Friday, August 05, 2011

Summer of David (y 2)

Mi gozo en un pozo. Lo que esperaba que fuera un largo y placentero verano de lecturas “fantásticas” ha terminado cuando apenas empieza el mes de Agosto. Como se decía en la primera entrada de esta miniserie, si eliminamos de la lista de Pringle las novelas de espada y brujería y aquellas que no figuran en los fondos de la Biblioteca del pueblo, al final me he quedado con siete títulos de los cuales tres ya fueron comentados en dicha entrada. Vamos con ellos

“La desagradable profesión de Jonathan Hoag” de Robert A. Heinlen.

Sin duda uno de los descubrimientos de esta antología. Es la historia de un individuo atildado (el tal Jonathan Hoag) y un tanto misántropo que a pesar de todo lleva una vida que considera satisfactoria, con una inquietante excepción: el hombre no tiene ni idea de a qué dedica las mañanas y por lo tanto tampoco sabe cómo se gana la vida, sus recuerdos comienzan justo al terminar la jornada laboral y la única pista de la que dispone es una misteriosa sustancia que queda adherida a sus uñas al final de cada día. Dispuesto a desvelar el misterio Hoag decide contratar a una pareja de detectives, el matrimonio formado por Teddy y Cynthia Randall. Los enamoradísimos y audaces investigadores (su descripción me recordó a la también pareja de detectives Nick y Nora Charles de la serie de películas de “The thin man”) toman a su nuevo cliente por un bromista o un maníaco pero deciden aceptar el caso.

Partiendo de una trama bastante clásica en la literatura negra, la narración se transforma progresivamente (a medida que el matrimonio entra en contacto con misterios inexplicables) en un cuento de terror de dimensiones cósmicas y en una metáfora sobre las eternas cuestiones filosóficas que atormentan al hombre, pero sobre todo es también un relato sobre la pérdida de la inocencia y de cómo el pequeño oasis de felicidad construido por Teddy y Cynthia apenas podrá resistir la confrontación de la pareja con una revelación aterradora sobre la condición humana.

Por último contar como anécdota que, en su comentario sobre la pequeña novela, Pringle afirma su sospecha de que Heinlein escribió este relato pensando en el cine si no fuese por el final probablemente imposible de filmar. Pues hete aquí que existe un proyecto para llevar esta historia a la gran pantalla, el responsable sería Alex Proyas conocido sobre todo por ser el director de Dark City, espero que si tal hecho finalmente se lleva a cabo pueda servir para que esta extraordinaria narración tenga el reconocimiento que merece.




“La subasta del lote 49” de Thomas Pynchon.

Bueno, no todo iban a ser flores. Entre tanto título brillante tenía que colarse alguna castaña y aquí tenemos la primera. El principal problema de este relato es que resulta muy difícil adivinar sobre qué trata, esto podría no ser una gran objeción (la finalidad de muchas de las narraciones de tono fantástico resultan a menudo difíciles de determinar y otras simplemente carecen de finalidad) si al menos la historia estuviera contada con talento, o al menos con algo de encanto, pero no hay tal. Para colmo la novela fue escrita en el año 1966 y, por más que se retrate esa convulsa época de forma paródica, no puede evitar impregnarse de un tono que se ha quedado más anticuado que una de esas películas de cine barrio con jóvenes ye-yes.



De todos modos para los que quieran tener algún avance del argumento les diré que trata sobre una joven ama de casa norteamericana (que por añadidura y durante buena parte del libro se me reveló como uno de los personajes más odiosos con los que me he encontrado nunca) que, de la noche a la mañana, se convierte en la albacea del testamento de un excéntrico millonario que había sido su amante en el pasado.

En medio de, como se ha dicho, una especie de retrato histórico sobre la locura de los sesenta en la cosa oeste, la trama se torna de un modo que no soy capaz de explicar en la descripción de un oscuro sistema postal alternativo de ochocientos años de antigüedad cuyas huellas se encuentran de un modo críptico en los lugares más insospechados (incluidos los servicios de un bar de hippies colgados). En fin, una trama inexplicable sin principio, continuidad ni fin y, lo que es peor y a pesar de sus aparentes intenciones, sin la más puñetera gracia. Me ha costado horrores terminar este relato, algo que prometí que nunca volvería a hacer (me refiero a empeñarme en terminar un libro cuya lectura me causa un profundo desagrado). En su comentario David Pringle nos cuenta que de las novelas de Pynchon esta es “la más asequible”. Estremece pensar como serán las menos asequibles, no creo que me ponga a averiguarlo

“El tercer policía” de Flann O´brien.

Después de la experiencia anterior quizás no estaba en el mejor de los ánimos para afrontar esta complicada obra literaria que, a pesar de que su lectura me resultó igualmente trabajosa, al final terminé por apreciar mucho más de lo que lo hice con la de Thomas Pynchon.

“El tercer policía” podría ser considerada una ficción en la más pura tradición del “nonsense” británico (aunque la acción se desarrolle en la irlanda de los años treinta), de hecho podría ser vista como una nueva versión de “Alicia en el país de las maravillas”, solo que en esta caso el protagonista no es una inocente niña de diez años que persigue a un conejo blanco, sino un perturbado en los linderos de la oligofrenia que pasa al otro lado del espejo cuando se dispone a recoger el botín producto de un violento robo con homicidio.

El mundo en el que despierta bruscamente el bandido parece ser el mismo verde y húmedo paisaje irlandés pero con notables diferencias, la primera de ellas es que el asesino se encuentra en presencia de su víctima vivita y coleando y transformada en un filosofo que ha encontrado la sabiduría en responder “no” a cualquier cosa que se le pregunte.

A partir de ahí nuestro antihéroe iniciará un desasosegante recorrido por un mundo de edificios bidimensionales y catacumbas fantásticas en las que todos los deseos se convierten en realidad donde terminará, siempre sin dejar de buscar la caja negra donde se esconde el dinero del robo, cayendo en manos de dos extraños policías con una obsesión monomaníaca (que incluso abarca lo sexual) por las bicicletas. El narrador y protagonista de la historia se verá atrapado en este mundo absurdo sin más consuelo ni compañía que una voz interior que dice ser su propia alma. Aunque en teoría se trata de un relato satírico-humorístico, lo cierto es que “El tercer policía” no deja de ser un cuento de horror como también lo es en el fondo “Alicia en el país de las maravillas” y como lo es cualquier otra narración en la que la trama se desarrolla fuera de los límites de la lógica y la geometría euclidiana.

No es una obra redonda, como he dicho en ocasiones resulta bastante complicada de leer, y la historia se ve de continuo entorpecida por las continuas referencias a un sabio ficticio, por el que el viajero siente veneración, llamado De Selby y sus absurdas teorías explicadas en continuas notas al pie (que en ocasiones ocupan varias páginas) y que personalmente me resultaron monótonas y aburridas. Pero lo cierto es que el desenlace del argumento (y la explicación de todo lo que hemos presenciado hasta ese momento) y la conclusión final consiguen causar una profunda impresión en el lector y consigue que la narración adopte el tono de las grandes obras literarias, o al menos de una que merece más reconocimiento del que ha disfrutado hasta ahora.



“Instrucciones para un descenso al infierno” de Doris Lessing.

A pesar de su prometedor título y de ser una obra firmada por una premio Nobel, “Instrucciones para un descenso al infierno” ha sido mi única fracaso en este pequeña autoselección de relatos. Después de la fatigosa experiencia de leer las dos novelas anteriores, ha sido demasiado trabajo enfrentarse a este complejo relato escrito en prosa poética (que por añadidura supongo que perderá bastante de su supuesto poder original con la traducción) y con un relato que gira en torno a un naufrago que se hace amigo de dos marsopas que hablan…

Lo siento Doris, será en otra ocasión.





“Volver a empezar” (Replay) de Ken Grinwood

Pringle habla en términos elogiosos de esta novela pero critica un poco su estilo “best seller”. Tengo que decir que después de tanta escritura farragosa yo particularmente me alegré mucho de encontrar un relato con principio, nudo y desenlace y escrito en un tono razonablemente ortodoxo, vamos que fue un placer leerlo (lo que debería ser siempre digo yo).

Además, como creo que me he hartado de repetir todos estos años, un relato que gire en torno a cualquier clase de viaje en el tiempo cuenta a priori con mis simpatías. Por añadidura la novela de Grinwood materializa una fantasía recurrente que creo que todo el mundo ha tenido alguna vez y que ha sido muy representada en ficciones de diverso carácter.

Jeff Winston, un frustrado ejecutivo de 42 años, muere repentinamente de un ataque al corazón. Pero tras su muerte no se encuentra con el cielo ni el infierno, ni siquiera con la nada, se encuentra a sí mismo en el año 1963. Ha regresado a sus 18 años pero recordando todo lo que ha vivido (tanto en el aspecto personal como en el histórico) en los 24 años que seguirán, como digo, un anhelo que todo el mundo ha experimentado alguna vez. La vida aparece ahora llena de posibilidades para Jeff, puede hacerse millonario apostando en partidos y carreras cuyo resultado sabe de antemano e invirtiendo el dinero en empresas cuyo desarrollo posterior es desconocido para el resto de la humanidad, puede enmendar los errores que le han llevado a ser un fracasado en su vida profesional y matrimonial, e incluso puede tratar de ejercer ese irresistible tentación de todo viajero en el tiempo como es la de de influir en el devenir histórico del mundo. Pero como ya saben de sobra los aficionados a este subgénero fantástico todos estos buenos deseos no suelen acabar muy bien.

Partiendo de esta premisa argumental, la historia adopta una estructura circular que no cae nunca en la monotonía porque Grinwood tiene la habilidad de evitarlo introduciendo variaciones en cada bucle, sobre todo una que predice con claridad el desenlace de la aventura espacio-temporal. El relato se desarrolla además en un entorno que trata de ser también un descripción de la turbulenta historia norteamericana de los años sesenta, setenta y ochenta, pero en un tono mucho más didáctico (y menos lisérgico) que en la anteriormente comentada obra de Thomas Pynchon. Es “Replay” también un cuento moral narrado en un cierto tono “new age” bienintencionado y un tanto folletinesco, un hecho que supongo sería el centro de la única critica que Pringle hace de la novela, pero que a mí personalmente no me molestó demasiado, repito que en cambio me pareció un libro cuya lectura me resultó muy agradable y que también parece pensado (como todo buen best seller) para ser llevado alguna vez al cine, algo que me sorprende que no haya sucedido aun pese a que han habido varios intentos, de hecho incluso se habló de una adaptación protagonizada por Brad Pitt y Julia Roberts. A ver si tal cosa ocurre (aunque yo la verdad preferiría otros protagonistas).

La acción del libro comienzo en 1988, año de su publicación y cuando Grinwood tenía exactamente la misma edad que el protagonista de su historia, de hecho las similitudes entre personaje y escritor parecen bastante evidentes. Grinwood falleció a la edad de 59 años de un ataque al corazón precisamente cuando preparaba la secuela de su exitosa obra. A los fans de la novela les gusta decir que quizás Ken está viviendo su propio “replay” en estos momentos







En fin, aquí termina este breve reseña de algunos libros que me eran completamente desconocidos, espero que alguno de ellos haya llamado su atención, si así fuera espero también que me lo hagan saber y así veremos si este tierno verano de bibliotecas públicas con aire acondicionado le ha servido a alguien aparte de a mí mismo.

4 Comments:

Blogger Deckard said...

A ver si encuentro el de Heinleim, creo que es con Lem el único de los más clásico de cifi que no he tocado.

Por cierto, vi I saw the devil. Coincido en que se merece un remake (se lo daría a los Coen fíjate). Y por dios queda tan absurdo tanto gore y esa carretera en la que deben vivir todos los asesinos de Corea.

1:11 PM  
Blogger SisterBoy said...

El libro donde encontré el relato contiene varios más del mismo autor, le echaré un vistazo al resto. De Lem supongo que acabaré por leer Solaris aunque si es tan densa como la película (la rusa) creo que lo dejaré más bien para el Otoño.

Pues sí, da la sensación de que en Corea no debe haber muchos asesinos pero están todos en el mismo sito, desde luego son gente muy ordenada. Ya estoy pensando en el casting del remake.

1:39 PM  
Blogger El Impenitente said...

¿Algun problema con el año 1966?

De cien libros, siete y poco. No está mal.

Yo me he apuntado "El vino del estío" y el de Jonathan Hoag.

Con respecto a las bibliotecas, hace tiempo tomé la decisión de no leer nunca de prestado e ir comprándome los libros que iba a leer con el fin de ir haciéndome mi propia biblioteca pensando en mis hijos y en el legado. Visto lo visto creo que ha sido la decisión más inútil que he tomado en mi vida. Para las generaciones venideras el libro en soporte papel será como para nosotros el gramófono, el comediscos y el tomavistas.

12:54 AM  
Blogger SisterBoy said...

Yo la Biblioteca la uso para leer allí mismo libros que no puedo encontrar de otra manera (o libros que sólo quiero leer y no poseer), por eso nunca me he hecho socio.

¡Hey! yo también tenía un comediscos!

9:05 AM  

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