Wednesday, November 30, 2011

Reliquia de un mundo olvidado.



Ha muerto Ken Russell y a nadie le ha importado una higa, no creo que la noticia haya ocupado si quiera una breve reseña en ningún informativo televisado y en “El País” se han limitado a poner una nota en el obituario compartiendo página con el deceso de una bióloga llamada Margoulis. No voy a decir que yo era un fan de Ken Russell, de hecho no he visto (ni posiblemente lo haga en el futuro) la mayor parte de sus películas, vamos que a mi me ha importado más o menos lo mismo que a los demás esta muerte, pero no obstante…creo que el hombre al menos se merece un recuerdito.



Decía antes que no era un fan de Russell, y no creo que exista nadie que lo sea, puede que su forma de hacer cine tuviera seguidores hace años pero hoy en día era un hombre que había caído en el olvido, el visionado de su obra hoy (y posiblemente también vista en su época) resulta poco agradable , cuando no directamente chirriante y definitivamente pasado de moda. Tratemos de averiguar por qué echando un vistazo a su filmografía.




Lo primero que me llama la atención revisando la lista (como de costumbre en orden cronológico) es la presencia en ella de “El cerebro de un millón de dólares”, una película de la saga del espía Harry Palmer, la enésima replica de James Bond, que narraba la curiosa historia de un excéntrico millonario que trata de invadir la Unión Soviética, la escena en la que se muestra el resultado de ese loco intento podría formar parte con pleno derecho de la sección “Las 110 escenas que me traumatizaron de niño”. De hecho lo hará, ya me estoy ocupando de ello.



Poco tiempo más tarde el realizador británico firmó la que posiblemente sea su película más prestigiosa (llego a recibir varias nominaciones a los Oscar), se trata de “Mujeres enamoradas”, basada en una obra de D.H. Lawrence (lo que lamentablemente no resulta ninguna buena referencia para mi particular) y protagonizada entre otros por Oliver Reed y Glenda Jackson, lo cierto es que no recuerdo gran cosa de la película pero sí que me gustó bastante. Aunque no se tratara de un filme tan prestigioso “Mujeres enamoradas” tendría asimismo un hueco en la historia del cine por mostrar el primer desnudo frontal masculino en una película no pornográfica, esto ocurría durante una célebre escena de lucha cuerpo a cuerpo entre Oliver Reed y Alan Bates.




Por lo que cuentan Russell tuvo bastante menos suerte en su siguiente película, “The music lovers”, una suerte de biografía del músico ruso Tchaikovski que me parece que pasaron en cierta ocasión en “La clave” (cosa que de confirmarse resultaría bastante llamativa porque Carlos Pumares, encargado de seleccionar los filmes de este programa, detestaba a Ken Russell en general y a esta película en particular). El único y desagradable recuerdo que tengo de "The music lovers" es el de un Richard Chamberlein soltando alaridos infrahumanos.




Tras este título vinieron “Los demonios”, y una par de biopics más, uno sobre Gustav Mahler (que se llamó en España “La sombra del pasado”) y otro sobre un escultor francés (“Un mesías salvaje”). También fue la época de “El novio”, una película protagonizada por la famosa modelo Twiggy y que recuerdo que pasaron también por la tele, vi lo suficiente de ella como para huir despavorido, al día siguiente un compañero de clase (y cinéfilo oficial del instituto) declaró con solemnidad que Russell estaba loco.




Si “Mujeres enamoradas” fue su película más prestigiosa, “Tommy” es sin duda su película más popular, posiblemente la única que muchos hayan visto de toda la filmografía de Russell, ignorando posiblemente el nombre de su director. Se trata de la puesta en imágenes de una conocida opera rock compuesta por los Who (es decir por Pete Townshed) que en su día llegue a escuchar de forma compulsiva. La película tardé bastante más tiempo en verla y me pareció una obra disparatada que se soporta por la banda sonora que le sirve de base y por el impresionante desfile de estrellas de la música y el cine que participaron en ella (Vanessa Redgrave, Oliver Reed, Jack Nicholson, Eric Clapton, Tina Turner, Elton John,…)




Ese mismo año repitieron Russell y Daltrey con “Lisztomania” -una biografía del músico Franz Liszt- igual de psicodélica pero, por lo que cuentan, con bastante menos gracia que su anterior colaboración. La macana incluía una escena en la que Wagner emergía de su tumba vestido de SS y tocando la guitarra eléctrica. Yo paso





Hay que viajar cinco años en el tiempo para encontrar otro título destacable en la carrera de Russell, y además de los buenos. Hablamos de “Altered states” (“Viaje alucinante al fondo de la mente”), película protagonizada por un casi bisoño William Hurt y un interesantísimo filme de fantasía científica que, de no ser por algunos efectos especiales algo pedestres, podría ser una historia de plena actualidad (un poco al estilo “Videodrome”). Personalmente es mi preferida de la accidentada carrera de este director.




Posiblemente Russell debió morir después de dirigir esta obra pues no parece que lo que vino a continuación valiera la pena. Del resto de la lista se podría mencionar “Crimes of Passion” (“La pasión de China Blue”), una película que dejé de ver a la mitad por parecerme una de las peor fotografiadas de la historia, protagonizaban Kathleen Turner haciendo de pendón y Anthony Perkins haciendo de pervertido, ninguna novedad. También está “Gothic”, una elucubración sobre la noche en la que Mary Shelley creó al monstruo de Frankestein (algo parecido a lo que se narró en “Remando al viento” por si les sirve de referencia). Posiblemente sea un título al que en alguna ocasión no me importaría echarle un vistazo. Lo mismo podría decirse de “La guarida del gusano blanco”. De lo que queda ni lo conozco ni tengo interés por conocerlo.


Y aquí finaliza esta desapasionada y breve semblanza de un director al que parece que ni la muerte conseguirá sacar del olvido. Sic transit gloria mundi.




Monday, November 28, 2011

La película misteriosa: Shock corridor

Friday, November 25, 2011

Kiss me deadly

Friday, November 18, 2011

You can´t piss on hospitality!



Esta historia empieza una tarde que estaba matando el tiempo contemplando en youtube una colección de las peores escenas de la historia.

Había clásicos como la pelea del Capitán Kirk contra el monstruo Gorn.



O el mítico “garbage day” de la segunda parte de “Noche de paz, noche de muerte”.



Y entre tanta piltrafa era difícil que no destacara esta pequeña obra maestra de la actuación basura.



La escena pertenecía a una “cosa” llamada “Troll 2” de la que nunca había oído hablar, un estado que desde luego tenía la intención de mantener. No obstante algún tiempo después me tropecé, también por casualidad, con un documental llamativamente titulado “Best Worst Movie” mientras hacía zapping en el Canal Satélite.




Hace un par de años hablamos aquí otro documental llamado “King of Kong”, y estuvimos comentando cómo un argumento tan aparentemente fútil (dos perdedores de diferente nivel que compiten por batir un record absurdo en un juego electrónico olvidado por el mundo) podía convertirse en un espectáculo apasionante en virtud del buen hacer de los responsables del filme. “Best worst movie” no es desde luego un documental tan excelente como aquel pero sí que contiene suficientes elementos de interés como merecer nuestra atención. Pero empecemos por el principio.







En el año 1990 el productor Joe D´Amato, incansable creador de basura, y el director Claudio Fragasso (sí parece que ese es su auténtico nombre), un individuo que inició su carrera con un filme llamado “Apocalipsis Caníbal”, unieron sus inexistentes talentos para crear una película que en un principio tenía que llamarse “Goblins” (es decir “Duendes” en inglés). Al final la cosa acabó llamándose “Troll 2”, por más que no tuviera absolutamente nada que ver con la original “Troll” ni apareciera en el metraje ninguna criatura lejanamente parecida a un troll.

La película era más bien una explotaition del tema “pequeñas cosas furiosas”, un subgénero popularizado con “Gremlins” y continuado con sagas como la de “Critters”, “Ghoulies” y otros títulos por el estilo. El filme fue estrenado directamente en vídeo y cuando algunos de sus (en su mayoría aficionados o novatos en la profesión) protagonistas vieron el resultado se les vino el mundo encima, algunos de ellos (y hasta la llegada de la delatora imdb) tuvieron gran cuidado en no incluirla en su curriculum. Rápidamente “Troll 2” fue considerada como una de las peores películas que jamás se hubieran hecho y pronto quedó enterrada en el cementerio radioactivo de las películas basura.






Pasaron los años, llegaron las nuevas tecnologías y las producciones de series B y Z, que ya habían sido desplazadas de la gran pantalla, quedaron también privadas de su canal básico de distribución: los videoclubs de barriada donde la parroquia estaba dispuesta a alquiler cualquier tipo de película sin necesidad de saber nada sobre ella. Las cintas como “Troll 2” quedaron circunscritas únicamente a círculos de aficionados extremos que no sólo le hacen ascos a las películas malas sino que además las prefieren a las otras. Y fue entonces cuando “Troll 2” emergió de sus cenizas.

Todo empezó cuando algunos videoadictos especializados empezaron a ver la cinta de forma compulsiva. En el año en el que el filme se “estrenó” un freak podría nacer, vivir y morir sin poder compartir sus obsesiones más que con un pequeño grupo de seres humanos a su alrededor, pero cuando “Troll 2” fue redescubierta ya existía Internet y el culto a la película comenzó a extenderse de forma imparable por la red. Y fue precisamente así como algunos aficionados empezaron a contactar con los protagonistas de la película para expresarles su admiración. Uno de los sorprendidos por esta inesperada vindicación fue Michael Stephenson, un actor que contaba con 10 años en el momento del rodaje y que, tras percatarse del fenómeno, decidió pasar al otro lado de las cámaras para pergeñar el documental del que hoy nos ocupamos.



Al llegar a este punto hay que hacer una advertencia. El documental es una producción que podría llegar a recomendar para según qué casos, pero lo que jamás recomendaría es el visionado de la película en cuestión. Como tenía la intención de escribir este comentario me pareció imprescindible verla, pero desde luego es algo que ni es necesario hacer ni, repito, recomendaría nunca. “Troll 2” es, efectivamente, una película muy mala, objetivamente mala, indiscutiblemente mala, como la fiebre amarilla o la prostitución infantil. ¿Por qué un producto así se convierte de forma inesperada en objeto de adoración?. Este documental contribuye en su medida a tratar de explicarlo.






Repito que aunque “Best Worst Movie” no fuera un buen documental sí sería una producción interesante porque es capaz de narrar a la perfección no sólo la gestación de una película de culto sino además permite definir (incluso de forma involuntaria) a qué se refiere en realidad ese término tan a menudo mal usado





En primer lugar una película de culto no tiene por qué ser una buena película, tampoco tiene por qué ser una mala película, eso no es importante. “La noche del cazador” es una obra maestra y es una película de culto, “Plan nine from outer space” es una horrible monstruosidad y también es una película de culto. Los standards “bueno” y “malo” no son de aplicación en este tipo de obras.

En segundo lugar una película de culto jamás nace con el deseo expreso de hacerlo, ni los autores de “Troll 2”, ni los de “Plan nine…” ni los de “The Rocky Horror Picture Show” querían hacer una jodida película de culto, lo que querían era hacer algo bueno o al menos algo económicamente provechoso. Pero un filme que se autocalifique desde su estreno como “obra de culto” no es sino una estafa, son otros los que otorgan ese galardón, una circunstancia que nos lleva directamente a la tercera condición. Y es que una película de estas características necesariamente debe iniciar su andadura en las pantallas con un fracaso, y debe ser así porque dicha película debe ser también necesariamente “rescatada” a posteriori de los infiernos del celuloide por algún grupo de entusiastas (da lo mismo si son freaks o intelectuales) que formaran el primer círculo del culto. Un culto que luego se irá extendiendo (por convicción o por simple esnobismo) hasta llegar a gente como yo.






“Best Worst Movie” empieza describiendo la vida cotidiana de George Hardy, un sonriente gnomo verdadera encarnación del “Mister nice guy” americano, tan auténtico como un pastel de manzana puesto a secar en una casa en medio de la pradera donde no hay más que coyotes y cardos rodantes







Haciendo una pausa en su rutina de odontólogo perdido en el Sur de Estados Unidos, Hardy recuerda cómo hace veinte años tuvo sus quince minutos de fama (mejor dicho de infamia) protagonizando una película cuyo posterior visionado le horrorizó. A continuación entran en escena poco a poco los demás actores de aquel drama describiendo experiencias parecidas: la ilusión de una, a menudo primigenia experiencia cinematográfica y el tremendo desencanto al contemplar el resultado final.





El momento más didáctico del documental tiene lugar a continuación, y es aquel en el que se describe el proceso de reivindicación del producto, así vemos como algunos expertos buceadores de los rincones más sórdidos de los videoclubes especializados en cine de terror descubren la película y comienzan a verla de forma enfermiza, vemos también de qué manera empieza a funcionar el boca a boca (o el dedo a ojo) y así la experiencia individual se convierte en experiencia colectiva, de las reuniones de dos o tres amigos para ver la película en vídeo se pasa a sesiones cada vez más multitudinarias en cines de barrio que se acabaran convirtiendo verdaderos happenings para fanáticos que se saben fragmentos de la película de memoria.



Pronto empiezan a sumarse a la fiesta muchos de los actores que participaron en el engendro, incrédulos ante esta inesperada resurrección de aquella pesadilla que creían felizmente olvidada, de entre todos destaca el incombustible George Hardy que parece estar corriéndose la juerga de su vida y se convierte por sus propios méritos en el héroe de la función. Hardy es además el protagonista del momento más celebrado de la cinta, podría pensarse que dicho momento debería corresponder más bien a la escena del “OH MY GOOOOD!” antes mostrada, pero por alguna motivo (que supongo obedece a los misterios del lenguaje anglosajón) lo que hace que los freaks de “Troll 2” se partan de risa es esto



El documental trata de explicar también cuales son los motivos que lleva a tanta gente a practicar tal insólita afición. Dejando aparte el hecho de que ver una película muy mala (no basta con que sea simplemente mala, el cine está lleno de eso, es necesario que sea un autentico bodrio) es siempre un gran entretenimiento, hay algo más allá que una simple diversión esnobista pero en el fondo desdeñosa. Muchos espectadores ven en filmes como “Troll 2”, un producto sobre todo honesto, por más que la película sea un despropósito en todos y cada uno de sus aspectos técnicos y artísticos se nota claramente que no hay rastro de cinismo en ella, ninguno de los que participaron en aquello quería que la cosa saliera tan mal, y eso es algo que genera un cierto sentimiento de camaradería, porque como suele ser habitual a muchos espectadores de cine (incluyendo este tipo de cine) en realidad les gustaría pasar de observadores a autores, pero cuando contemplan cosas como esta saben que sus hipotéticos esfuerzos acabarían en lo mismo, “Troll 2” es algo que nosotros también podríamos hacer.







Hay que decir también que no todo es diversión en este documental, “Best worst movie” no elude algunos aspectos menos agradables en su descripción de los avatares de la película. Destaca en este aspecto la semblanza de la figura del director Claudio Fragasso, el único de los protagonistas de esta recreación que parece no haber comprendido de que iba la fiesta, al contrario que el resto de participantes (que admiten con sinceridad el horror en el que participaron por más que se muestren agradecimiento hacia aquellos que han provocado su expiación) el irascible italiano sigue hoy convencido de que “Troll 2” es una gran película, resulta en cierto modo patético cómo el responsable último del engendro comenta con pesar cómo el público se carcajea de las escenas graciosas pero también de aquellas que no fueron creadas para causar dicho efecto.


Pero las cosas se vuelven incluso sórdidas cuando se presenta a otros personajes del filme como Don Packard, protagonista de un breve pero memorable pasaje de la película, que confiesa cómo su intervención en la misma se produjo bajo la influencia de un descontrolado consumo de marihuana (circunstancia que afortunadamente le impedía discernir con claridad qué estaba haciendo realmente) y mientras disfrutaba de régimen abierto en una sanatorio mental en el que posiblemente volverá a ser internado en breve.


Pero incluso Packard disfruta de un breve momento de redención (en el documental afirmará que el recibimiento que le hicieron los fans durante uno de los pases de “Troll 2” fue el mejor momento de toda su vida), algo que ni siquiera se permite a sí misma Margo Prey (que interpretó en aquella ocasión a la hierática madre de la familia), único miembro del cuadro de actores original que se negó a participar en las exaltadas reivindicaciones públicas de la película para seguir enclaustrada en una existencia a medio camino entre Baby Jane y una versión femenina de Norma Bates.

En sus últimos minutos de metraje el documental nos hace una nueva interesante revelación, cuando Hardy, Stephenson y el resto de la pandilla tratan de extender su éxito en los circuitos de terror “serios” de festivales y convenciones se encuentran con el mismo desprecio e incomprensión con la que “Troll 2” se tropezó en 1990. Y creo que es entonces cuando descubren que su lugar está precisamente entre los habitantes de las catacumbas del cine en las que su película será celebrada hasta el fin de los tiempos y donde siempre serán felices.

Y eso es todo, “Best Worst Movie” nunca ganará ningún premio en los certámenes del cine documental ni será nominada a ningún oscar de la categoría, pero a mí me ha parecido un testimonio interesante a la vez que divertido y en cierto modo conmovedor y creo que por eso se merece tener una difusión a la que espero haber contribuido. Por último me gustaría repetir una vez más que recomiendo el documental pero jamás recomendaría la película, eso sí, si alguien ve lo primero será muy difícil que resista la tentación de ver lo segundo. Y quien sabe, puede que después de esa experiencia el ejército de fantasmas devoradores de cine basura cuente con un nuevo miembro tan devoto como los demás.

Monday, November 14, 2011

La foto: ¡La imaginación al poder! (en este caso a la oposición)



Sirva este post como precedente a la inevitable y próxima (no se garantiza ninguna de las dos cosas) actualización electoral.

Tuesday, November 08, 2011

Europa Europa

1. MELLON COLLIE AND THE INFINITE SADNESS



Al margen de filias o fobias creo que es de justicia considerar el hecho de ir a ver una película de Lars Von Trier como uno de las cosas más interesantes que se pueden hacer en lo que al cine europeo se refiere. Yo que he visto casi todo lo que ha hecho en pantalla grande (sí, supongo que algún día tendré que terminar de ver “Rompiendo las olas” pero tampoco es algo que me esté volviendo loco por hacer) desde luego así lo considero, y eso que de toda su producción yo salvaría más o menos la mitad, por fortuna “Melancolía” está en la mitad buena.

A partir de este punto yo esperaría a verla para seguir leyendo.




Llegados a este punto abandonamos el terreno de la descripción y entramos en el de la especulación. Lo primero que hay que decir es que, incluso aunque fuéramos incapaces de establecer el significado profundo de la evidente metáfora que contiene este segundo segmento, el perturbador cuento apocalíptico que se describe y la belleza de las imágenes que lo ilustran bastarían para justificar el visionado de esta película. Pero me parece casi un deber tratar de comprender lo que Lars Von Trier trata de contarnos (sobre todo cuando tengo la sensación de que al menos en esta ocasión no está de cachondeo y es que por lo que cuentan las relaciones de Trier con la depresión son algo más que artísticas).

Como digo la conexión de carácter simbólico entre la enfermedad de Justine y la llegada a la orbita terrestre del planeta “Melancolía” (nombre con el que antiguamente se conocía a la depresión) es más que evidente, el planeta intruso aniquilará la tierra tal y como la depresión ha aniquilado socialmente a Justine.

Sin embargo en este terreno tan pantanoso de la interpretación hay algunas escenas que me parecen sugerentes, una es aquella con la que se inicia la película, esa en la que Justine y su novio tratan de acceder trabajosamente al lugar donde tendrá lugar la ceremonia (y el resto del drama), algo que podría parecer una simple anécdota pero que resulta interesante poner en relación con esas otras escenas en las que primero a Justine y luego a Claire les resulta físicamente imposible atravesar un pequeño puente. Si estuviéramos ante una de las historias materializadas por David Lynch estas escenas podrían ser pistas de que estaríamos ante una de sus habituales dislocaciones en el tiempo y el espacio, esas que tienen lugar en el interior de la mente humana y son provocadas por un hecho traumático que se intenta resolver con la invención de una realidad alternativa.

Así pues toda la película podría ser un sueño o una alucinación de la mente alterada de Justine (la propia muchacha habla de una pesadilla que además es escenificada en una de las estampas que ilustran el prólogo de la película), un territorio imaginario cuyos límites están marcados por los abruptos accesos que dificultan la entrada y prohíben la salida. En ese territorio es en el que en el primer capítulo la enfermedad de la joven pone de relieve la personalidad de los que le rodean, posteriormente será la catástrofe cósmica la que provocará una revelación aún más radical: el suicidio de su cuñado (Kiefer Sutherland) y el derrumbe moral de su hermana significan la derrota de la racionalidad y el materialismo ante el triunfo de la locura, en resumen el mundo se transforma en algo que por fin Justine comprende.

Por último me gustaría hacer mención al milagroso trabajo de Kirsten Dunst, una actriz que se lanza al vació sin red ejecutando un trabajo extraordinariamente exigente tanto en el aspecto dramático como en aspecto físico, esperemos que sea el inicio de una cambio de registro en su carrera (y no es que no sigamos adorándola en películas como “A por todas”).



2. LOS PROBLEMAS CRECEN




En el año 2005 los hermanos Dardenne escribieron y dirigieron “El niño”, la historia de un delincuente de poca monta (Jeremie Renier) que decide aumentar sus ingresos vendiendo a su hijo recién nacido. Posteriormente la extremada reacción de la ignorante madre obliga al hombre a deshacer el trato de tal modo que la miserable pareja decide conservar al niño durante su incierto futuro.

En la producción de la que nos ocupamos ahora en principio el único nexo de unión con aquella historia es la presencia de Renier también en el papel de padre. Y aunque cronológicamente es imposible que el joven protagonista de “El niño de la bicicleta” sea aquel hijo malvendido yo he tenido la sensación de que estaba presenciando una secuela de la película de 2005. Cryil, un chico de once años, se aparece como el triste resultado aquella familia disfuncional. Abandonado en una institución pública su único empeño consiste en establecer relación con su padre, un empeño que se simboliza en la recuperación de una bicicleta cuya posesión defenderá con uñas y dientes y que aparece de forma omnipresente durante todo el metraje.

El estilo de “El niño de la bicicleta” es semejante al de otras películas de los cineastas belgas (al menos de las dos que he visto), y se abona a una forma de narrar que opta por prescindir por completo de cualquier recurso estilístico que adorne o complemente la narración, no hay apenas banda sonora musical, la fotografía es neutra, los desconocidos actores (con la excepción del papel que interpreta Cecile de France a la que se pudo ver no hace mucho en “Más allá de la vida”) hacen su trabajo sin estridencias y no existe el uso del montaje como eje dramático. El mayor mérito de los Dardenne estriba en que consiguen narrar una historia de fuerte contenido emocional sin cargar las tintas en ninguno de los aspectos en los que el cine más convencional haría hincapié, una historia que por lo demás resulta bastante ortodoxa. De hecho más que a otros títulos, aparentemente más cercanos que tratan el tema de la infancia desasistida (como “Los 400 golpes” o “El niño salvaje”), “El niño de la bicicleta” me ha recordado a alguno de esos cuentos clásicos en los que un infante descarriado duda entre abandonar la protección de un hada madrina o abandonarse en el camino del mal (vamos, que me pareció en ocasiones estar viendo una adaptación moderna de “Pinocho”).

Wednesday, November 02, 2011

Abecedario del crimen. Capitulo XXI. From hell to eternity



Creo que recuerdo la primera vez que oí hablar de cada uno de los grandes asesinos de la historia moderna, a Manson le vi por primera vez reproducido en parafina en la guía de la galería de los horrores del Museo de Cera de Madrid, de John Wayne Gacy y de los Estranguladores de las Colinas supe cuando los periódicos publicaron la noticia de su detención, de Ed Gein cuando leí “American Pyscho”.

No guardo en cambio ningún recuerdo de la primera vez que supe de “Jack el Destripador”, el desconocido asesino londinense es alguien cuya figura se ha integrado de forma tan intensa en el inconsciente colectivo que resulta difícil encontrar alguien que no haya por lo menos oído hablar de él, y todo eso por diversos motivos que no podremos explicar pero de los que al menos sí podremos hablar.






Lo que sí recuerdo con claridad es el momento en el que supe con algún detalle de las hazañas de Jack, y eso tuvo lugar en esa inacabable fuente de cultura general resumida y empaquetada que eran los Selecciones del Reder´s Digest, concretamente en el número de Septiembre de 1973. Una de las muchas características de esta publicación (de la que alguna vez tendríamos que hablar largo y tendido) era la extremada crudeza con la que se trataba cualquier tema del que se ocupaban, ya fuera la historia de un cáncer linfático como la de las masacres de los Jemeres rojos en Camboya, y desde luego el relato sobre Jack el Destripador no era ajeno a este estilo, pero también era un admirable ejercicio de condensación y sobriedad en una historia que no suele ser propicia a recibir esos calificativos, y es por ello que dicho relato se convertirá en la base de esta entrada especial del “Abecedario del Crimen”, o más que la base, el armazón que luego será rellenado convenientemente con la morbosa y satírica literatura de nuestro Oliver Cyriax.



Gran Bretaña 1888, la Reina Victoria lleva 51 años de reinado, el Imperio británico se extiende de polo a polo, y Londres, la metrópoli, con una población de cuatro millones de habitantes, era una ciudad a la que no podía equipararse ninguna otra de la Tierra. Desde su centro financiero, los banqueros londinenses aportaban fondos para la construcción de ferrocarriles en Sudamérica, la explotación de minas de oro en África y el establecimiento de instalaciones agropecuarias en los Estados Unidos. Por la noche, a lo largo del Strand y del Haymarket, la luz de las faroles de gas se reflejaba en los sombreros de copa de los petimetres y en los diamantes de las damas.




Pero en el atestado East End de Whitechapel y en la Comercial Road había tanta pobreza y vicio que el Londres victoriano tenía fama de ser la ciudad más depravada del orbe. Aquel espacio congestionado de unos ochocientos metros cuadrados, donde se apiñaban tabernas miserables, burdeles, ladrones y prostitutas, se convirtió en el teatro donde tuvo lugar el drama que nos ocupa hoy.



Mary Anne Nicholls, apodada “Polly” había abandonado a su marido y a sus cinco hijos para frecuentar las tabernas de Whitechapel movida por su afición a la bebida y por el deseo de vivir sin cortapisas. A los 42 años de edad ya no era bonita, y aquella noche del 31 de agosto de 1888 le habían negado la entrada en un dormitorio público (en los que dormían hasta ochenta personas en una habitación) porque carecía de los cuatro peniques que costaba el alquiler de un jergón. Desde luego lo que ocurrió a partir de ahí es especulación, posiblemente Polly fue abordada por un hombre con el objeto de mantener relaciones sexuales a cambio de dinero, como era habitual entonces –y como sigue siéndolo ahora- el cliente y la prostituta se trasladaron a un callejuela obscura para llevar a cabo el trato, en algún momento, y posiblemente mientras permanecía frente a su víctima en la posición usual del coito de pie, el asesino agarró a la mujer por el cuello empujándola luego contra el suelo con la cabeza hacia su izquierda rajándole a continuación la garganta empezando por el extremo opuesto para que la sangre no se encharcara, posteriormente le levantó la falda y le rajó igualmente el abdomen. Después, desapareció en la noche.



El asesino atacó por segunda vez apenas transcurridos ocho días. Annie Chapman, viuda de 47 años de edad se encontraba en una difícil situación económica y, al igual que Polly, se había entregado a la bebida y a la prostitución, en la madrugada del 8 de Septiembre Annie no estaba muy lejos de la muerte, además de desnutrida sufría una enfermedad crónica de las membranas de los pulmones y el cerebro. Hacia las seis de la mañana se encontró su cadáver aun caliente en un callejón de Hanbury Street. El tajo que le seccionó el cuello había sido tan profundo que la cabeza estaba casi separada del tronco. El criminal le extrajo al cadáver la matriz, los ovarios y un riñón. Al pie de una fuente cercana se halló un mandil de cuero, de los que usan los zapateros remendones y los matarifes, probablemente usado por el Destripador para evitar que le salpicara la sangre de su víctima.




La violencia era harto común en Whitechapel, la policía sólo se aventuraba a entrar allí en grupo, y no se atrevía a pisar siquiera la Carretera de Ratcliffe, a 1,5 km en dirección Este. Pero la brutalidad de aquellos crímenes y la carencia de pistas tenían atemorizado a todo Londres, Jack había dejado atónito a todo el mundo con sus floridas exhibiciones, no ocultaba sus transgresiones sino que las divulgaba, dejaba los cuerpos expuestos, con las entrañas esparcidas, rodeados de objetos que colocaba ritualmente y que solían pertenecer a la víctima: anillos, monedas, píldoras envueltas en papel, amen del ya mencionado mandil de cuero. Incluso en el elegante barrio del West End, donde el Destripador jamás operó, ninguna mujer se atrevía a salir ni a echar una carta al buzón después del crepúsculo. En el East End, las tabernas estaban desiertas y algunas tuvieron que cerrar.

La policía redobló la vigilancia en la zona, y los vecinos formaron una comisión de vigilancia de Whitechapel y ofrecieron recompensar cualquier informe que condujera al asesino. La propia Reina, atenta a la más leve inquietud que hubiera en su Imperio, comunicó a su primer ministro, lord Salisbury sus temores de que el departamento de detectives no fuera todo lo eficaz que debiera añadiendo que si la policía no descubría a aquel asesino, sentiría el peso de su justa cólera.



El 10 de septiembre, después de las investigaciones preliminares, el juez de primera instancia insinuó que “tanto Nichols como Chapman podían haber sido asesinadas a fin de obtener alguna muestra patológica del abdomen”, teoría abrazada fervientemente porque sugería un propósito, lo cual resultaba, hasta cierto punto, consolador. El Times en cambio manifestó la incomprensión general publicando que la policía se estaba “enfrentando a un asesino que no poseía las características habituales, que no actuaba por celos, venganza ni robo, sino por motivos no tan idóneos como muchos de los que todavía deshonran nuestra sociedad”.

Hacia finales de ese mismo mes el criminal adquirió un nombre. A las oficinas de la Central News Agency, servicio que proporcionaba información a los diarios de todo el Imperio británico, llegó una carta.








La carta, conocida como “Dear boss letter” decía lo siguiente


“Querido Jefe, desde hace días no dejo de oír que la policía me ha atrapado, pero en realidad todavía no me ha pillado. En mi próximo trabajo le cortaré la oreja a la dama y se la enviaré a la policía para divertirme. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Mi cuchillo está tan bien afilado que quiero ponerme manos a la obra ahora mismo. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito. Guardé un poco de preparado rojo en una botella de cerveza “Ginger” del último trabajo para utilizar el contenido escribiendo sobre el último trabajo, pero se secó y se transformo como en una gelatina y no lo pude usar. Creo que la tinta roja será suficiente, ja,ja. El próximo trabajo que realice cortaré los lóbulos de la dama y se los enviare a los jefes de la policía para divertirme. Retenga esta carta hasta que haga más trabajos, después puede darla a conocer. Mis cuchillos son tan lindos y filosos que quiero comenzar a trabajar ya, si es que tengo una oportunidad…Buena suerte. Sinceramente Jack el destripador”.

Por alguna razón he tenido muchas dificultades en conseguir una traducción completa de la carta, y no he encontrado ninguna de la post data que viene a continuación, no me atrevo a traducirla así que la reproduciré en inglés por si alguien nos hace ese favor.

“Dont mind me giving the trade name
PS Wasnt good enough to post this before I got all the red ink off my hands curse it No luck yet. They say I'm a doctor now. ha ha”

Como suele ser habitual en este tipo de circunstancias, las redacciones de los periódicos estaban llenas de cartas (se llegaron a contabilizar hasta 128) con falsas confesiones y otras chifladuras por el estilo de manera que en aquel momento nadie hizo mucho caso de aquella misiva en cuestión.

Para entonces, reinaba la confusión en Scotland Yard y en la desesperación se acudían a métodos muy poco ortodoxos, algunos agentes disfrazados de mujeres de vida alegre recorrían Whitechapel como señuelos, varios de ellos fueron atacados por los habitantes del distrito, seguros de que se trataba de mirones lúbricos o de algo peor. Grupos de estudiantes de Oxford y Cambridge que hacían labor social en el East End organizaron patrullas y se unieron a la caza del asesino. Nadie sin embargo halló pista alguna.

En un intento de proceder científicamente, la policía abrió los ojos del cadáver de Annie Chapman, de los que tomó fotografías con la esperanza de encontrar en las retinas la imagen de lo último que la víctima hubiera visto. Pero no se halló ninguna imagen. Se utilizaron en el caso dos enormes perros sabuesos, Burgho y Barnaby, pero los chuchos en un primer momento no hicieron otra cosa que ladrar y perseguir a inocentes transeúntes, posteriormente se perdieron en la niebla y tuvieron que ser rescatados. La búsqueda prosiguió sin ayuda de los perros.
Por fin en la madrugada del 30 de septiembre tuvo lugar la auténtica noche del cazador para mister Jack que golpeó en dos ocasiones. La primera víctima fue Elizabeth Stride, mujerzuela alta y flaca a quien apodaban “Long Liz”. Un buhonero descubrió el cadáver hacia la una de la madrugada, al entrar con su carro y su caballo en el patio trasero del Club Internacional para la Educación de los Obreros, en Berner Street. La víctima sangraba todavía por las heridas que le hizo el cuchillo del asesino.



Media hora después, el Destripador atacó de nuevo, en esta ocasión a Cahterine Eddowes. La pobre mujer había pasado parte de la noche bebiendo, y la policía la había conducido a la cárcel de Bishopsgate para que durmiera allí la borrachera. Aquella noche de sábado las celdas no tardaron en llenarse de beodos. Se recibieron instrucciones de poner en libertad a los que estuvieran menos ebrios, y Catherine se contaba entre ellos.

La mujer salió a la calle a la una de la mañana, y en su vacilante andar desde la comisaría de policía hasta Mitre Square se tropezó con el Diablo. A las dos menos cuarto de la madruga un agente que hacía su ronda halló el cadáver. La víctima tenía la cara horriblemente mutilada y la garganta abierta: el asesino le había sacado el riñón izquierdo y casi todas las demás entrañas, que se llevó consigo. En la autopsia se descubrió que la mujer llevaba entre sus vestidos todas sus pertenencias: un despuntado cuchillo de mesa, un pedacito de franela roja para sus alfileres y uñas, y dos cajitas, una para el azúcar y otra para el té. Al igual que las otras tres víctimas, Catherine tenía por único hogar sus propias ropas.





Antes de que trascendieran al público estos nuevos espantos, la Central News Agency recibió otra supuesta comunicación de Jack el Destripador el día 1 de Octubre.






A esta nueva misiva se la conoció como “The Saucy Jack postcard” y decía así:

“No bromeaba querido jefe cuando le di el chivatazo. Mañana tendrá noticias del «Bueno de Jack» (Saucy Jack). Esta vez, la cosa es doble; la primera chilló un poco y no pude rematarla, no me dio tiempo a quitarle la oreja para la policía, gracias por retener mi última carta hasta que volví al trabajo.
Jack el Destripador.”

Esta referencia a unos hechos que aún no eran conocidos así como el hecho de que el asesino hubiera, efectivamente, intentado cortar la oreja de una de sus víctimas convenció a las autoridades de que estas cartas eran obra del auténtico asesino.

La carnicería del 30 de septiembre provocó las protestas no sólo de los habitantes del East End de la metrópoli (incluidas cuatro mil mujeres que enviaron una petición a la Reina), sino también de otros muchos habitantes de Londres. Las terribles condiciones de vida de los pobres, sumadas al total fracaso de la policía, estuvieron a punto de causar la caída del gobierno. La soberana, iracunda, mandó una nota al ministro del Interior conminándole a actuar con energía so pena de ser destituido. Whitechapel hervía de agentes policíacos y voluntarios. En Scotland Yard se recibían millares de cartas firmadas por impostores que aseguraban ser Jack el Destripador. Pero el 16 de Octubre George Lusk, líder del Comité de Vigilancia de Whitechapel recibió la conocida como “From hell letter".

“Desde el infierno. Señor Lusk. Señor le adjunto la mitad de un riñón que tomé de una mujer y que he conservado para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy rica. Puedo enviarle el cuchillo ensangrentado con que se extrajo, si se espera usted un poco. Firmado, Atrápeme si puede Señor Lusk.

Jack el Destripador.”

En la misiva efectivamente venía la mitad de un riñón humano, conservado en alcohol de vino, que se supuso pertenecía a la difunta Catherine Eddowes pero esto nunca pudo ser comprobado.

Durante casi un mes, el criminal no dio señales de vida. Sin embargo, aún no estaba satisfecho. El día 9 de noviembre amaneció húmedo y nebuloso, cierto cobrador de alquileres llamó a las once menos cuarto de la mañana a la puerta de una miserable casa de huéspedes situada en el número 13 de Miller´s Court, donde habitaba Mary Jeannete Kelly, prostituta de veinticuatro años de edad. Como nadie contestó el cobrador, que conocía bien las estratagemas de los inquilinos, fue hasta una ventana que tenía un cristal roto, apartó una cortina y escudriñó el interior. Lo que allí vio le hizo correr, dando gritos, en busca de la policía.

El cuerpo de la mujer yacía en la cama, con la cabeza separada casi por completo del tronco y el rostro acuchillado, lo cual hacía que sus rasgos resultaran irreconocibles, un pecho se hallaba debajo de la cabeza y el otro junto al pie derecho, el hígado entre los pies, los intestinos a la derecha y el bazo a la izquierda del cuerpo, sobre una mesa había colgajos extraídos del abdomen y los muslos El asesino había colocado el corazón de su víctima encima de la alhomada, y había echado parte de las entrañas sobre el marco de un cuadro. Este fue el único de los crímenes que no se cometió en plena calle, es decir, el asesino, al encontrarse en un recinto aislado y cerrado, tuvo espacio y tiempo suficiente para mostrar un ensañamiento muy superior del que había hecho gala en los asesinatos previos donde era menester que se diera más prisa en terminar.





El de Mary Kelly fue el último asesinato atribuido a Jack el Destripador. Y el misterio de la identidad del brutal asesino comenzó a adquirir las proporciones que habrían de hacer del caso el mayor enigma criminológico de todos los tiempos.

Si exceptuamos las fechorías de algunos perturbados miembros de la nobleza europea, antes del otoño de 1888 se consideraba que los hombres mataban por una razón. A partir de ese momento poco a poco comenzó a traslucirse que el impulso sexual podía enlazarse y fundirse con la violencia, engendrando la amalgama familiar conocida hoy como “sexo y violencia”. En esencia la mutación consiste en que el asesino obtiene satisfacción sexual de la muerte que inflige, y la alienación social agudiza su sed de sangre. A pesar de que ninguna víctima fue agredida sexualmente la mutilación de los órganos sexuales no deja lugar a dudas a este respecto. Pareciera que la finalidad de los asaltos era subyugar y humillar el cuerpo femenino, abandonándolo en una postura de súplica ritual, con los miembros extendidos y destripado. De este modo la supremacía masculina queda de manifiesto más enérgicamente que en el coito.

Semejante salvajismo era una novedad, excedía ferozmente cualquier requisito para extinguir una vida. El hecho de que tanta violencia no fuese dirigida contra ningún individuo en particular representó un salto exponencial en el horror. Quizás fue esa incomprensión la que motivo que un asesino que cometió sus crímenes en el lapso de diez semanas (dos de ellos la misma noche) y en un espacio físico tan limitado no pudiera ser capturado pese al empeño de las fuerzas del orden y de la sociedad civil (incluida, como hemos visto, la Corona Británica).

Una de las características que hace que estos crímenes sean tan recordados más de cien años después es precisamente el hecho de ser un horror experimental que predecía una forma de matar que en el siglo venidero se haría incluso rutinaria. Aquí tenemos ya al individuo que mata a personas que no conoce pero que son una manifestación de sus obsesiones personales (por lo general una atroz misoginia y un marcado fetichismo), un individuo que además mata de forma serial, a un tipo de víctima con características especiales y de una forma parecida. Tenemos también el marcado carácter sexual de los crímenes (que como hemos comentado no tiene necesariamente que incluir relaciones sexuales), así como una complacencia en exhibir al mundo sus sangrientas hazañas lo que incluye una comunicación directa con la prensa.

Por si todo esto fuera poco hay que añadir el hecho de que la identidad del asesino permanece oculta, posiblemente para siempre, algo que permite que se multipliquen las más variopintas teorías que contribuyen a alimentar el misterio, tal y como ocurre siempre con los enigmas sin posible solución. El primer de los cuales sería ¿por qué el Destripador dejó de matar? Lo que no se sabía entonces y sí se sabe ahora es que un asesino en serie casi nunca se detiene, su impulso criminal le obliga incluso a reducir el intervalo entre sus crímenes hasta que finalmente comete un error (de forma incluso voluntaria en ocasiones) y es detenido. Resumiendo que es poco posible que alguien que ha actuado de esta manera se asuste y se retire, posiblemente el Destripador se marchó a otro lugar donde sus actos no tuvieran tanta repercusión pública, fue detenido o internado por otros delitos sin relación con el asunto de Whitechapel o simplemente falleciera de forma natural o accidental.

Pero desde luego el mayor misterio no es por qué mataba Jack el Destripador ni por qué dejó de hacerlo, el mayor misterio es quién se ocultaba detrás de ese macabro apodo. Como hemos dicho, con respecto a la identidad del asesino se ha avanzado poco, pero lo bastante para crear una industria: la Destripología. En un primer momento la policía apuntó a los artesanos del barrio, carniceros y matarifes, que conocían la zona y podían disponer de lugares donde ocultar sus ropas ensangrentadas, se llegó a interrogar a algún sospechoso, pero en el año 1888 la ciencia forense aún carecía de una función significativa, a menos que se atrapara al asesino con las manos en la masa era poco lo que se podía hacer.





Entrando ya en el campo de las puras especulaciones muchos victorianos eminentes fueron señalados más tarde o más temprano como si fueran el verdadero Jack el Destripador; se barajaron atractivas teorías de conspiraciones que abarcaban desde la Casa Real (se mencionó incluso el nombre de alguien que el futuro llegó a ocupar la Corona) al Gobierno y los francmasones, pasando por la policía política zarista enviada para poner en aprietos a Scotland Yard. Con respecto a la teoría real se especula que el carácter ilustre del asesino motivó que éste fuese puesto fuera de la circulación de alguna manera para evitar un escándalo mayúsculo y que tal es la explicación de la brusquedad con la que cesaron los crímenes. Uno de los sospechosos más extravagantes respondía al nombre de James Kenneth Stephen, primo de Virginia Woolf y amigo (o amante) del Duque de Clarence, nieto de la Reina Victoria.





Otro candidato muy popular ha sido siempre Walter Sickert, pintor impresionista e individuo que podría ser considerado como un modelo del tipo de excéntrico inglés del siglo XIX. Aunque se habló igualmente de sus relaciones con la Corte británica, parte de la teoría que hace mención a su nombre se sostiene más bien en algunos de los cuadros que nos dejó el artista británico y que fueron interpretados por algunos como una forma de auto delación.





En lo que se refiere a la conexión francmasónica se basa casi por completo en una sola palabra: “juwes”. Esta palabra formaba parte de la inscripción encontrada tras uno de los asesinatos de Goulston Street: “Los juwes son aquellos a quienes no se culpará de nada”. Independientemente de que estas palabras fueran garabateadas por el auténtico asesino, se dijo que el término “juwes” podía haber hecho referencia al nombre colectivo que se asigna a Jubela, Jubelo y Jubelum, los asesinos del maestro masón del templo de Salomón. Aunque también hay una interpretación mucho más obvia que sugiera que en realidad la palabra era un término vulgar para referirse a los judíos (jews en ingles) un colectivo que, como hemos visto a lo largo de la historia, suelen aparecer como cabezas de turco en cualquier situación con la que puedan ser relacionados.



Al margen ya de teorías conspiratorias, la lista de candidatos individuales es aún más larga y abarca innumerables nombres de criminales diversos que fueron ejecutados, murieron en prisión o se suicidaron, incluyendo uno llamado Neil Cream (médico envenenador de Chicago) cuyas últimas palabras (antes de que la soga le quitara el habla definitivamente) fueron “Soy Jack…”. Muchos de estos sospechosos tenían relación con el mundo de la prostitución, se habló incluso de algunos que ejecutaron alguna suerte de venganza por haber sido contagiados (ellos o alguno de sus familiares) de alguna enfermedad de transmisión sexual aunque personalmente creo que no hay nada de ello, el que las víctimas fueran prostitutas responde más bien al hecho de que se trataba de un grupo social que constituía un objetivo fácil, al que se podía conducir, con el señuelo de unas cuentas monedas, a algún lugar donde cometer el crimen impunemente.


La Destripología se ha visto alimentada por una sucesión de documentos que han sido revelados al público con cuentagotas a lo largo de estos cien años. En 1959 se descubrió el “Memorandum Macnahgten”, de 1894, donde se constatan las impresiones de los agentes adscritos al caso y se mencionaba el nombre de dos sospechosos (Druitt y Ostrog) aunque por desgracia dichos documentos no explicaron en qué se basaba dicha sospecha. En 1987 se descubrió el “Marginalia de Swanson” basado en las observaciones de otro policía encargado de la investigación y que revelaba la existencia de un tercer sospechoso (Kosminski) de origen judío y polaco. Las fotos de los cadáveres que ilustran esta entrada no fueron publicadas hasta 1972 y los macabros detalles del estado en el que se encontró a Mary Kelly no fue dado a conocer hasta 1987.

Lo cierto es que la combinación de la brutalidad de los crímenes y el misterio de la identidad del asesino han contribuido a mantener vivo el interés sin que este decreciera ni un ápice a pesar de todo el tiempo transcurrido. En general, es imaginado como un hombre astuto, taimado y aún muy vivo en cada nuevo asesino sexual al que se anuncia como un sucesor. Se han escrito más de cien libros acerca del Destripador, amén de varias óperas y diez filmes compuestos con el mismo tema.

Se considera a “The lodger”, escrito por Marie Belloc Lownes y publicada en 1913, como la obra de ficción que verdaderamente popularizó al Destripador, este libro ha alcanzado 31 ediciones, se ha traducido a 18 idiomas y ha dado lugar a cinco películas, la primera de ellas firmada por Alfred Hitchock. Recuerdo haber visto una de esas versiones (no la de Hitchcock sino otra posterior) que se apuntaba a la teoría de un individuo que actuaba por venganza contra las mujeres de mala nota que habían arruinado física y moralmente a un hermano.


Ya conté en cierta ocasión cómo mi primer acercamiento a la figura del Destripador (en lo que a imágenes en movimiento se refiere) vino por la película “Los pasajeros del tiempo” (Time after Time) en la que se jugaba con la idea de poner en relación a dos personajes de la época, el propio Jack y el escritor H.G. Wells.


Aparte de este recuerdo algunos otros títulos más en los que se hacía referencia directa a la figura del Destripador, uno era “Asesinato por decreto”. En esta ocasión era el mismísimo Sherlock Holmes (por cierto que Sir Arthur Conan Doyle metió baza en la época de los asesinatos insinuando que el asesino huía del escenario del crimen vestido de mujer) el encargado de investigar las masacres de Whitechapel. La película se adscribe a la teoría de la conspiración monárquica contando la historia de un miembro de la Casa Real que había mantenido relaciones con una prostituta llegando a engendrar a un bastardo, los asesinatos serían una forma de encubrir el desafortunado desliz.


Más o menos por el mismo camino transitaba la película “From hell”, el ejemplo más reciente de “cine del Destripador” y basada en un cómic homónimo de Alan Moore, una de esas obras del noveno arte (junto con otros títulos como “Maus” o “Watchmen”) que se supone que, incluso los que no frecuentamos el medio, deberíamos leer.


Ninguno de estas películas es demasiado mala, tampoco demasiado buena, son obras correctas con mayor o menos grado de interés. Quizás el motivo de que no se haya hecho nunca la película definitiva sobre el tema es el mismo por el que se puede decir que no existe el libro definitivo ni la teoría definitiva. Después de tantos años la historia del Destripador continua siendo una obra inacabada que sigue esperando que se ejecute el último movimiento, algo que será difícil que llegue porque, a pesar de todo lo escrito y especulado lo cierto es que seguimos sabiendo del Destripador ahora tanto como entonces, el secreto de lo sucedido entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888 quedó para siempre encerrado en las neblinosas y húmedas calles de un skid row londinense donde sólo habitaban los miserables.