Friday, September 30, 2011

No rest for the wicked



En el año 2002 Enrique Urbizu firmó “La caja 507”, una película que resultó ser un más que digno (si exceptuamos algunas filigranas de guión poco justificables) intento de hacer un cine de género negro en España, años antes el propio Urbizu ya había hecho sus pinitos en ese campo con “Todo por la pasta”. Un empeño que tiene ahora su prolongación en “No habrá paz para los malvados”, estreno que, como suele ser habitual, ha contado con una eficaz campaña de publicidad y con el molesto tono crítico-amistoso con el que los profesionales del medio suelen referirse a los productos del cine patrios.

De todos modos a mí, más que a los otros títulos de Urbizu, “No habrá paz para los malvados me ha recordado más bien a un éxito reciente de nuestro cine: “Celda 211”. Y no me refiero a un parecido genérico, me refiero más bien al hecho de que se trata de dos películas organizadas en torno a la construcción de un personaje de carácter, interpretado por un conocido actor, una interpretación enarbolada como estandarte de la película y a la que van dirigidas la mayor parte de las alabanzas que se le dirigen. En aquél caso se trató del “Malamadre” de Luis Tosar, aquí del Santos Trinidad (por cierto una elección pésima en el nombre, pareciera que estuviéramos hablando del protagonista de un spaghetti western de cuarta categoría) de José Coronado.





Efectivamente, la gente hablará en el futuro de esta película (suponiendo que esta película tenga futuro) a propósito de lo bien qué estaba Coronado y del marcado carácter de su personaje. Y tendrán razón porque sin duda Santos Trinidad y sus tribulaciones son lo mejor de este filme, su personaje carece del desagradable tono del malditismo prefabricado y ofrece una visión veraz (cinematográficamente hablando por supuesto) de un individuo en decadencia física y moral, merced a esas imágenes del inspector corrupto, borracho y visceral, pero a la vez capaz de mostrar una fría determinación a la hora de tratar de arreglar el terrible estropicio que causa en la primera escena.

Es una lastima que el resto del argumento no esté a la misma altura que la mera escenificación de las desventuras de Santos, no ocurre así al principio cuando la historia discurre por los derroteros del más puro cine negro al describir el drama con el mismo tono fatalista de las grandes historias del género, ese que muestra a miserables seres humanos atrapados por una ineludible tela de araña que se va enredando cada vez más sin que nada de lo que hagan sirva para otra cosa que para enredar más la madeja (nombres como “Detour” de Edgard Ullmer o “Ascensor para el cadalso” de Louis Malle me vinieron a la cabeza mientras veía esta película, aunque cualquier espectador podría invocar muchos otros títulos). También me pareció estimable esa parte de la trama en la que Santos hace su propia, torpe, violenta y desesperada indagación paralelamente (y sin embargo siempre un paso por delante) a la fría y formal que hacen las autoridades oficiales.

Humildemente creo que con todo esto había bastante como para sacar una buena película, pero los autores decidieron hacer una variante extraña y poco afortunada que deshace el efecto de verosimilitud conseguido y devuelve la película a ese territorio poco convincente en el que se suele desarrollar el escaso cine de género que se hace en nuestro país. Por añadidura esta derivación del argumento está dominada por actores y personajes mucho menos atractivos que el binomio Santos-Coronado, tal es el caso de Juanjo Artero cuya incorporación al elenco artístico de la película me parece un error de casting, no porque lo haga mal ni mucho menos, sino por que el bueno de Juanjo ya se había pasado toda la década anterior haciendo de policía. En cuanto a lo de Helena Miquel…su participación en esta película me parece una broma que no debió durar más de diez segundos.







En fin que la conclusión de “No habrá paz para los malvados” me deja las mismas sensaciones que ya me dejó en su día la anteriormente reseñada “Celda 211”, tanto que no puedo evitar repetir lo que dije entonces cambiando el nombre de la película.

Pero repito que en el fondo todo esto carece de importancia porque lo que en realidad fuimos todos a ver es a José Coronado en su papel del broncas Santos Trinidad y a ese respecto no creo que nadie saliera decepcionado.



Wednesday, September 21, 2011

Una búsqueda y una invocación

Fui a ver “La delgada línea roja” al cine. La sala estaba bastante concurrida, supongo que por el hecho de que era (o parecía ser) una película bélica, de hecho el estreno del tercer largometraje de Terence Malick coincidió en el tiempo con el de “Salvar al soldado Ryan”.



Uno de los personajes de la película de Malick, el interpretado por Ben Chaplin, mantiene durante casi todo el metraje su propio monólogo interior (de hecho creo recordar que el actor no mantenía ningún tipo de diálogo verbalizado en toda la película) mediante una serie de cartas mentales dirigidas a su esposa, evocada continuamente por medio de una serie de bucólicas imágenes entre las que destacaba la de la mujer meciéndose lánguidamente en un columpio. Cuando casi al final de la película Chaplin leía una misiva remitida por su esposa comunicándole que le dejaba plantado para irse con otro, una estruendosa carcajada recorrió la, hasta ese momento, silenciosa y confundida platea.

A lo largo de muchos años de compartir información con otros aficionados al cine me he dado cuenta de que generalmente las reacciones de los espectadores (entendiendo como tales el público que asiste a la exhibición de una película comercial en una sala comercial) suelen ser semejantes cuando se encuentran ante el mismo estímulo, estoy convencido pues de que en casi todos los pases de “La delgada línea roja” ocurrió lo mismo.

A pesar de contener buenas escenas a mí la película me dio la impresión de estar bastante mal hecha, sobre todo en el aspecto del montaje que me pareció tremendamente chapucero (e incluso tramposo, recuérdese como se permitió que en el susodicho montaje se mantuviera una escena de cinco segundos en la que aparecía George Clooney por mero interés propagandístico supongo). Pero aparte de eso creo que Malick fracasaba en el intento de contar una historia de hombres en guerra empleando un tono trascendente e incluso pedante en ocasiones. Costaba mucho trabajo creer que unos soldados sobre todo preocupados por que no les mataran y por encontrar un lugar tranquilo donde echar una carta fueran capaces de entregarse a tal hondura filosófica. Digamos que la historia no se prestaba a tal esfuerzo. Y el público reaccionó en consonancia.

No vi “Malas Tierras” en el cine y en la proyección de “El nuevo mundo” sólo estábamos tres personas, dos de las cuales esperaron al menos hasta el final de la proyección para manifestar su disconformidad. En la sesión de ayer (si exceptuamos a un extranjero perturbado con un aspecto semejante a un Wally de 65 años) tampoco se produjo ningún altercado, quizás porque un martes a las 17.00 horas tiene uno la certeza de que sólo estarán allí personas que han escogido de forma consciente ver esta película en particular.




A la vista de lo que muestra esta mezcla de ruego y advertencia (no había visto nada igual desde que un cartel a la entrada del cine advertía de que el principio de “Dancer in the dark” no indicaba que el aparato de proyección se hubiese estropeado) parece que en otras sesiones no ha ocurrido lo mismo.

A mí el hecho de que una exhibición cinematográfica produzca estos arrebatos de ira es algo que me complace, en primer lugar porque creo que ninguna clase de arte puede sobrevivir sin crear de vez en cuando algún tipo de emoción extrema, aunque sea radicalmente opuesta a la que buscaban sus autores. En segundo lugar quizás este sea un pequeño paso adelante en la gigantesca tarea de conseguir que la gente transforme el acto de “ir al cine” (en este caso “ir a ver una de Brad Pitt”) por el acto de “ir a ver una película”, o lo que es más o menos lo mismo, que al menos esa gente tenga una ligera idea de qué clase de espectáculo es el que va a presenciar. De verdad es sorprendente cómo personas que por lo general tienen tantos escrúpulos a la hora de hacer gastos mucho menores está dispuesto a pagar siete euros por algo de lo que no tienen la más mínima información previa.



Pero bueno, dejando al margen cuestiones extracinematográficas podríamos empezar a hablar de “El árbol de la vida”. No es que yo supiera demasiado a priori sobre cuál era el argumento del filme, pero habiendo visto casi toda la filmografía previa de Malick (algo que tampoco resulta una gran hazaña teniendo en cuenta lo escaso de la misma) más o menos me hacía una idea algo más extensa de lo que por lo visto tenían algunos.

“El árbol de la vida” comienza con una plegaria y una invocación, la eterna pregunta dirigida a un Dios impasible que se plantea siempre que se produce alguna brusca y absurda tragedia. Lo que Ingmar Bergman (auténtico catedrático en lo que al silencio de Dios se refiere) liquida con un monólogo del apesadumbrado padre Töre en “El manantial de la doncella”, en la obra de Malick da paso a un largo prólogo que aborda sin ninguna clase de complejo nada menos que la creación del Universo y del planeta Tierra en un despliegue de música e imágenes que remiten de forma inevitable al viaje a las estrellas de “2001 una odisea del espacio” (de hecho el responsable de los efectos especiales de la película de Kubrick ha colaborado también en “El árbol de la vida”). Una profusión de estímulos visuales y sonoros que evolucionan hasta extremos sorprendentes y difícilmente defendibles y que supongo que es la principal culpable de que algunos espectadores hayan salido corriendo de la proyección en medio de insultos a la intelectualidad y vivas a la muerte.




La película tarda un buen rato en abandonar el espacio y bajar a la tierra, para ocuparse acto seguido de una larga evocación de la infancia del protagonista en un suburbio de esos que se podría calificar como los típicos de los años cincuenta en los Estados Unidos. Es sorprendente y también fascinador asistir a casi una hora y media de metraje en el que se escenifica la creación, evolución y -en parte- la destrucción de una familia, y todo eso sin una línea argumental que podamos calificar como tal, multiplicando los puntos de vista y alternando el estilo naturalista (la recurrente crueldad de la infancia) con el bucólico (especialmente en el tratamiento de la figura maternal).

Podría parecer que estamos ante una representación del clásico enfrentamiento entre la naturaleza paterna y materna, un enfrentamiento que se suele mostrar como un preámbulo a la elección (efectuada por los hijos, habituales espectadores y narradores de este tipo de dramas) entre las diversas formas que tiene el hombre de enfrentarse a la vida. Pero aquí dicha figura paterna no sólo se muestra estricta y en ocasiones violenta sino también cariñosa y preocupada por el bienestar de su familia, en cambio el carácter de la madre parece tener una dimensión, repetimos, más bucólico que real y esta tratado de una forma tan bella y etérea que hace que la mujer se asemeje más a una figura mitológica que a un ser humano.




Si consiguiéramos despreocuparnos del significado último de “El árbol de la vida”, y la película girara en su integridad en torno a esta larga y emotiva remembranza podríamos estar delante de una obra maestra, es comprensible que esta forma de narrar una historia pueda resultar demasiado heterodoxa, aburrida (o más bien agotadora) e incluso puede que ridícula, pero a nivel particular podría estar cuatro horas contemplando imágenes de la familia O´Brien. Claro que Malick juega con las cartas marcadas, el 99% de los espectadores de esta película (al menos los que siguen en ella hasta el final) procede de un entorno familiar ¿Y cuantos de entre ese porcentaje no se han criado en una casa en la que habitaba un padre riguroso y castigador y una madre cómplice y comprensiva?, a mi personalmente me resultó relativamente fácil implicarme en esa parte del argumento y entrar de lleno en el juego propuesto por el director.



Pero repito que las intenciones de Malick no giraban en torno a una simple evocación de la América de su infancia, ni tampoco en hacer un estudio psicoanalítico de las relaciones paterno-filiales. Y por mucho que quisiera dejar al margen el que debe ser el sentido final de la película no me parece honesto hacerlo. Aunque bien poco podría decir porque reconozco que se me escapa por completo dicho sentido, presiento que tiene que ver con el largo prólogo de la película del que antes hemos hablado, y decididamente también con el epílogo ambientado en el tiempo presente y protagonizado por Sean Penn, ninguno de estos dos segmentos me parece tan bueno como el que ocupa la parte central del filme, el primero al menos está filmado de un modo brillante y es una pequeña obra de arte para apreciar en sí misma, el último me parece un fracaso y una muestra de hasta qué punto Malick parece siempre tener problemas con el montaje de sus películas, problema que resuelve en algunas de ellas (“El nuevo mundo”) mejor que en otras (“La delgada línea roja”). Cuentan que esta parte final de la obra fue abucheada durante el pase en Cannes y no es para menos porque en esta ocasión sí que se roza descaradamente el ridículo con un planteamiento burdamente simbolista, una desagradable estética “new age” y un Sean Penn dando una imagen francamente penosa (algo con lo que por lo visto él mismo está de acuerdo).



La forma en la que estos tres fragmentos deben cohesionarse para ofrecer un conjunto global es algo que se me escapa, simplemente no he conseguido comprenderlo. En algunos análisis a posteriori que he leído sobre la película sí que se establece esa relación, incluso en referencia a una de las escenas más chocantes del ya célebre prólogo. Pero no sería honrado atribuirme un análisis que yo no fui capaz de establecer mientras veía la película, por muy de acuerdo que pudiera estar a posteriori con algunas de las cosas que se han dicho.

En resumen creo que “El árbol de la vida” es a pesar de todo una gran experiencia cinematográfica –e incluso una experiencia social- que no se deberían perder, de hecho tengo intención de volver a pasar por esa experiencia (aunque creo que dejaré pasar un poco el tiempo, tampoco hay que exagerar) y por mi parte sólo puedo desea que persista la forma de hacer cine Malick (le perdonamos incluso sus truquitos de marketing para atraer financiación y espectadores) y que tanto él como otros de su ralea sigan cabreando al personal todo lo que puedan.

Saturday, September 17, 2011

Poupee de chiffon

A la espera de poder ver lo último de Malick me he encontrado con esta tontería con la que no puedo dejar de reirme.

Monday, September 12, 2011

The day The Earth stood still



Ayer se cumplió el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y todo eso. Intenté escribir algo sobre lo que estaba haciendo yo aquél día pero descubrí que, como suele ser habitual en estos casos, no estaba haciendo nada interesante. Luego intenté reflexionar sobre los efectos que causó sobre la sociedad global aquel acontecimiento pero encontré que era una tarea demasiado ardua y posiblemente fuera de mis capacidades como analista.

También quise hacer una recomendación para discernir, de entre el aluvión de documentales que han tratado el tema durante estos diez años (algunos con temas tan específicos como el de por qué cayó el edificio número siete), cuál era el que más valía la pena ver según mi criterio, al menos esta parte de la crónica se puede reducir a mencionar una lista de títulos que en este caso se reducirían a dos: El documental de los hermanos Naudet (que se encontraban por casualidad haciendo un reportaje sobre los bomberos de Nueva York y grabaron en primera línea todo lo que sucedió, lo que incluye la única filmación del primer impacto), y el documental llamado “102 minutos que cambiaron América” (y que registra en tiempo real todo tipo de grabaciones públicas y privadas que tuvieron lugar desde precisamente en los 102 minutos que transcurrieron desde aquel primer impacto hasta el derrumbe de la segunda torre). Si a esto añadimos el visionado de la películas “United 73” tendríamos una muestra de cómo yo entiendo que se tiene que abordar una historia como esta. Por cierto que estas tres producciones se encuentran totalmente gratis en el youtube.

Por último me hubiera gustado también hacer algún tipo de comentario sobre cómo el desastre de hace diez años ha influido en prácticamente todos los aspectos de la cultura de la primera década del siglo XXI, empezando por aquel trailer de “Spiderman” que fue censurado pocos días despúes del atentado (por que en él salía una imagen en la que el hombre araña usaba las torres para tejer una gigantesca tela con la que atrapar un helicóptero) hasta el vídeo con el que finaliza esta anti-crónica de un aniversario.

Thursday, September 08, 2011

Los ojos sin una cara

Pedro Almodóvar afirmó que el origen de “Los abrazos rotos” fue la imagen de una pareja inmortalizada por casualidad cuando el cineasta sacaba fotos de una playa de Lanzarote.



Mi interés por “Les yeux sans visage” vino a raíz de una foto de la película que ilustraba una biografía de Georges Franju en mi enciclopedia favorita. Durante años estuve obsesionado con esa foto, tanto que cuando por fin se pasó la película por la segunda cadena (mucho antes de que Internet permitiera el acceso a títulos con los que antes sólo podíamos soñar) no perdí ocasión de verla.



Está película francesa rodada en 1960 ha sido señalada entre otras muchas como una de las referencias de Almodóvar a la hora de llevar a la pantalla su nueva historia. Reconozco que es difícil no rememorarla contemplando la primera hora de metraje de “La piel que habito”, una rememoración más argumental que estética puesto que, a pesar del tenebroso lirismo de sus minutos finales, la película de Franju está caracterizada por una puesta en escena concisa, desnuda y seca. Almodóvar en cambio se sirve de todos los trucos visuales, artísticos y sonoros que atesora en su larga y exitosa carrera de tal modo que, durante la citada primera hora de la película, pareciera que la trama de la misma fuera un mero pretexto para ese talentoso despliegue de estilismo. Algo que no suele ser habitual en el cine del director español siempre caracterizado bien por la predominancia del argumento sobre la forma bien por una armoniosa coexistencia de ambas.

Sin embargo es en el momento en el que llega el clímax de la película (ese que se supone que no debemos conocer antes de que verla, algo difícil de evitar cuando ese giro argumental ya era de sobra conocido antes incluso de que comenzara el rodaje) cuando todo esa cuidada ambientación se pone al servicio de un guión que podíamos resumir como insostenible e indefendible.

Efectivamente todo el artificio y el talento de Almodóvar se despliega con el fin de (como se ha señalado de modo muy explícito hasta en las críticas más elogiosas) transformar lo ridículo en sublime, de dar con éxito un salto al vacío. Casi todos señalan precisamente ese fino equilibrio que la película mantiene entre lo audaz y lo grotesco, y siendo ese equilibrio tan delicado no debería extrañar a nadie que algunos espectadores (entre los que me incluyo) opinen que el funambulista ha caído del lado malo. Yo personalmente así lo creo, el leivmotiv de “La piel que habito” es demasiado extravagante como para que pueda ser asumido, es cierto que el cine, y el talento de los cineastas, en ocasiones nos ha hecho tragar con cosas igual o más bizarras que esta, y es precisamente Almodóvar uno de esos magos capaces de todo…o de casi todo. En ocasiones la tan señalada “suspensión de la incredulidad”, imprescindible para ejercer el disfrute de toda manifestación artística, tiene sus límites y yo creo que aquí se han rebasado. En cierto modo tienen razón los que aducen que el director ha vuelto a sus orígenes, el desarrollo de “La piel que habito” podría equipararse al de los bizarros argumentos de sus primeros filmes pero hace demasiado tiempo de eso, lo que entonces podía ser admisible ahora no lo es, al menos no para mí.

Pero repito que todo lo demás está muy bien, las interpretaciones lo están (incluso la del habitualmente nefasto Banderas aunque hay que destacar sobre todo el impresionante trabajo de Elena Anaya), la fotografía, la banda sonora, la dirección artística, los escenarios (desde luego ese cigarral toledano es una auténtica monada), etc... pero todo eso siempre al servicio de una historia que, repito, sólo se puede calificar de insostenible.

Y esto es todo lo que tengo que decir de “La piel que habito” sin desvelar demasiado de su argumento, los spoilers en la sección de comentarios