Monday, July 25, 2011

Army of me



¿Recuerda la película “Demolition man”? fue estrenada en 1993 y, aparte de ser un notable ejemplo del buen cine de acción de la época, tenía una trama bastante curiosa. Si lo recuerdan la acción giraba en torno a un criminal que despertaba en un bucólico mundo del futuro en el que la sociedad no sólo no practica la violencia sino que no puede concebir su existencia. En un entorno como este (el que además, y según sus propias palabras, “la policía se ha vuelto gilipollas”) el asesino parece haber encontrado el paraíso.



Cuando se revelaron las circunstancias del asesinato del Primer Ministro Olof Palme en 1986 el mundo entero quedó asombrado (incluyendo la ensangrentada España de entonces). El político sueco había sido tiroteado cuando salía del cine en compañía de su mujer sin más escolta que sus propias sombra, algo impensable en prácticamente el resto de sociedades del mundo….con una o dos excepciones.

Noruega era evidentemente una de ellas, y no parece que el haber visto pelar las barbas de su vecino (y en ocasiones históricas también enemigo) le haya afectado mucho pues de otro modo no se entiende la facilidad con la que alguien puede colarse con un camión lleno de explosivos en el centro político de la capital del país y hacerlo volar por los aires, como tampoco se entiende (aunque en un grado menor) cómo se puede celebrar un evento como el de la isla de Utoya (convertida ya para siempre en un punto de referencia en la geografía del horror, me pregunto qué harán con ella las autoridades) sin que al parecer hubiera un mínimo de seguridad. Como decíamos antes, un paraíso de los chicos malos.



Otro aspecto destacable de lo sucedido el pasado viernes tiene que ver con la confusión que tiene lugar en los momentos posteriores a este tipo de atentados, es una confusión lógica y por lo visto inevitable: cuando oía el metrónomo, el perro de Pavlov se ponía a salivar, cuando estalla una bomba todo el mundo piensa en el terrorismo islámico. Y esto suele ocurrir casi siempre, excepto en España durante los atentados del 11-M en los que todo el mundo, yo incluido pensó en E.T.A. (aunque yo y el resto de personas no perteneciente a la extrema derecha sólo pensó eso durante como mucho el primer día).

De hecho lo sucedido en Oslo tiene grandes semejanzas con otro espectacular atentado que tuvo lugar hace quince años, la bomba de Oklahoma, un suceso que, tal y como ha ocurrido ahora, fue achacado al terrorismo yihadista hasta que poco tiempo después se desveló que el autentico culpable fue un fanático que actuó por su cuenta.





Y esto nos conduce a otro asunto de extremo interés en este caso. Efectivamente, en cuando se difundió el apincelado aspecto del presunto responsable de las masacres en Oslo quedó bastante claro que era el individuo con menos pinta de terrorista islámico que se pueda imaginar. Pronto se supo que en realidad se trataba de un noruego de pura raza que se autocalificaba como cristiano y anti musulmán (pese a lo cual es dudoso que nadie se refiera a él en el futuro como “terrorista cristiano” y eso estará muy bien porque es un término tan erróneo como el otro). Pero quizás lo que más perturbador resulta es la certeza de que Anders Behring Breivik, al igual que en su día Timothy McVeigh, actuó prácticamente en solitario.

El hecho de que tras un acto de terrorismo como este se encuentre alguna gran organización terrorista a la que acusar, perseguir y desarticular parece resultar una suerte de alivio a la tragedia, ya que supone igualmente alguna clase de restitución del ideal de justicia del que la sociedad se ve incapaz de prescindir. Algunas de esas sociedades van incluso más allá en su deseo de globalizar la respuesta al terror y no se sienten satisfechas hasta que un ejercito ha sido derrotado, un país invadido y un pendón ha sido plantado en las filas enemigas.





Pero el que un solo hombre haya conseguido organizar una masacre de estas proporciones resulta una amenaza mucho más letal por ser casi imposible de controlar. Es esta una figura que en realidad ha existido siempre pero que ahora se conoce como el “terrorista solitario”, un sociópata que efectivamente actúa por sí mismo porque le resulta imposible adaptarse a ninguna organización por marginal o bizarra que sea, un individuo que no busca adscribirse a una confesión en particular sino que construye su propia confesión en base a un batiburrillo de ideologías extremistas y paranoias personales. El daño que puede causar cada uno de estos ejércitos de un solo hombre es proporcional al grado de fertilizante químico con el que puedan hacerse.

En el caso de Breivik además se produce un hecho aun más particular, no contento con la voladura del centro político de su ciudad el asesino se trasladó hasta un lugar en el que pudo llevar a cabo una matanza mucho menos impersonal que la que produce un coche bomba. El hecho de elegir para su venganza particular a un grupo social tan alejado de lo que en teoría debería ser el objetivo de un fanático anti islamista ofrece un cuadro aun más sórdido de la personalidad del criminal y le retrata aun más como un verdadero psicópata y quién sabe si como un pederasta. Lo cierto es que al margen de esto lo sucedido no formara parte de la crónica de sucesos sino de la crónica política. Y Breivik pasará a la historia por ser posiblemente el hombre que haya batido una marca personal en cuanto al asesinato en masa se refiere por más que disparar contra civiles desarmados (adolescentes y noruegos por añadidura) durante una hora y media larga en el interior de un islote un poco más grande que un campo de fútbol no necesita de habilidades especiales para el crimen.





En fin el resultado de todo esto es que ha caído uno de los pocos mitos que quedaban en lo que a paraísos terrenales se refiere. Noruega, ese país pequeño, prospero y socialdemócrata, siempre a la cabeza de todos los ratios de bienestar, sanidad, paridad sexual y días de permiso por maternidad. Una sociedad que incluso (tal y como se señalaba en un reciente artículo en El País) había logrado sobrevivir al hallazgo de grandes yacimientos de petróleo, una circunstancia que ha hundido a otras naciones en la corrupción. Un país además epítome de la seguridad en el que prácticamente no había sucedido nada hasta hoy (si exceptuamos las chifladuras del Inner Circle hace algunos años). Sí, es cierto que una muchedumbre de novelistas pelmazos de la tendencia denominada “novela negra nórdica” había tratado de convencernos de lo contrario pero sinceramente nunca terminábamos de creérnoslo. Ahora todo se ha ido al garete, podemos tachar a Noruega de la lista de espejos deformantes en el que mirarnos aquí en el sur de Europa. A ellos los días extraños también les han alcanzado.

Thursday, July 21, 2011

Summer of David

Es verano la programación de los cines es escasa y, o bien se trata de películas que no me interesan, o de otras que prefiero no ver dobladas. De hecho el único estreno que espero con expectación es el de “Súper 8” que no tendrá lugar hasta bien entrado el mes de Agosto.



La vida política en cambio se revela en este mes de Julio sorprendentemente activa pero ¿de verdad tenemos que hablar del vestuario de Camps? Y en cuanto a los deportes…ya hablaremos próximamente en la página de fútbol del rumbo que está tomando este verano del eterno retorno.



Así pues no hay mucho de qué hablar y por consiguiente el blog está también bajo mínimos, de manera que no hay más remedio que buscare algo con lo que alimentar a esta bestia que consume tantas horas de mi tiempo desde hace ya más de cinco años.

Yo por mi parte estoy pasando muchas de mis horas libres del verano vagabundeando por la Biblioteca local (y sí, soy consciente de lo patética que resulta esta actividad) y entre otros títulos que no creo que sean de su interés y otros ya de sobra conocidos, encontré una pequeña antología denominada “Literatura fantástica: las cien mejores novelas” escrita por un tal David Pringle y que por lo visto se trata de una extensión del “éxito” que tuvo otra antología de estructura similar llamada “Ciencia ficción: las cien mejores novelas”. De hecho en el mismo prólogo de su obra Pringle establece, o trata de establecer, cuales son las diferencias entre lo que se conoce como ciencia ficción y la literatura fantástica (o “modern fantasy” como reza en el título original). Tengo que decir que después de leer dicho prólogo no me queda clara tal diferencia aunque la verdad no es un asunto que me preocupe demasiado. A mí lo que verdaderamente me interesa es que siempre que uno se mete en este tipo de misceláneas se tropieza con descubrimientos apasionantes, aunque la sensación es más bien agridulce puesto que me ha sucedido igual que con otros textos del mismo estilo como “El horror en la literatura” de H.P. Lovecraft o “La Danza Macabra” de Stephen King: uno tiene la sensación de que jamás podrá ponerle las manos encima a muchos de los títulos que se glosan.

Pero bueno, pasando directamente al tema de este post, a lo largo del verano (y salvo que surja algún tema de actualidad que merezca nuestra atención) mataré el tiempo recomendándoles algunos de los relatos reseñados que sí he podido encontrar en el mismo sitio en el que me tropecé con la lista de Pringle. Tengo que añadir antes de empezar que he pasado de largo deliberadamente sobre títulos que desgranan las aventuras de señores de anillos, “titus groanes”, hechiceras, magos, reinos elficos y demás temática tradicional de la literatura de “espada y brujería”, género soportable en cine y televisión pero que trasladado a los libros me producen un tedio de muerte.




Siguiendo la lista elaborada por el editor, el primer título que me llamó la atención fue “El cuerno de caza” (The sound of his Horn), escrito por Sarban, seudónimo del escritor John William Wall, nombre que supongo les será tan desconocido como a mí (y es que al fin y al cabo de eso se trata). “El cuerno de caza” es un relato publicado en 1952 con un comienzo no por clásico menos prometedor: frente al calor de la chimenea de una hacienda en plena campiña inglesa, un aristócrata veterano de la Segunda Guerra Mundial (al que podemos imaginar en chaqueta de tweed haciendo una pausa de vez en cuando para dar una chupada a su pipa) le cuenta a un antiguo camarada la extraordinaria aventura de la que fue protagonista durante la guerra, cuando al escapar del campo de concentración en el que estaba prisionero experimentó un viaje en el tiempo hacia un futuro en el que los nazis ha conquistado el mundo.

El viajero se encuentra en un territorio en el que se produce una escalofriante fusión entre la arquitectura humana y la vegetal, un territorio propiedad de un noble prusiano que lleva su afición por la caza hasta extremos difícilmente imaginables. Mezcla de ucronía política, ciencia ficción genética y fantasía sadomasoquista “El cuerno de caza” es un terrorífico relato del que no les será fácil olvidarse.




El siguiente título de la lista que logró interesarme (y que igualmente pude conseguir en la propia Biblioteca) fue “El vino del estío” (Dandelion wine) de un autor que seguramente les sonará más que el anterior, Ray Bradbury. “El vino del estío” no es un cuento de verano más, es (o lo será para mí en el futuro y hasta que sea sustituido por otro) el cuento de verano por excelencia. En un principio podría parecer que estuviéramos hablando simplemente de una narración costumbrista, la descripción de un verano en un pequeño pueblo de Illinois, y aunque sólo se tratara de eso ya sería un entrañable, pero hay mucho más detrás de eso, por más que no ocurra nada verdaderamente sobrenatural todo el cuento está lleno de elementos mágicos pero a la vez reales: un niño de 12 años (el protagonista de la historia) que descubre a la vez que está vivo y que algún día morirá, una máquina del tiempo humana, una echadora de cartas mecánica víctima de un encantamiento, una mujer que encuentra la sabiduría tras deshacerse de su memoria con la ayuda de unos pequeños gamberros, un mañoso pueblerino que consigue inventar una máquina de la felicidad e incluso un misterioso asesino fantasma. Todo esto (lo real y lo extraordinariamente real) teñido siempre de un suave tono de melancolía por un estilo de vida ya desaparecido y que quizás nunca existiera verdaderamente.



El tercer y último relato que he leído hasta ahora lleva el nombre de “Martín el náufrago” (Pincher Martin) escrito por otro nombre ilustre William Golding, autor que ya era bastante conocido entre los aficionados al género pero que saltó a la fama mundial (es un decir) tras obtener el Premio Nobel de Literatura en 1983. Su obra más conocida es “El señor de las moscas”, un título que figura con honores en esa lista de “esto-ya-tendrías-que-haberlo-leído-muchacho”, de hecho creo que incluso es lectura obligada en algunos colegios. Para el que prefiera hacer caso al viejo proverbio chino hay una par de adaptaciones cinematográficas bastante majas.







“Martin el naufrago” es un relato a la vez diferente y similar al de la gran obra de Golding, tiene lugar también en una isla que funciona igualmente como metáfora de la condición humana, pero en este caso el entorno se encuentra reducido a la mínima expresión de una roca en mitad del océano a la que es arrojado Martin, un oficial de la marina británica cuyo buque ha sido torpedeado y que se verá en el trance de sobrevivir en algo que no es más que un promontorio habitado por moluscos y algas de los que el naufrago tendrá que alimentarse.

A partir de esta premisa el relato se divide en dos vertientes, una de ellas detalla la lucha por la supervivencia de Martin, una lucha feroz y llena de detalles sórdidos, carente de cualquier rastro de heroísmo, las actividades del marinero para buscar comida y refugio en la roca bien podrían haber sido las de un cangrejo. Al mismo tiempo la soledad, las pésimas condiciones de vida y la desesperación por la cada vez más reducida posibilidad de rescate convierten a Martin en un individuo atormentado por todo tipo de evocaciones del pasado y alucinaciones del presente. Al tiempo que la existencia física se ve vuelve minimalista la existencia espiritual se ensancha hasta invadir la realidad y apoderarse de ella lo que conduce al relato hacia un final delirante y hacia un epílogo de los que se clavan en la memoria por mucho tiempo.

Por añadidura este relato contiene un pequeño fragmento que supone un excelente resumen de la opinión que Golding tenía sobre la especie a la que perteneció, con el nos despedimos.

“Había un arco de ondas junto a las tres rocas. El las miraba intencionadamente. Entonces apareció junto a las rocas una cabeza marrón, otra y otra. Una de las cabezas tenía un cuchillo de plata atravesado en la boca. El cuchillo se inclinó, se agitó y él vio que la hoja era un pez. La foca se alzó sobre la roca, mientras las otras se sumergían, dejando en el agua hoyos y círculos. La foca comió tranquilamente al sol, dejó la cabeza y la cola y se quedó quieta.

-Me pregunto si saben algo de los hombres".

Se levantó lentamente y la foca volvió la cabeza hacia él de modo que él se halló retrocediendo ante una mirada implacable. Levantó las manos de pronto en un gesto de hombre que apunta con una pistola. La foca dio la vuelta en la roca y se sumergió. Sabía de los hombres.”

Wednesday, July 13, 2011

El share del terror

El pasado lunes me senté a ver el segundo y último episodio de la miniserie que comentábamos hace una semana. Pero en lugar de eso me encontré con que la cadena amiga había programado la habitual catarata de episodios de CSI con los que lleva rellenando la parrilla nocturna del día de la luna desde tiempos inmemoriales.

Ya se habló en la anterior entrada de que las audiencias de 11-M no habían sido demasiado buenas, y esa es la razón sin duda de que la conclusión de la serie haya sido relegada a ese cementerio para elefantes que son las páginas webs de las diferentes cadenas, lugar al que he tenido que acudir para terminar el expediente. Un triste final para una producción de la que sigo diciendo que era como mínima digna, y sobre todo que su visión resultaba un ejercicio mucho más interesante que pasarse la noche viendo al jodido Horatio quitándose y poniéndose las gafas de sol.





De todos modos sólo comentar que los derroteros de este segundo capítulo iban en la misma dirección que los del primero, esto es, una escrupulosa y sobria escenificación de los hechos probados, una deliberada elipsis sobre las teorías conspiratorias y la dimensión política del suceso (con alguna que otra excepción en forma de imagen subliminal como un cartel de Mariano Rajoy que aparece flotando en medio de una escena no sé bien a santo de qué) y un intento de incluir una trama subsidiaria que involucraba la historia personal de algunas de las víctimas. En relación a este último aspecto decir que, a pesar de todo, sí que se termina por echar de menos algo más de sustancia en este parte del drama, algo que se hubiera conseguido si en lugar de una mera nota al margen se hubiera optado por una estructura más paralela a la trama terrorista, sobre todo porque al final alguna de estas fortuitas interacciones entre víctimas y verdugos terminan por convertirse en los momentos más impactantes de la serie (escalofriante el breve diálogo con el que termina todo, una pequeña muestra más sobre el incuestionable hecho de que vivir o morir es una simple cuestión de casualidad).

Pero bueno, al fin y al cabo lo mejor que se puede decir de esta serie (por más que no la haya visto casi nadie) es que supone un grano de arena más en el loable empeño de las fuerzas aliadas con el raciocinio a la hora de poner aquellos trágicos sucesos en el lugar que les corresponde, sobre todo en relación al hecho de que más que una conjura de Al Quaeda (poco verosímil) o de la mismísima E.T.A. (qué locura) o del socialismo ladino que planeaba así hacerse con el poder (teoría que sólo puede sostener gente que dice “Buenor días” cuando llega cada mañana al trabajo) lo ocurrido fue el resultado de que a unos criminales de poca monta les entró un fatal ataque de trascendencia.

Wednesday, July 06, 2011

El tren del terror



Seamos sinceros: las teleseries de factura nacional que surgieron a partir del momento en el que nació la nueva televisión (que podríamos identificar con aquel año en el que nacieron las privadas) oscilan entre lo horrible y lo miserable (y eso incluyendo a la otrora prestigiosa Televisión Pública).




Tampoco se puede decir que con las producciones basadas de hechos reales, tan comunes en otros países, hayamos tenido mucha suerte. La mayoría han sido dramatizaciones -en el sentido más peyorativo de la palabra- de crímenes mediáticos filmadas en el habitual estilo chirriante y que sólo admiten una visión con ánimo jocoso.




El pasado lunes Tele cinco estreno la primera parte de una miniserie dedicada al atentado del 11 de Marzo de 2004, el mayor atentado de la historia de España (y de Europa) y sin duda uno de los acontecimientos más importantes de nuestra época, algo que por sí solo no ha garantizado en el pasado una masiva ni adecuada adaptación a la pequeña o a la gran pantalla en nuestro país, no hace mucho comentábamos cómo el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 tardó tres décadas en ser recreado. Pero bueno, en esta ocasión no ha habido que esperar tanto tiempo, apenas siete años.

Generalmente no suelo ver este tipo de producciones y cuando las veo no me suelen gustar, aunque desde luego estoy totalmente a favor de que se hagan, pero en este caso sí que tenía curiosidad por ver el resultado, aunque sólo fuera por una cierta expectación que se había creado en torno a esta mini serie aunque, según las audiencias, dicha expectación haya sido en buena parte ficticia.

Y la verdad es que tengo que decir lo visto (hablando sólo de la primera de dos partes) me ha dejado razonablemente satisfecho, no es desde luego una obra maestra de la recreación de hechos reales pero al menos no da vergüenza ajena, algo que, recordando los antecedentes que hemos mencionado, es todo un logro.

Para el que no lo haya visto la acción comienza con el asalto de la Policía al piso de Leganes en el que se habían refugiado los terroristas, un suceso que puso el violento broche final al drama. Todo hace pensar que la serie comienza precisamente por el final y que no se pretende llegar más allá de los hechos probados por la Audiencia Nacional (tal y como se explica en el prólogo), con lo cual se deja deliberadamente al margen todo lo sucedido en la superficie y en las cloacas de la política entre el 11 y el 14 de marzo, unos acontecimientos menos dramáticos pero puede que más apasionantes que los propios atentados, una lastima pero quizás es demasiado pedir.

A partir del comienzo antes reseñado la serie adopta la forma de un largo flashback en el que se escenifica la historia de la gestación del atentado. El tono con el que se cuenta el largo y, a menudo rocambolesco, desarrollo de la conjura me ha resultado interesante, aparentemente bien documentado y sorprendentemente contenido, quizás sea porque esta parte de la historia está interpretada por actores desconocidos (algunos de ellos incluso noveles) y que por ello puede que no padezcan de los vicios que aquejan a muchos de los rostros nacionales más conocidos de la pequeña pantalla y que podríamos resumir en un exceso de teatralidad. Es cierto que en ocasiones, sobre todo al principio, resulta difícil discernir quien es quien pero a medida que avanza la historia consiguen destacarse algunos caracteres interesantes como los del demiurgo Serhane Ben Abdelmajid (El Tunecino), el delincuente reconvertido en mártir Jamal Ahmidan (El Chino) y el grotesco fiestero-islamista Rafa Zouhuier. Sí, estoy de acuerdo en que el personaje del confidente Trashorras resulta un poco destemplado, pero hay que reconocer que no es nada en comparación con la autentica figura del minero esquizoide que proporcionó la materia prima para la masacre.




Me gustaría destacar también el acierto que constituye caracterizar a los terroristas evitando tópicos y explicaciones demasiado farragosas sobre las razones que les llevaron a cometer el atentado, posiblemente porque no existan y porque si existieran tampoco las comprenderíamos.

Menos acierto tiene la serie cuando intenta contar la historia de algunas de las futuras victimas de las explosiones, me refiero a que dichos fragmentos tienen la apariencia de un ejercicio de contemporización que resulta extraño al tono general de la trama, como si se tratara de un artificio impuesto algo que posiblemente sea y es este uno de los aspectos más llamativos de la producción de Tele Cinco, el hecho de que haya sido filmada tras conseguir el visto bueno de las diferentes asociaciones de víctimas relacionadas con el atentado, que han manifestado públicamente su satisfacción porque se haya omitido cualquier imagen que represente de modo explicito las consecuencias de la matanza. Podría considerar dicha decisión una iniciativa loable de no ser porque sospecho que ha sido impuesta por esa filosofía de la autocensura que se ha ido extendiendo de forma imparable desde hace años, y que de haber existido en épocas anteriores de la historia nos hubiese hurtado de algunas imágenes que componen nuestra memoria colectiva.




Durante años las víctimas y las familias de las víctimas de cualquier clase de delito han sido ignoradas de forma dolorosa, ahora en cambio nos encontramos con la asombrosa (y perturbadora) certeza de que hay que contar con su permiso para recrear algunos de los hechos que les arrojaron a su condición. ¡Demonios! Digo yo que entre ambas posturas debe haber un término medio.

Pero en fin, lo importante es reiterar que “11-M para que nadie lo olvide” es una producción digna que puede que no entusiasme a la mayoría pero que tampoco hará que nadie se lleve las manos a la cabeza (si exceptuamos a los friki-conspiranóicos profesionales y aficionados a los que cada día se escucha menos afortunadamente) y que es posible que contribuya al empeño por romper el tabú que existe en la comunidad artística de este país a la hora de escenificar acontecimientos recientes de nuestra historia. Y que esto no sea siempre en tono solemne, de hecho queda ya muy poco para que llegue el largamente añorado momento en el que se haga una comedia sobre E.T.A., he aquí el camino.

Friday, July 01, 2011

La frase de la semana.

¡Que echen a todos los extranjeros de España y dejen sólo a los chinos!

(Escuchado en el trabajo)