducta tan notoriamente desequilibrada pudo convertirse en una de las personas más poderosas de los Estados Unidos.

De hecho es precisamente en el análisis de la personalidad de Hoover donde la película consigue sus momentos más valiosos, en especial cuando dicha personalidad se pone en relación con otros actores secundarios del drama como la secretaria personal de Hoover ( y guardiana de los secretos más pavorosos del maniaco), Helen Gandi (Naomi Watts) y sobre todo Clyde Tolson (Armie Hammer) factótum, confidente, amigo íntimo y, posiblemente también, amante de Hoover, circunstancia esta última que, paradójicamente, fue empleada por la Mafia para chantajear al director del F.B.I. y evitar así que la Oficina investigara sus negocios.

Así pues pareciera que Eastwood y sus guionistas (al igual que hicieron anteriormente Stone y los suyos) están más interesados en el Hoover persona que en el Hoover figura pública, o al menos la película, como se ha dicho, resulta más cuidada en el aspecto personal que en el político, faceta esta última del argumento que al final resulta bastante difusa y deslavazada (al contrario que en “Nixon”), un defecto en el que resulta bastante fácil caer cuando se trata de abarcar un período de la historia americana de cincuenta y tres años de duración.

Buena parte del mérito (parcial como se ha dicho) de “J. Edgar” se debe a la labor del trío protagonista ya mencionado, una circunstancia en la que no desentona el trabajo que lleva a cabo el departamento de especialistas dedicados a materializar el inevitable proceso de “envejecimiento” de los personajes de la película, aunque hay que hacer la salvedad de que dicho proceso se efectúa de forma bastante convincente con Di Caprio y Watts pero mucho menos con Hammer cuya caracterización es tan estruendosamente mala que resulta un baldón que casi da al traste con toda la película.




Después de todo esto ¿qué podemos decir de “J. Edgar”? Pues que se trata de un eficaz drama psicológico y un mediocre filme histórico, por más que sea esta circunstancia la que al final podría salvar una película que, al menos en nuestro país, será vista por gente que no tiene ni idea de quienes eran la mayor parte de los personajes reales que aparecen en ella.


4 Comments:

Anonymous Ra está en la aldea said...

Muy de acuerdo con lo que mencionas al principio de la entrada. Siempre he pensado que estas películas sobre figuras tan "locales" de la historia americana sólo pueden tener éxito aquí gracias a la presencia de una estrella que arrastre al público. Y eso que Hoover tampoco es un desconocido, precisamente.

3:09 AM  
Blogger SisterBoy said...

La cuestión es si alguién puede disfrutar de la película sin tener ni idea de quién era Hoover, yo no puedo contestar a eso porque no puedo ponerme en la situación de no saber algo que sí se. De todos modos repito que desde que existe el Google y la Wikipedia la ignorancia humana es inexcusable

6:16 AM  
Blogger El Impenitente said...

Si el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón, ¿cuántos tiene el que chantajea a un chantajista?

Cuando estudiaba me explicaron que cuatro son las fuentes de poder: los de arriba, los de abajo, el conocimiento y la información. A veces basta con tener la información.

11:49 PM  
Blogger SisterBoy said...

¡Que se lo digan a Garzón!

9:39 AM  

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