Sunday, October 24, 2010

The barefoot Contessa



Posiblemente las primeras noticias sobre Låt den rätte komma in (“Let the right one in” en inglés, un título bastante más ambiguo que el elegido ahora por cierto) me llegaron a través de mis cronistas habituales en el festival de Sitges (entre otros Vargtimmen y Absence cuyas circunstancias constan en la sección de la derecha).

No mucho tiempo después tuve ocasión de verla y lo cierto es que me gustó muchísimo aunque tengo que reconocer que con el tiempo he olvidado muchas cosas de ella excepto quizás el gélido tono con el que está filmada esta historia y también por la escena que constituye el clímax de la misma que es de esas que se incrustan en la memoria para siempre.





Ahora, dos años más tarde, nos llega la oportuna versión americana. Y llegados a este punto me gustaría hacer un paréntesis para hablar de dos cosas que me han incordiado bastante en los comentarios previos que he leído sobre “Déjame entrar”. Una es que, desde hace ya unos cuantos años, parece imposible que salga a la luz cualquier manifestación artística que incluya algún forma de existencia dotada de colmillos y que no sea comparada con la saga “Twilight”. La mayor parte de las veces para denostar dicha saga con expresiones del estilo “esto no es Crepúsculo ni se le parece”, lo dicho, una autentica pesadez.

La segunda tiene que ver algo con la primera y hace referencia a la irritación que causa el hecho de que la industria norteamericana se dedique a versionar cualquier serie de televisión o película que los husmeadores de talento de Hollywood detecten en otros países o continentes. Lo cierto es que no comprendo esa actitud, ninguna versión por buena o mala que sea puede arruinar la impresión causada por el visionado de la original y si tal cosa sucede es que, o bien dicha original en realidad no consiguió fascinarte tanto como pretendes o, peor aún, necesitas reivindicar tus gustos mediante alguna clase de ataque a los gustos de otros.



Yo personalmente no veo nada reprobable en los remakes americanos, si son malos no desvirtúan para nada la experiencia del visionado original (la versión americana de “Siete reinas” simplemente pasó desapercibida porque con toda probabilidad no merecía otra suerte) y si son buenos suele ser porque o bien aportan un enfoque dramático más consistente al estilo americano o bien introducen aspectos novedosos en la producción original. Un ejemplo de esto último podría ser el remake de “Abre los ojos” (que como recordaran se llamó “Vanilla Sky”) que aportaba una dimensión argumental que mejoraba incluso el guión primigenio de Amenábar (que en otros aspectos calcaba casi página por página).








¿Y qué nos aporta en esta ocasión la versión americana de una película sueca que tantas simpatías atrajo hace un par años?. Aunque las historias son prácticamente idénticas lo cierto es que (y repitiendo que tengo recuerdos bastante difusos de la primera versión) he encontrado notables diferencias.

En la película sueca el argumento se desarrolla, como se dijo al principio, en un ambiente gélido y no sólo por que el escenario físico de la acción esté permanentemente cubierto de nieve, sino porque las relaciones que se establecen entre los diferentes personajes destacan igualmente por la frialdad y la indiferencia. En la producción europea se ponía asimismo mucha atención en una trama casi paralela a la principal que estaba protagonizada por los adultos del barrio-pueblo que actuaban en parte como desencadenantes del drama debido a su alcoholismo y a su ineptitud. Y todo ello desarrollado en el marco de unos año ochenta suecos (hay incluso alusiones a la guerra fría) bastante diferentes a la imagen idealizada que, al menos en nuestro país, teníamos de dicha sociedad.

En el “Déjame entrar” americano también hay nieve y también estamos en la década pegajosa (1983 concretamente) aunque hace falta algo más que mostrar discursos de Reagan y usar una de forma machacona música ochentera (el “Let´s dance” de Bowie suena que yo recuerde al menos tres veces, Dios sabe por qué) para hacer creer al espectador que la localización temporal es importante en la historia. Lo cierto es que para lo que se cuenta lo mismo daría que hubieran estado en 1973 o en 2023.

En esta versión tampoco existe trama paralela con los adultos, de hecho el rostro de la madre del chico protagonista ni siquiera es mostrado en su totalidad y en lo que se refiere a la condición de niño acosado que sufre dicho protagonista en el colegio, todos los espectadores habituales del cine de Hollywood saben que esta es una situación atemporal.

Matt Reeves (el director y coguionista del filme, un hombre que debe su crédito a la película “Cloverfield” y a la serie “Felicity” aunque yo sólo le concedo dicho crédito a la primera de estas dos obras) decidió prescindir de todos estos elementos y centrarse exclusivamente en la contar la relación de amor o de soledad compartida de los dos protagonistas principales. Aparte de la esmerada producción y de un ritmo adecuado (pese a resultarme dicho ritmo, paradójicamente, algo más lento que el de la película original), es en el relato de la historia de Abby y Owen donde la película alcanza la excelencia, la historia de dos criaturas arrastradas a una relación inevitable debido a la marginación que, por motivos diferentes, ambos padecen pero también imposible por razones dolorosamente evidentes.

A la excelencia antes mencionada no es ajena desde luego el trabajo de Kodi Smit McPhee (que ya destacó interpretando al hijo de Viggo Mortensen en “La carretera”) y Chloe Moretz (roba planos absoluta de la reciente “Kick Ass” y una de las niñas actrices más promisorias del momento, si al final termina como Ethan Hawke o como Eduard Furlong sólo el tiempo lo dirá). Los dos jóvenes actores contribuyan a dotar de calidez a sus personajes y a la historia que protagonizan al contrario que en la película sueca donde dicha historia está al servicio del marco sociológico en el que se desarrolla. Sin olvidar que resulta bastante más difícil identificarse con los hieráticos infantes suecos.



La labor de McPhee y Moretz está apoyada además por el trabajo de dos soberbios actores adultos, Richard Jenkins y Elías Koteas por más que el personaje de este último sea inútil desde el punto de vista argumental.

En definitiva una película que afortunadamente no es una copia plano a plano de la original sino que, contando la misma historia, propone una óptica diferente, ni mejor ni peor. Eso sí, en cuanto a la escena inolvidable de la que hablábamos antes sigue ganando la peli vikinga por goleada.

Recomendable para cinéfilos desprejuiciados.

4 Comments:

Blogger 3'14 said...

A mí es que me gustó tanto tal como quedó la original que el remake me da un poco de pereza verlo... Pero sí he oído por ahí que está bastante bien, para ser un remake :)

¡Lo de Ramoncín debería estar penalizado! Ya lo había escuchado(digo sufrido) con un youtube mucho más divertido con comentarios impresos XD E imprescindible la entrevista del rey del pollo frito exculpándose.

1:15 PM  
Blogger SisterBoy said...

Me temo que Marroncín no sabe lo que ha creado

http://www.youtube.com/watch?v=THYgll1_Adw

1:42 PM  
Blogger El Impenitente said...

Me habéis obligado a ver el vídeo entero de Ramoncín. Esto no se le hace a un amigo. Ni a un enemigo tampoco.

1:05 AM  
Blogger SisterBoy said...

Dam it! sabía yo que el rey del pollo frito monopolizaría el post.

9:44 AM  

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