Friday, April 23, 2010

Ashes to ashes

Los volcanes (algunos) expulsan cenizas. Lo hicieron hace 45.568 años y lo volverán a hacer dentro de 25.663.

El hecho de que durante una de esas ocasionales manifestaciones interfieran en las actividades aéreas de una especie terrícola tan efímera como otras muchas es algo que carece de la más mínima relevancia.

P.D. Todo esto no quita que si me hubiera visto personalmente afectado por el sahumerio me estaría ahora mismo cagando en la vulcanología en general y en el volcán de nombre impronunciable e inescribible en particular.


Sunday, April 18, 2010

Down by law. Parte Segunda.



Como decíamos ayer, los últimos casos en los que Garzón ha intervenido parece que pueden precipitar su caída. En estos momentos al juez le están buscando las cosquillas por tres sitios distintos.

En primer lugar se habla de unos cursos en Nueva York patrocinados por el Banco de Santander, una empresa en aquel momento bajo investigación por el propio Garzón que más tarde acabaría por archivar el procedimiento. No creo que este asunto vaya a ir mucho más lejos, más bien parece que se trata de la clásica triquiñuela de investigar a fondo las actividades de un personaje público para pillarle en un renuncio. De hecho el juez ya sufrió una maniobra semejante por una cuestión relacionada también con unos gastos no suficientemente justificados en los años del GAL.

A Garzón también se le investiga por haber ordenado escuchas telefónicas de las conversaciones de los implicados en la trama Wurtel con sus abogados. Tampoco creo que el magistrado y sus seguidores tengan que preocuparse por esto. Los jueces suelen autorizar escuchas con bastante alegría y estas a veces son declaradas procedentes y (por fortuna) a veces no sin que ello traiga consecuencias desagradables para los que las ordenaron. Yo soy de los que piensan que es preferible que los “wurtelianos” queden libres de polvo y paja a que se institucionalice la violación del secreto entre los procesados y sus representantes legales. Pequeños inconvenientes del estado de derecho, qué le vamos a hacer.

El tercer procedimiento es, a pesar de ser en principio el más estrambótico, sin duda el problema más serio que tiene Garzón. Lo de lo estrambótico tiene que ver más con el origen de todo el embrollo. Y ese origen está en la conocida como “Ley de memoria histórica”.

Aunque la ley contemplaba diversos aspectos, lo más llamativo resultaba ser el empeño por localizar las fosas comunes donde yacían los cuerpos de los represaliados durante la Guerra Civil y los años posteriores. En un principio no parecía que hubiera nada que objetar. Ni siquiera los más acérrimos enemigos de Zapatero podían dejar de reconocer que el hecho de sacar los cuerpos de las cunetas y enterrarlos de forma decente era una aspiración incontestable.





Pero, como suele ser costumbre en él, Garzón llevó las cosas mucho más lejos. El golpe de efecto en este caso fue declararse competente para investigar los crímenes del franquismo pasando por encima de la cualquier clase de prescripción por el transcurso del tiempo y también por la Ley de Amnistía de 1977. El juez, al calificar los crímenes franquistas como de lesa humanidad entendía que dichas prescripciones carecían de validez.

Lo cierto es que yo personalmente empecé a percibir que el asunto se estaba saliendo de madre. Una cosa era investigar los crímenes del régimen de Pinochet (pasando de largo sobre la competencia o incompetencia de la justicia española en el caso) que se había implantado en 1973 y otra muy distinta indagar sobre la represión durante la Guerra Civil y las postguerra, un asunto que tiene una antigüedad mínima de 65 años con lo cual estaba claro que la mayor parte de los responsables de dicha represión estaban más muertos que la Zarzuela. Buena muestra de ello fue la petición del juez de los certificados de defunción de Francisco Franco y otros 34 generales de la época en un gesto que no por estar justificado legalmente deja de ser menos absurdo.

En mi opinión un procedimiento judicial tiene que tener como finalidad procesar a alguien, alguien que preferiblemente este vivo. ¿Aclarar los crímenes del franquismo? Joder pero si ya están más que claros, los crímenes franquistas los cometieron los franquistas. ¿Acaso queda alguien en España que no sepa eso? ¿Acaso no nos lo han recordado durante todos estos años a veces de forma bastante machacona y sobre todo bastante innecesaria? Así pues se iba a gastar un montón de tiempo, dinero y saliva para al final procesar en su caso a algún vejete de 97 años en un espectáculo tan grotesco como el de los juicios a nazis chochos que todavía se siguen viendo de vez en cuando.





Pero al margen de todo esto lo cierto es que las cosas llegan al punto en el que nos encontramos ahora cuando una triada de oscuras organizaciones político-sociales (Manos Limpias, Libertad e Identidad y Falange. En el caso de esta última la oscuridad no es sinónimo de desconocimiento) ha llevado a Garzón a los tribunales acusándole de prevaricación por haberse declarado competente para investigar el caso.

Desde que se conoció la noticia de esta querella, y sobre todo dese que dicha querella fuera admitida y potenciado por el juez del Tribunal Supremo Luciano Varela, se ha desencadenado una multitud de reacciones a favor y en contra a partir de la cuales uno vuelve una vez más a preguntarse por el nivel de cordura que impera en este país.

Desde mi autoproclamada condición de persona progresista (sin barba, ni bufanda, ni gafas de pasta, pero progresista al fin y al cabo) se supone que los malos deberían ser los acusadores e instructores de la querella contra Garzón y los buenos el propio Garzón y sus defensores.

Pero me resulta bastante difícil ponerme del lado de personas que:

a) No le conceden legitimidad a las organizaciones querellantes para acudir a la justicia cuando una visión desapasionada de lo que es la mencionada justicia incluiría, o debería incluir, el hecho de que cualquier persona física o jurídica tiene derecho a poner las querellas que le salgan de las narices. En un procedimiento judicial lo importante son los hechos probados, si el que inicia el procedimiento para probar esos hechos es el mismísimo Satanás es algo que carece de relevancia. Y si no les gusta que determinadas organizaciones acudan a la justicia pues que las ilegalicen. Y ya sabemos que el sistema no tiene escrúpulos en ilegalizar organizaciones y cerrar periódicos, a veces sin motivo como se ha visto recientemente.

b) Organizan manifestaciones y concentraciones de protesta delante la sede de los juzgados y ponen de vuelta y medio al juez Varela. Lo cual quiere decir que para defender a un juez de prevaricación acusan de prevaricación a otro juez. Además argumentan que todo este follón es una especie de castigo al Garzón por haber investigado el franquismo, algo absurdo teniendo en cuenta que el magistrado ha metido más dedos en los ojos del sistema en todos los procesos que ha protagonizado en el pasado. Recuerdo que yo solía pensar que si algún día el hombre volaba por los aires resultaría difícil determinar en un primer momento quién se lo había cargado

c) Hablan de su defendido Garzón como si fuera Jesucristo que ha vuelto de nuevo a la tierra. Una actitud insólita que se traduce en “¿Cómo se atreven a enjuiciar a un hombre tan bueno como este que ha investigado los crímenes de la dictadura argentina, procesado a Pinochet, desmantelado el aparato de contraterrorismo asesino del Estado y bla bla bla?”. El hecho de que el acusado haya llevado hasta ayer una actitud intachable (algo que por otro lado es discutible como se vio en el breve repaso a su carrera profesional que se describió en la anterior entrada) ¿significa acaso que es alguien a quien hay que declarar irresponsable de cualquier delito a priori como si fuera un miembro de la corona? ¿Si pasado mañana Garzón, hasta el culo de pirulas y vodka, embistiera con su coche un desfile de Carnaval infantil cepillándose a cincuenta críos se volvería a repetir ese discurso de “¡le están procesando a él a quien todo el mundo ama!”? . Y lo peor es que implican a un sinfín de organizaciones de derechos humanos y magistrados de otros países que en sus balbuceantes declaraciones demuestran no tener mucha idea acerca de este asunto.

d) Se dedican a denostar la Transición y la Ley de Amnistía de 1977 olvidando por lo visto que dicha Ley benefició no sólo a los asesinos y torturadores de Franco sino también a los presos políticos del régimen y a los terroristas de las diversas tendencias de la izquierda. Y si las familias de las víctimas del franquismo tuvieron que hacer de tripas corazón otro tanto tuvieron que hacer las familias de las víctimas de ETA, el GRAPO, las FRAP y demás grupúsculos. Por otro lado no deja de ser sintomático que la tan venerada, hasta hace unos años, Transición se haya convertido ahora en una especie de sórdido parche para que el antiguo régimen saliera de rositas. Esperemos que llegue el día en el que ese periodo de nuestra historia quede como lo que realmente fue: un consenso más o menos apañado que permitió pasar de la dictadura a la democracia sin verter demasiada sangre por el camino. No fue algo perfecto pero sirvió.


En resumen que no es de extrañar que el propio Garzón se haya horrorizado ante la carpetovetónica defensa que el progresismo nacional e internacional ha perpetrado en su honor. El pobre hombre incluso ha llegado a reconocer públicamente que toda esta tremolina le perjudica más que le beneficia.




En fin que me gustaría concluir este escrito proclamando que cualquier persona tiene derecho a interponer las querellas que estime conveniente y que ya será la justicia la que, de modo imparcial, determinará la procedencia o no de continuar con el proceso y si las acusaciones carecen o no de fundamento. Pero claro, no puedo por menos que traer a colación los inquietantes rumores que circulan en derredor del juez Varela que, a pesar de ser un convencido miembro de la progresista asociación Jueces para la Democracia, esta considerado también un enemigo mortal de Garzón. Dicen que hace ya 15 años predicaba a los opositores que preparaba para acceder a la carrera judicial que "Dios vino al mundo dos veces: una en Belén, y otra en Jaén, y ahora es juez de la Audiencia Nacional".



Siguiendo con el discurso bienintencionado con el que se abría el anterior párrafo me gustaría decir también que en tal caso Garzón podía haber optado por recusar a Varela y que sería el propio Tribunal Supremo el encargado de dictaminar, de forma igualmente imparcial, si tal recusación estaba justificada pero teniendo en cuenta el fuerte sentimiento de corporativismo que afecta a instituciones como esta (especialmente cuando se sienten atacadas por fuerzas “del exterior”) cabe dudar de que dicha imparcialidad pueda ser tomada en serio. De hecho recuerdo que en los tiempos del sumario contra el GAL el propio Garzón fue recusado por alguno de sus ex compañeros de Ministerio y dicha recusación fue despachada por otro miembro de la Audiencia Nacional de un modo que dejaba bien a las claras lo mucho que le había molestado que se hubiera intentado tal iniciativa.




¿En qué acabará todo esto? Pues acabara mal porque si finalmente Garzón es condenado será imposible que los que decidan tal cosa puedan evitar el ser acusados de haber actuado por animadversión hacia el juez estrella. Y si finalmente es exonerado (yo me inclino por esto último) también será inevitable llegar a la conclusión de que los jueces se han visto acobardados por el ruido mediático que se ha precipitado sobre ellos y que abarca desde miembros del Gobierno hasta organizaciones de derechos internacionales pasando por Pedro Almodóvar y Juan Diego Botto.

En conclusión que todo eso de la separación de poderes y la imparcialidad de la justicia quedará una vez más como un mal chiste. Y si llegamos a esa conclusión tenemos un problema mucho más grave que el hecho de que Garzón esté sentado en el lado malo de la sala de vistas.




Down by law. Parte primera.



Resulta difícil separar el nombre del juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón de la actualidad española de las últimas décadas. Y no sólo en el campo de la justicia.

Precisamente se cumplió no hace mucho el veinte aniversario de lo que se conoció entonces como “Operación Nécora”, la gran redada contra el narcotráfico gallego de la que este Juez fue santo y seña y que creo recordar que significó su salto a la fama.

El hecho de que posteriormente muchos de los acusados quedaran en libertad o recibieran penas muy inferiores a las esperadas no disminuyó demasiado el prestigio adquirido por el primer juez estrella de nuestro país. En todo caso se achacó el resultado final de dicho proceso a un sentimiento de revancha por parte de los magistrados del tribunal contra el juez instructor del caso al que envidiaban por su notoriedad (algo de eso habría ya que recuerdo también que en la sentencia se hacía alguna clase de mención a “lo mal instruido” que había estado el sumario). Lo cierto es que de todo aquello nos quedaron únicamente una serie de personajes impagables del crimen organizado nacional como Laureano Oubiña, los Charlines o Sito Miñanco, sin olvidar al narcotraficante arrepentido Ricardo Portabales (al que por cierto hace poco se le ha retirado la escolta y la pensión de chivato).








Paralelamente a esta actividad el Juez seguía con otros sumarios de mucha trascendencia pública como los que instruyó en casos de terrorismo. A medida que su popularidad aumentaba también lo hacía la animadversión en su contra (sin que dicha animadversión tuviera que tener un motivo fundado, algo por otro lado característico de la raza humana en general y de la española en particular). Se le criticaba mucho por ejemplo que, para supuestamente continuar en su status de “juez estrella,” incluso manipulaba los procedimientos habituales para que recayeran en su jurisdicción los casos más llamativos.

Estas críticas devinieron en pandemónium cuando en 1993 se hizo público que el juez más famoso de España concurría a las elecciones generales por el PSOE y en el puesto número dos por Madrid nada menos, teniendo únicamente delante al mismismo Felipe González. En ese momento Garzón había perdido ya su condición de magistrado y por lo tanto se le podía criticar abiertamente y la prensa conservadora no se cansó de ello, se le caricaturizaba disfrazado de vedette, se hacía burla de su voz aflautada (que hasta ese momento no habíamos oído pues lo cierto es que para ser un juez estrella el hombre no concedía ninguna entrevista) y se ponía en duda su imparcialidad como juez insinuando que ya entonces seguía dictámenes del partido que gobernaba España en aquélla época.






Posiblemente aquella maniobra pirotécnica fue orquestada por el maquiavélico Felipe González con el ánimo de asestar un golpe de efecto ante unas elecciones en las que parecía que su largo reinado tocaba a su fin. Nunca se sabrá la influencia final que tuvo en los comicios de aquel año el factor Garzón pero lo cierto es que el PSOE se alzó una vez más con la victoria de forma sorprendente lo que no hizo sino aumentar la inquina que la derecha y su prensa albergaba contra el juez con voz de vicetiple.

Lo cierto es que se había hablado mucho de su aterrizaje en la política pero no de lo que pasaría después de que se apagaran los motores, posiblemente él tampoco lo había hablado. Quizás pensó que le harían Ministro (o eso se dijo en su momento) pero lo cierto es que terminó siendo nombrado delegado del Gobierno en el Plan Nacional sobre Drogas, con rango de secretario de Estado. Un cargo con un nombre muy extenso pero que posiblemente (tal y como dijo una vez George Bush padre refiriéndose en su caso al cargo de Vicepresidente de los Estados Unidos) valía tanto como una jarra llena de saliva caliente. En definitiva, cualquiera que fuesen sus intenciones al entrar en político había terminado por convertirse en un florero.

Pero puede que la gota que colmó el vaso fue algo que sucedió en un acto público organizado por la susodicha Secretaría responsable del Plan Nacional sobre Drogas. Se trataba de un concierto de Loquillo antes del cual salió el propio Garzón a decir unas palabras. El público (que posiblemente había acudido a ver al rockero catalán sin importarle un pimiento quien organizaba el bolo) comenzó a abuchear al juez excedente llamándole además hijo de puta con todas las letras. Quizás en ese momento se produjo esa reacción traumática también conocida como “¡Me están silbando a mí! ¡A quien todo el mundo amaba!”.

Como quiera que fuese lo cierto es que Garzón abandonó el cargo y solicitó su reingreso en la judicatura en medio de la rechifla de la derecha nacional.

Pero al poco tiempo sucedió algo que hizo cambiar las tornas. El reincorporado juez sacó de las catacumbas el sumario del caso GAL, el grupo antiterrorista parapolicial que, en medio de la complacencia de casi todo el mundo político español de la época, se dedicó al asesinato de etarras, simpatizantes y amigos de simpatizantes desde 1983 a 1987. Lo cierto es que todo el mundo se había olvidado ya de aquel turbio asunto pero una serie de factores concatenados lo sacaron a la luz.




En primer lugar José Amedo, uno de los condenados durante la investigación anterior (y uno de los individuos más aterradores de la actualidad española de la segunda mitad del siglo XX) dejó de ser sobornado por el Estado para guardar silencio y tuvo que empezar a ganarse la vida de un modo distinto. En segundo lugar, tras la ya mencionada inesperada victoria de Felipe González, se habían desatado todas las fuerzas del infierno y la prensa anti felipista se dedicó a hincar el diente (con razón o sin ella aunque lo cierto es que la mayor parte de las veces sí que era con razón) en cualquier cosa que pudiera perjudicar al partido en el poder. Todos estos esfuerzos cristalizaron en la reapertura del caso por el juez Garzón y esta vez con importantes figuras del PSOE (entre ellas el ex Ministro del Interior durante los años del plomo, José Barrionuevo) implicadas en él.






En ese momento las cañas se volvieron lanzas y viceversa. Los que antes criticaban al juez ahora le ensalzaban y los que antes le habían jaleado ahora declaraban que la reapertura del caso estaba provocada por una venganza personal contra el partido responsable de su desgraciada incursión en la política.

Reconozco que en su día yo también pensé en esto último. Hasta ese momento no había tenido una mala opinión del juez (tampoco buena, de hecho no recuerdo haber tenido opinión de ninguna clase sobre este señor) pero me parecía asombroso que un juez pudiera instruir una causa contra unas personas que hasta hace no mucho habían sido compañeros de proyecto político y de ministerio.

Lo cierto es que el caso terminó por salir adelante mandando de paso a Barrionuevo y algunos de sus esbirros a la cárcel y contribuyendo (una vez más, quien sabe en qué grado) a la derrota del Partido Socialista en las siguientes elecciones. De esta manera se podía decir que Garzón había contribuido consecutivamente a una victoria y una derrota electoral del mismo partido.





Los años pasaron pero Garzón siguió en el candelero y ya no sólo a nivel nacional. En otoño de 1998 el juez alcanzó fama en todo el mundo al conseguir la asombrosa hazaña de que el ex dictador chileno Augusto Pinochet fuera detenido durante una visita privada a Londres. Durante 503 días se prolongó la forzada estancia del vejete en las islas británicas mientras pendía de un hilo su extradición a España. La medida gozó del aplauso de los sectores progresistas (incluyendo los del PSOE que ya parecían haber perdonado su desafección) y enfadó a los más conservadores (Margaret Tatcher incluida, la dama de hierro incluso llegó a visitar al general en su laberinto para tomar el té) al tiempo que inquietaba a los estados de todo el mundo puesto que si la iniciativa salía adelante ¿quién impediría al juez dictar ordenes semejantes contra cualquier gobernante del signo que fuese estuviera o no en el poder?. La situación horrorizaba especialmente al Gobierno español estremecido ante la idea de ver al ex dictador aterrizar en Madrid para ser juzgado.





Al final los ingleses se quitaron el muerto de encima y decidieron liberar a Pinochet alegando razones humanitarias. Pero la veda se había abierto y el ex dictador sufrió de nuevo el calvario judicial en su propio país aunque jamás llegó a pagar en serio por sus crímenes.

A estas alturas estaba claro que Garzón se había convertido en un tipo verdaderamente peligroso. Alguien capaz de disparar, con o sin motivo, contra quien estimara oportuno sin importarle las consecuencias resulta un verdadero quebradero de cabeza para el poder establecido.

Garzón siguió apuntando alto incluyendo procedimientos contra los dos grandes grupos bancarios nacionales (BBVA y Banco de Santander), contra la trama de corrupción vinculada al Partido Popular (Wurtel y demás) hasta llegar al caso que puede ocasionar su caída en desgracia. Pero de eso hablaremos otro día porque este post se ha extendido mucho más de lo que yo había previsto.

Friday, April 09, 2010

Abecedario del crimen. Capítulo XVIII. Henry, retrato de un caradura.

En los años en los que estalló el extraño caso de Henry Lee Lucas esta clase de noticias no solía ser reflejada, para bien o para mal y al contrario de lo que ocurre en nuestros días, en los informativos españoles. De manera que esta historia me llegó de manera indirecta a través de un documental sobre asesinos en serie que programó la segunda cadena allá por 1986. En ese programa se hablaba de un individuo que confesó haber asesinado a 165 personas en 35 estados diferentes. Era una cifra tan rotunda y, por decirlo de alguna manera, tan “industrial” que no podía dejar de causar impacto.

A lo largo de los años siguientes me siguieron llegando noticias con cuentagotas sobre este prolífico criminal y parte de ellas tenían que ver con una película de la que hablaremos más tarde. Fue con la adquisición de algunos libros (incluido el Abecedario del Crimen) y por último con la llegada de Internet cuando por fin me pude hacer una idea (siempre incompleta) de las circunstancias de esta extraña historia.




Henry Lee Lucas nació en Texas en 1937 y tuvo una infancia no solamente violenta (los golpes de su madre, una india de la tribu Chippewa llamada Nellie, le provocaron lesiones cerebrales) sino además bastante bizarra: por el motivo que fuese Nellie crió al pequeño Lucas como si de una niña se tratara, tal es así que el primer día de colegio Lucas se presentó con el cabello rizado y luciendo un vestidito.





Por si esto fuera poco su padre (que había perdido ambas piernas a causa de un accidente ferroviario) había muerto congelado cuando su mujer le había echado de casa. Cuando el niño llegó a la adolescencia ya ostentaba un penoso rictus en la boca, lucía un ojo de vidrio y había intentado suicidarse numerosas veces.




Algunos años más tarde, en 1960 Henry pasó a la acción y asesinó a puñaladas a su madre que ya tenía setenta y cuatro años. Tras pasar 15 años en la prisión de Jackson, Michigan, Lucas salió en libertad en 1975 sin haber mejorado demasiado su aspecto lo que, junto con sus antecedentes, le condujo a llevar una vida de criminal vagabundo.



Durante uno de sus múltiples viajes Henry conoció a alguien que jugaría un papel muy importante en lo que sucedió a continuación, se trataba de Otis Elwood Toole otro arquetípico espécimen de basura blanca pobre.


Toole nació en Jacksonville (Florida) el 5 de marzo de 1947 y tuvo la típica infancia (entre los de su condición) dominada por el alcohol, los malos tratos y el incesto (tuvo relaciones con su hermana mayor y con su padrastro) con el añadido en su caso del pintoresco detalle de una abuela satanista a la que, desde los cinco años, acompañaba en sus expediciones al cementerio local para obtener huesos humanos. Al igual que en el caso de Henry un golpe en la cabeza le produjo convulsiones y crisis nerviosas así como una lentitud rayana en el retraso mental. Desde la adolescencia experimenta placer sexual provocando incendios y antes de cumplir los quince años ya había cumplido condena por robo y por ejercer la prostitución. Posteriormente afirmó que a los 14 años había cometido su primer homicidio cuando asesinó, según él en defensa propia, a un hombre que le había recogido cuando hacía auto stop.

El encuentro entre los dos individuos se produce en febrero de 1979 cuando Ottis se tropieza con Lucas en un refugio para mendigos. Según las propias palabras del primero, Henry parecía alguien a quien hubieran encontrado en un cubo de basura. Ottis se lo llevó a su casa y lo convirtió en su amante aunque tenía que luchar duramente para conseguir que el vagabundo se lavara aunque fuera una vez a la semana. Ambos trabajan ocasionalmente en una constructora aunque la mayor parte del tiempo se la pasaban vagabundeando por la autopista I-35 en un coche de segunda mano deteniéndose, siempre según Ottis, cuando Henry localizaba a algún animal de granja con el que poder mantener relaciones sexuales. A menudo llevan con ellos a los sobrinos de Toole entre los que se encuentra Becky de 12 años que padece también un o retraso mental. Henry se enamora de Becky y acaban fugándose juntos.




Más adelante Henry y Becky se instalan en una comunidad religiosa de Montague, en Texas. Una granjera de 80 años, Kate Pearl Rich, los contrata como criados. El 18 de septiembre de 1982 informan al sheriff de Montague de la desaparición de la anciana. Sospecha enseguida de Lucas, que se ha marchado a California. Cuando regresa a Montague, el 17 de octubre de 1982, está solo. Explica al sheriff que Becky lo ha dejado para irse con un camionero y asegura que no sabe nada de la desaparición de la anciana Kate Rich, tras algunos interrogatorios la policía no tiene más remedio que dejarle en libertad. Pero posteriormente vuelve a ser detenido por posesión de armas y termina por confesar los asesinatos de Kate y Becky. Era el 9 de mayo de 1983.


Pero lo que podía haber sido un vulgar caso de asesinato comienza a complicarse cuando Henry afirma haber matado a muchas más víctimas, primero habló de 60 crímenes. A medida que las implicaciones aumentaban, los Rangers de Texas crearon una Comisión Especial Henry Lee Lucas a fin de coordinar sus esfuerzos. En cuanto se hicieron públicas las confesiones de Henry la Comisión recibió más de 70 conferencias puestas desde diversos despachos policiales ansiosos por resolver toda clase de asesinatos. Henry lo admitía todo con gran desenvoltura afirmando “He estrangulado, apuñalado, golpeado y huido, disparado, robado, clavado punzones, ahorcado, de todo…”. También confesó haber trabajado ocasionalmente como asesino a sueldo para una sombría organización conocida como “La Mano de la Muerte” afirmando que, siguiendo sus ordenes, había secuestrado a niños y los había llevado a México con el propósito de filmar snuff movies.



Poco después de las primeras declaraciones el tétrico recuento de Lucas se elevaba ya a 150 muertes. En 1984 más de ochenta agentes procedentes de veinte estados se congregaron en un Holiday Inn de Louisiana para presenciar durante dos días un pase especial de los vídeos de Henry Lee Lucas. Hablando hacia la cámara, Lucas recitaba una letanía de matanzas y mutilaciones cuya cifra pareció estabilizarse, después de muchas pesquisas en 210. Los que asistieron a la macabra convención lo compararon con la atmósfera de un mercado de valores: todo el mundo gritando y haciendo gestos con la mano para tratar de reclamar atención para su caso en particular.





Pero Lucas no se detuvo ahí. Siguió buceando en su memoria y elevo el listón a 360 muertos, luego llegó a 630 y finalmente al millar. Convertido en una celebridad periodística, su historia daría pie a un torrente de libros sorprendentemente nebulosos. Ya no tenía aspecto de vagabundo y en sus apariciones vestía traje con chaleco, usaba gafas de sol e iban bien peinado.




“Empezaron a hacerme una entrevista tras otra – se sorprendió-. Todo el día salía por la tele…Llegué a pensar que era la estrella más importante del país, más grande incluso que Elvis Presley, era un rey, tenía todo cuanto deseaba, tenía dinero, tenía una tele en color, comida de toda clase y tabaco a raudales”. Además entre Lucas y sus cuidadores se estableció una estrecha relación profesional. “Me sentía muy ligado al sheriff Boutwell –solía recordar-. Éramos como padre e hijo”.

El procedimiento con el que trabajaba la Comisión era el siguiente. Hacía saber a la policía de los diversos estados que, si alguno tenía un caso no resuelto en su jurisdicción, podía mandar los datos particulares y ellos iniciarían una investigación y aconsejarían sobre el personarse en Tejas y hacer las preguntas directamente a Lucas. De esta manera se enviaba la carpeta del caso a los Rangers y ellos trataban del asunto con el preso mostrándole las características del homicidio así como las fotos del escenario del crimen. Luego le preguntaban si había cometido el asesinato. A veces decía que no, pero cuando decía que sí la cosa podía terminar con Lucas viajando al estado en el cual había ocurrido el asesinato, para visitar la escena del crimen, prestar declaración en un juicio y demás. Casi siempre, no había otras pruebas ni testigos en las que basar la culpabilidad de aquel crimen.

De este modo Henry conseguía salir de su celda, desprovista de aire acondicionado, de Tejas durante largos períodos de tiempo; en sus excusiones, le llevaban a lejanas localidades en avión o en coche, se alojaba en hoteles, comía en restaurantes, y en general era tratado como una celebridad.

Un agente de la central de Houston entrevistó a Lucas, y le preguntó si había tenido que ver con las muertes de unos seguidores de una secta en la Guayana. “Sí”, respondió Lucas. El agente le preguntó cómo había llegado allí. “Conduciendo mi coche”, contestó Lucas. Posteriormente Lucas dijo que no estaba muy seguro de la localización de la Guayana pero que pensaba que estaba en Louisiana o en Tejas.

Al mismo tiempo que confesaba sus fechorías Henry empezó a mencionar a Ottis como un cómplice de las mimas. Cuando estalló el caso, Toole estaba ya en prisión condenado a veinte años por provocar un incendio. La primera reacción de Toole cuando su amigo le implicó en más de un centenar de asesinatos fue primero de estupor, luego afirmó no recordar mucho de sus vagabundeos con Henry ya que por aquel entonces estaba siempre borracho y drogado (lo cual era seguramente cierto). Por fin acabó también por confesar esos delitos y cualquier otro que le presentaran. Más adelante se animó incluso a declarase culpable de uno de los crímenes sin resolver más célebres de su época, el de Adam Walsh, un chico de seis años que materializó la recurrente pesadilla suburbana del niño que desaparece de unos grandes almacenes.




La desaparición y posterior hallazgo de partes del cadáver de Adam (concretamente su cabeza) tuvo una gran cobertura nacional que no menguó con los años debido a que su padre John Walsh terminó por convertirse en presentador de America´s Most Wanted un programa de televisión que analizaba casos sin resolver.



John Walsh se mostró dispuesto a creer en la culpabilidad de Ottis pero en este caso las autoridades no parecieron muy inclinadas a compartir esa creencia debido al hecho de que se sospechaba que la carta de confesión de Toole había sido escrita por otro asesino en serie Geard John Shaefer que trataba de obtener beneficios penitenciarios por haber denunciado a “un peligroso criminal”



Lo cierto es que Toole jamás fue juzgado por este delito en particular. Muchos años más tarde la policía declaró que efectivamente Toole era el autor del rapto y posterior asesinato de Adam aunque sin aportar pruebas concluyentes con lo que da la impresión de que sus intenciones eran más bien dar algún consuelo a un hombre torturado durante décadas por el homicidio sin resolver de su hijo.




El 28 de diciembre de 1983 llevan a Lucas en avión a Jacksonville para carearlo con Toole. Es la primera vez que se ven después de su detención. En la breve entrevista, filmada, entre los dos hombres, Lucas confiesa a su amante y cómplice que mató a Becky Powell y le pide pedón por ello. Toole se lo concede. Los dos hombres se abrazan brevemente como dos viejos camaradas que se habían enfadado por una nimiedad.






En las numerosas entrevistas concedidas posteriormente, Ottis siguió mostrándose dubitativo en cuanto a los supuestos crímenes cometidos en común con Henry refugiándose una vez más en los nebulosos recuerdos causados por el alcohol y las drogas. Sin embargo parecía más lúcido cuando hablaba de los incendios que había provocado y que recordaba con exactitud.

Los primeros en levantar la liebre fueron los padres de Debra Sue Williamson una muchacha de 18 años asesinada en agosto de 1975. Lucas fue cuestionado sobre el caso y terminó describiendo cómo se había introducido en el domicilio de la familia y había apuñalado hasta la muerte a la muchacha. Pero los padres de la joven declararon a la Comisión Especial que en la época del asesinato su casa estaba pintada de un color diferente al que había descrito Henry (él había mencionado una casa blanca que era precisamente el color en el que estaba pintada en la actualidad); además, la puerta trasera estaba sellada desde siempre y su hija había muerto en el jardín. Obsesionados con el caso la familia de Debra Sue localizó a la hermana de Lucas quien afirmó que éste había pasado el día del asesinato en Lubbock, Texas, a 3.500 km del lugar del crimen. Sin embargo nadie hizo caso de las objeciones de la familia, como padres dolientes carecían de apoyo oficial.

Esta sorprendente actitud de las autoridades resulta bastante complicada de analizar. Por un lado tenemos a departamentos de policía de todo el suroeste del país especialmente preocupados por índices y estadísticas y por lo tanto empeñados en resolver casos que llevaban años brujuleando por sus archivos. Por otro lado es comprensible el entusiasmo de unos funcionarios acostumbrados a lidiar con toda clase de miserables criaturas que cometían crímenes absurdos de la manera más negligente posible, cuando estos funcionarios se topaban con lo que aparentaba ser un supervillano -de esos que sólo salen en las películas- ninguno podía resistirse a creer en su existencia aceptando los hechos que favorecían sus teorías y descartando aquellos que las contradecían (cuando lo recomendable sería hacer exactamente lo contrario). A esto hay que añadir esa irresistible ansia de notoriedad que parece animar a todos los seres humanos en general y a los estadounidenses en particular y también la presencia de unos medios de comunicación y de un público espectador muy interesado por las historias de crímenes reales y siempre dispuestos a anteponer la leyenda a la realidad. El resultado de todo esto es que cualquier cosa que saliera de los labios de Henry era creída a pies juntillas.

Pero era imposible que esta ilusión colectiva durara demasiado. Por aquel entonces Vic Feazell, fiscal del distrito de Waco, Texas, inició un proceso contra Lucas por tres asesinatos. Pero, extrañado de que las únicas pruebas fueran las confesiones del propio Lucas, ordenó una investigación a fondo.

Feazell obtuvo copias de los talones de pago de Lucas, de los ficheros laborales, de sus solicitudes de cupones de comida y de sus multas de tráfico, reconstruyendo así, con meridiana facilidad, un itinerario bastante completo de su vagabundeos, que no coincidía con los datos que manejaba la Comisión Especial. Así descubrió que el momento en el que se producían muchos de los crímenes Henry estaba, de forma verificable con documentos, a muchos kilómetros de distancia de lugar de los hechos. Se comprobó incluso que, en el momento en el que se produjeron dos de las muertes que se había atribuido, el sospechoso estaba cumpliendo condena.

Pertrechado con estas pruebas el fiscal visitó a Lucas en la penitenciaria de Huntsville, Texas. “Sabemos que no has cometido estos crímenes”, le dijo. Lucas sonrió: “Me preguntaba cuánto tardaría alguien en darse cuenta de ello”.

Feazell entró en franco conflicto con la temible Comisión Especial. Prácticamente exento de credibilidad (a estas alturas el sistema ya sólo temía quedar ridiculizado), se vio envuelto en una virulenta investigación sobre corrupción federal; lo esposaron y acusaron de estafa, hurto y homicidio. Feazell asumió su propia defensa y logró reivindicar su buen nombre, amén de obtener la cifra récord de 85 millones de dólares por calumnias y difamación.

Para entonces Lucas ya se había cansado de asumir el papel del mayor asesino del mundo. Estaba en el corredor de la muerte en espera de ser ejecutado. Empezó a retractarse y su cuente descendente de la cifra mortífera quedó reducida a un único asesinato: el de su Madre, por el que ya había cumplido condena. Ni siquiera ha podido corroborarse el relato de su infancia miserable.

Es posible que Lucas extrajera los nombres de sus supuestas víctimas (cuando los proporcionaba) de recortes de periódico. Pero esto implicaría la existencia de un plan previo. La explicación más sensata es, sin embargo, más sencilla. La ofrece el propio Lucas: “No era yo quien ponía en manos de la policía estas muertes sino ellos quienes las traían y me hablaban de ellas. Cada vez que venían a mí con un caso de asesinato yo lo aceptaba, fuese lo que fuese”. Como se ha descrito el sistema de la Comisión Especial consistía en pedir informes detallados de los crímenes a las sedes policiales distantes; una vez recibidos, Lucas era interrogado, lo cual da a entender que su conocimiento de muchos detalles podía deberse a “filtraciones” secundarias. Cuando todo esto salió a la luz los Ranger de Texas y otras doce agencias se convirtieron en el hazmerreír nacional.

En sus últimos años la televisión mostró a un Lucas amable e inseguro al hablar, que añora los años en que estaba en el candelero. “Era como ser una estrella de cine –recuerda-. Como estar actuando”. También dijo que con aquella pantomima había querido poner de manifiesto lo que él llamaba la estupidez de la policía.




Asimismo el tenebroso aspecto de Ottis mejoró con los años y con el largo tiempo pasado en prisión lejos de las sustancias a las que era adicto aunque seguía habiendo algo indescriptiblemente repulsivo en él a pesar de su aspecto aseado y su amanerada forma de hablar.




Ottis murió en prisión en septiembre de 1996 víctima de una cirrosis hepática. Henry se reunió con él en el infierno el 13 de marzo de 2001 como consecuencia de un ataque cardiaco.

Posiblemente ambos fueran asesinos aunque a un nivel mucho más reducido que el declarado en sus locas confesiones. Parece demostrado que Henry sí que mató a Becky Powell y a Kate Rich pero es dudoso que cometiera muchos más homicidios. Ottis posiblemente fue responsable de la muerte de un hombre durante uno de sus centenares de incendios provocados. De todos modos en la confusión del cyberspacio todavía se encuentran multitud de páginas consagradas al dúo donde se sigue sosteniendo la existencia de innumerables de asesinatos cometidos por estos dos hombres.

Parte de la leyenda está relacionada con la película de John Mcnaughton “Henry, retrato de un asesino”, una producción de 1986 redescubierta (al menos en España) gracias al festival de Sitges que la premió en su edición de 1990.






Hay que decir antes de nada que en el prólogo de la película se anuncia que se trata de una adaptación muy libre de historia real e incluso se mencionaba el hecho de que el autentico Henry había negado posteriormente muchos de los crímenes que declaraba haber cometido. De todos modos la película insistía en el perturbador triangulo amoroso entre Henry, Ottis y Becky y en un modesto análisis psicológico de la personalidad de Henry fundamentado en su traumática infancia presentando al asesino como una figura trágica.




Además el filme resultó una interesante novedad en su época por un tratamiento de la violencia seco y ausente de efectismos en contraposición con los alienantes slayers para adolescentes que proliferaban en aquellos años.



Pero una vez más no conviene que nos dejemos llevar por la fantasía. La admirable película de John Mcnaughton, pinta a Lucas como un hombre que se despertaba por la mañana y salía a matar, así, sin más. Pero el autentico Lucas no mataba. Sólo se despertaba.



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Tuesday, April 06, 2010

Las 110 escenas que me traumatizaron de niño. They shoot horses. Don´t they?