Thursday, February 25, 2010

La isla de las almas perdidas





Prohibido leer si no se ha visto.



Dice Martin Scorcese en el programa de mano que acompaña a la película que: "Este es el tipo de historia que me gusta leer para despúes verla en pantalla. Todos estos años, creo que me he mantenido alejado de cierto típo de películas que emulan un estilo que es como un referente cinéfilo, pero al final son películas que vuelvo a ver una y otra vez"


Nadie puede decir que el director italoamericano no haya sido capaz de desarrollar una carrera ecléctica en la que caben (sin entrar a dirimir en la calidad de cada una de ellas) "Taxi Driver" y "El rey del a comedia", "Toro salvaje" y "New York New York", "Goodfellas" y "After hours", "La edad de la inocencia" y "La última tentación de Cristo". Pero, tal y como él mismo dice, no recuerdo que jamás hubiera hecho una película como esta tan susceptible de ser encorsetada en un subgénero particular que tiene sus propias reglas, en este caso el subgénero de la "trick story".


Dicho subgénero (ya estemos hablando de cine, televisión o literatura) consiste en contar una determinada historia con un giro final insospechado que obliga a releer (o rever) el relato desde un principio puesto que a lo largo del mismo se han deslizado indicaciones o pistas sobre el desenlace final, indicaciones o pistas que sólo cobran sentido en ese momento en el que tiene lugar tal desenlace. Todo esto ocurre, claro está, si el autor del relato es lo bastante habilidoso como para llevarlo a cabo.

No podría decir quien o quienes fueron los iniciadores de este peculiar subgénero aunque lo que sí puedo decir es que uno de los que lo cultivaron con mayor maestría fue el escritor neoyorquino O.Henry, a quien he mencionado ya en el pasado (lo sé porque lo he comprobado en el buscador del blog).







Pero sin duda el ejemplo más conocido de esta técnica narrativa, al menos en el aspecto cinematográfico y en lo que al cine del siglo XXI se refiere, lo constituye "El sexto sentido" el primero y seguramente el mayor éxito de M. Night Shayamalan, tanto que el cineasta quedó vinculado para siempre a dicho estilo a pesar de que no volvió a practicarlo, o al menos no de un modo tan evidente, en el resto de su filmografía.



La cuestión de si el cineasta de origen hindú es o no un gran director será siempre objeto de discusión pero sería mezquino negar que dió en el clavo cuando engañó a los millones de espectadores que acudieron a ver "El sexto sentido" en todo el mundo. El caso es que otros realizadores con mayor reconocimiento a nivel cinéfilo pueden fracasar tratando de llevar adelante alguna de estas historias, es el caso de Christopher Nolan que lo hizo miserablemente en "The Prestigue" una película de magia en la que al realizador se le escapaban los conejos antes de poder meterlos en la chistera.







Lo que quiero decir con todo esto es que quizás Shayamalan sería incapaz de hacer una película como "Casino" pero es justo decir que Scorcese, asimismo, hizo muy bien cuando en el pasado no quiso abordar una película tan genérica como esta. Porque si el realizador trataba de hacer una "trick story" no le ha salido muy bien. Casi desde el principio el espectador cae en la cuenta de que el tema de la película no es la desaparición de una interna de la isla de los locos sino la propia personalidad del inspector Daniels (Leonardo DiCaprio) que ya desde el primer momento se manifesta como impropia para investigar todo aquello que no sea su desquiciada mente. De este modo, si lo que se pretendía era sorprender al espectador lo cierto es que el efecto final es bastante decepcionante y además desagradablemente subrayado por un flashback largo e innecesario en el que por añadidura DiCaprio revela todas sus limitaciones como actor (en una escena que recordaba el final de "Seven" y el célebre ataque de diarrea de Brad Pitt).


Por lo demás ninguna de las tramas parelelas (el ambiente de terror anticomunista que dominaba los Estados Unidos en los años cincuenta, el pasado de Daniels como soldado que participó en la liberación de Dachau, las disquisiciones sobre teorías psiquiátricas,...) conduce a nada y Scorcese ni siquiera es capaz de aprovechar el ambiente tenebroso de la isla-prisión y sus habitantes para crear el clima de inquietud y ansiedad que sin duda trataba de provocar (al contrario de lo que hizo en la nunca suficientemente reivindicada "El cabo del miedo").




En resumen "Shutter Island" es una película fallida de la que sólo destacaría la escena que supone el climax de la historia y que se desarrolla en la torre del faro por más que quede algo deslucida por la presencia en ella de Mark Ruffalo, un hombre incapacitado artistica y físicamente para interpretar el papel que le han asignado.































Saturday, February 20, 2010

Una semana en el motor de una estufa

Las tres películas anunciadas , el comentario es apto únicamente para aquellos que ya las han visto con excepción posiblemente de la tercera de ellas.

1. Two for the road



En primer lugar tengo que hacer la inevitable aclaración previa de que no he leído el libro en el que está basado la película, ni ese ni ningún otro de Cormac McCarthy un autor que, por lo demás, tengo la desagradable sensación de que no me va a gustar (aún así quisiera al menos leer sus tres obras más renombradas que son la "La carretera", "No es país para viejos" y "Meridiano de sangre). Y es una declaración inevitable porque -inevitablemente también- gran parte de los comentarios que giran alrededor de la obra del desconocido director John Hillcoat se empeñan en comparar la película con su original literario.

En esta ocasión, y a falta de hacer mi propio análisis comparativo cuando finalmente lea la historia de McCarthy, tengo que decir que el habitualmente aburrido y estéril debate que se establece entre un libro y su adaptación cinematográfica puede que tenga algún sentido. Digo esto porque considero que la parte más valiosa del drama que se nos está narrando sólo se revela durante la última cuarta parte del metraje y que posiblemente por ello sea también esta la parte más deudora del libro en el que se inspira.

Hasta ese momento lo que se muestra no es sino un cuidado ejercicio de la clásica narración de género post-apocalíptico que responde casi punto por punto a las reglas no escritas de dicho género, reglas que han sido reveladas en muchas películas anteriores ya sea de forma directa o indirecta: desde la primera versión de "La guerra de los mundos" (la película más antigua que recuerdo sobre este tema aunque es seguro que hay alguna incluso anterior) hasta la reciente 2012.

Ni siquiera el hecho de que la catástrofe que precipita el mundo civilizado hacia el caos no tenga un origen definido es novedosa ya que esto aparecía de forma mucho más radical en "Los tiempos del lobo" de Michael Haneke (película que tiene por cierto bastantes más cosas en común con "La carretera").


Todo esto no quiere decir por otro lado que la película me resultara mala o aburrida, repito que todos los aspectos del filme están muy cuidados: las interpretaciones son perfectas (quizás Viggo esté ya un poco decrepito para este papel y no lo digo por las escenas en las que es obligatorio que lo esté), la fotografía, cortesía del reputado profesional vasco Javier Aguirresarobe, es acertadamente siniestra lo mismo que los paisajes y la escenografía en general que contribuyen con éxito a crear la atmósfera pretendida. Asimismo la descripción de las tribulaciones de los personajes consiguen la necesaria implicación del espectador (uno llegaba a sentir verdadero alivio cuando la hambrienta pareja encuentra ese refugio temporal donde además pueden darse un baño y quitarse de encima la patina del camino) y reconozco que la intrusión de los protagonistas en la guarida de los caníbales es una escena tan horripilante que tardará mucho en borrarse de mi memoria.

Pero a pesar de todo ello repito que, con alguna que otra variante sin demasiada importancia (en conjunto me pareció todo de un tono excesivamente feista incluso tratándose de un tema muy propenso para ello), no se estaba viendo nada que no se hubiera visto antes y por lo tanto el sólido espectáculo cinematográfico que es "La carretera" tampoco me estaba resultando demasiado interesante (algo que por cierto me sucedió también y por el mismo motivo durante el visionado de la mencionada "Los tiempos del lobo") o por lo menos no hasta que casi al final de la trama se desvelan algunas de las que, personalmente, considero las claves de la película.

Una de ellas sería el hecho de que, ante la premonición de su inminente muerte, el padre trata de inculcar a su hijo una lección acelerada de cómo sobrevivir en el infierno que le espera. Parte de esas lecciones no son fáciles de digerir y tienen que ver con el también clásico argumento de cómo las barreras de la civilización se vienen abajo en cuanto alguna catástrofe hace saltar la débil sensación de confianza que ofrece la sociedad urbana (por cierto aprovecho para añadir que sobre este tema un par de capítulos de The Twilight Zone le dan sopas con onda a MacCarthy y a sus adaptadores). El padre trata de inculcar en el niño la desconfianza y el egoísmo como una pura cuestión de adaptación a la época de salvajismo en la que el chico se verá obligado a vivir. Un egoísmo que por otro lado tampoco carece de reglas personales pues padre e hijo parecen preferir el hambre a cualquier posibilidad de caer en el canibalismo que impera a su alrededor, quizás el último escrúpulo que les queda de la sociedad que acaba de desaparecer.

Parte del argumento se compone de este modo de una dialéctica entre las lecciones del padre y la reticencia de su hijo a aceptarlas, de ahí la pugna por socorrer o no al viejo andrajoso que encuentran en su camino (irreconocible Robert Duvall) o la piedad que el chico siente por el hombre negro que trata de robarles sus pertenencias. Las opciones parecen estar entre ser de la "gente mala" (los caníbales), de la "gente buena" (como lo es el chico o como piensa que él y su padre deben ser) u optar por una tercera vía en la que es necesario cierto grado de envilecimiento moral para poder seguir vivo en el nuevo mundo, un poco al estilo de la segunda versión cinematográfica de "La guerra de los mundos" en la que Tom Cruise asumía el homicidio como una cuestión inevitable para poder salvar a su familia.

Sin embargo la película parece indicar también que este afán de adaptación por la vía de la desconfianza puede producir un efecto contraproducente. Esto se revela en dos escenas muy significativas que tienen lugar igualmente al final de la película, una de ellas se produce durante el combate entre el padre y otra pareja de fugitivos en el que ambos bandos averiguan que se han matado mutuamente porque cada uno pensaba que estaba siendo perseguido por el otro. La otra escena llega durante la conclusión de la película cuando el niño es adoptado por otra familia (encabezada por un igualmente irreconocible Guy Pearce) que había seguido a los protagonistas durante gran parte de su recorrido sin atreverse a entrar en contacto con ellos precisamente debido a la desconfianza recíproca.

De este modo el argumento encierra una paradoja según la cual el temor hacia los otros puede ser visto a un tiempo como salvación y como condena. Un punto de vista interesante pero en el que la película entra tarde y mal dejando al final de todo un gusto poco satisfactorio aunque por otro lado este supuesto "happy end" tampoco me ha resultado tan chirriante como en otras ocasiones o al menos no resulta incoherente con el todo de la película que por más miserias físicas y morales que muestre no deja de ser, según yo lo veo, una visión optimista sobre la humanidad o al menos sobre parte de ella (la parte que no se come el hígado de sus semejantes). Algo que se refleja en la propia personalidad del padre que, a diferencia de su mujer (que decide desaparecer junto con el viejo mundo asumiendo así que no podrá sobrevivir en el nuevo), jamás se dejará abandonar por la desesperación empeñándose en una supervivencia contra toda lógica y esperanza emprendiendo un camino cuyo destino final no es otro que el de seguir luchando pese a todo. Un poco al estilo de la segunda parte de "Mad max" que recordemos que era una película sobre gente que recorría el desierto en busca de gasolina con la que seguir.....recorriendo el desierto para buscar más gasolina.

2. Embelleciendo lo que vosotros despreciáis.


"Precious" es una película que:

a) argumentalmente no tiene ni pies ni cabeza

b) está protagonizada por una actriz con la que es
imposible identificarse y no por que sea obesa y fea (que lo
es) sino porque su interpretación es hermética tanto en
expresión facial como en palabras (suele hablar en un argot del guetto casi imposible de descifrar y aprovecho esto para decir que el que no ha visto esta película en versión original no puede decir que la ha visto)

c) una de sus principales bazas narrativas, el recurso de Precious para evadirse de la realidad mediante una serie de delirios en los que transforma las humillaciones y violencias que sufre diariamente en imágenes llenas de belleza y glamour, acaba por resultar ajena a la trama cuando en teoría debería complementarla tal y como se hacía, por poner dos ejemplos que se vienen a la cabeza, en "Criaturas celestiales" o "Mi vida en rosa". Es decir que este recursos sin ser molesto resulta del todo prescindible y también olvidable (o al menos no será esto lo que yo recuerde cuando piense en el futuro en la película si es que tal cosa sucede)

Parecería que dadas las circunstancias estaríamos ante una mala película ¿verdad? pues resulta que no lo es. ¿Qué sucede entonces? bueno, pues misterios del cine, a veces ocurre que a pesar de todas los deméritos un filme consigue encontrar la fórmula de implicar las emociones del espectador en aquello que se esta narrando aunque sólo sea a ráfagas tal y como sucede en esta película. Pero estas ráfagas llegan a lograr la excelencia algo que se demuestra en escenas como las del terrible enfrentamiento entre la chica y su madre (tanto el enfrentamiento físico como en el enfrentamiento verbal con el que culmina la película) o todas las que hacen referencia a las compañeras de clase de Precious, cada una de las cuales daría para una película dedicada a ella.

De alguna manera los autores de la cinta consiguen dar con esa fórmula y de esa manera consiguen lo más importante de todo (mucho más que una buena estructura narrativa) y es que realmente llegues a interesarte por los avatares de la vida de Precious, puedes llegar a sufrir con sus desgracias y sientes deseos de que las cosas le vayan mejor y todo ello, repito, a pesar de ser un personaje con el que en un principio es tan difícil sentir empatía. Pues lo dicho, misterios del cine.

3. Los días extraños nos han alcanzado



Posiblemente hubiera ido a ver esta película al margen de las buenas o malas críticas que generase porque soy muy aficionado al género bélico. Quiero decir con esto, por ejemplo, que disfruté muchísimo viendo la ensalada de tiros que supuso "Black Hawk Dawn" siendo consciente de que es un título que gran parte de la comunidad cinéfila desprecia (y seguramente con razón)

Pero en el caso de "The hurt locker" (titulada en España "En tierra hostil") los comentarios tanto públicos como privados que había recibido así como su sorprendente inclusión en las categorías más relevantes de la lista de nominaciones a los Oscar (mejor película, mejor actor principal y mejor director) me hicieron pensar que verdaderamente estábamos ante algo digno de ver al margen de perversiones cinéfilas personales.

También encontré estimulante el hecho de que la cinta estuviera dirigida por Kathryn Bigelow, una mujer con una carrera bastante heterodoxa en la que predominan algunos títulos poco apreciables pero de gran éxito de público como "Point Break" ("Le llaman Bhodi") y "Días extraños" con otras obras más personales aunque bastante ignoradas como su opera prima "The lovless" (fantasía de grasa y cuero sólo reivindicada por mitómanos del estilo de Guillermo Cabrera Infante que sentía debilidad por ella) o "Near Dark" (road movie de vampiros que se tituló en España "Los viajeros de la noche" y que sólo se pasó en cierta ocasión en el añorado programa "Noche de lobos").

Resulta curioso que "The hurt locker" sea comentada en la misma entrada donde también se habla de "La carretera" puesto que son dos películas, que siendo aparentemente iguales en su formato (despliegue de recursos técnicos mezclados con un cierto mensaje que sólo es revelado al final) producen unas sensaciones tan distintas.

Lo que en "La carretera" aparece como un formalismo impecable pero hueco en la obra de Bigelow se muestra como virtuosismo formal que podría haberse erigido por sí mismo en el único motivo para apreciar la cinta. Tal y como saben los que ya la han visto, la historia (o mejor dicho la no historia) es desarrollada a base de largas y extremadamente tensas escenas de acción organizadas siempre alrededor de un artefacto explosivo que los protagonistas (artificieros del ejercito de los Estados Unidos destinados en Iraq) tratan de desactivar. Estas escenas, que constituyen como se ha dicho la columna vertebral del argumento, están alternadas con algunas otras de transición que muestra el comportamiento de los soldados en los momentos de descanso entre dos misiones, aunque siempre proporcionando información mínima sobre su personalidad y sus pensamientos sobre el lugar en el que se encuentran.

A este respecto el estilo de narrar de Bigelow se asemeja un poco al de las epopeyas bélicas de Samuel Fuller ("Big red one" "Invasión en Birmania") compuestas también por largas y duras escenas bélicas en las que el carácter de los hombres que tomaban parte en ellas quedaba mínimamente delimitado por el propio comportamiento de dichos hombres en el combate. Al igual que en aquellas películas, aquí la guerra es una asunto profesional donde los hombres que participan en ella sólo se preocupan por salir con vida, no hay pues referencias patrióticas ni a las causas o el sentido final del drama en el que se ven inmersos, tampoco hay excesivo hincapié en la animosidad o la empatía con la población local, que es presentado como un grupo de seres humanos que, entre la indolencia y la mera contemplación, tratan de sobrellevar de la mejor manera posible el hecho de convivir diariamente con la violencia y la muerte.

De entre todos los personajes destaca el del sargento William James (Jeremy Renner, un actor que, si no estoy mal informado, sólo había sido protagonista principal en un biopic sobre el asesino Jeffrey Dahmer) precisamente por comportarse de manera inversa a la de sus compañeros (para horror y desconfianza de estos), no eludiendo el peligro sino ejerciendo una insólita complaciencia morbosa en revolcarse en él. Mientras la vida de sus camaradas es una cuenta atrás hasta que llegue el momento de ser relevados de su servicio la suya parece tener sentido únicamente colocándose a sí mismo y a los demás siempre a un paso de la muerte en una actitud que es específicamente calificada en la película como una adicción al combate.

Llegados a esta conclusión se explica el hecho de que los autores del argumento no entren jamás en el terreno político, social o moral cuando retratan la guerra porque eso no es importante. la historia del sargento James no es deudora de ningún contexto concreto, se produce en Iraq como podría haberse producido en Vietnam, en la Guerra Civil Española o en la Tercera Guerra Púnica. Un comportamiento tan autodestructivo (permanecer de forma consciente y voluntaria en una situación que a la larga sólo puede causar la muerte o la mutilación) pertenece por entero al análisis de los aspectos más oscuros de la personalidad humana. Bigelow no aporta explicaciones sino que únicamente describe, pero lo más importante es que, incluso si no se proporcionara al menos algunos indicios para el análisis de las conclusiones a las que llega el espectador contemplando esta película, "The hurt locker" sería un espectáculo digno de admiración algo que no sucedería con "La carretera" y quizás sea por eso por lo que la una haya derrotado de forma tan notoria a la otra en la lista de nominados de este año si es que tal circunstancia le sirve de referencia a alguien.

Wednesday, February 17, 2010

Ustedes-vosotros

Segunda visita a la capital esta vez huyendo de las carnestolendas (por los mismos inexplicables e instransferibles motivos por los que algunos pamploneses huyen de los San Fermines, algunos maños de El Pilar y algunos sevillanos de la Semana Santa).

Películas vistas: 3, "La carretera", "Precious" y "En tierra hostil" de las que ya les contaré mis impresiones

Famosos vistos: Jaime Urrutia y Colm Meaney



He viajado con Vueling algo que quisiera destacar por el hecho de que por lo visto esta compañía tiene la costumbre de tutuear a sus pasajeros por su servicio de megafonía. No sé ustedes pero yo cada vez que escuchaba eso de "Por favor manten tu cinturón abrochado" o "Consulta con la azafata si puedes mantener encendido tu dispositivo electrónico" me parecía como si estuvieran frotandome la nuca con una barra de hielo. Y al finalizar la alocución decían "Te deseamos un feliz vueling". ¿Se dan cuenta? "UN FELIZ VUELING". Nunca más volveré a viajar con ellos

Tuesday, February 09, 2010

Stupid Cupid

En este particular "fnac" que he montado en mi blog dedicado al día de San Valentín nos ocupamos hace un año de la planta dedicada a la música y hace dos a la de las películs. Es lógico pues que en este tercer y último año consagrado al asunto hablemos un poco de la planta dedicada a los libros.

Y en esta ocasión me temo que ocurrirá lo mismo que sucedió hace un año, es decir que voy a tener muy díficil confeccionar una lista de los diez títulos (en esta ocasión de libros) que más me hayan impresionado y que tengan que ver con el gran tema. De hecho tengo que reconocer que la literatura de temática amorosa en cualquiera de sus manifestaciones es algo que jamás me ha interesado lo más mínimo. Y las pocas veces que me he intentado acercar a ella el resultado ha sido un fracaso absoluto. Tal cosa ocurrió por ejemplo con "Los sufrimientos del joven Werther" de J.W. Goethe cuya lectura me convenció de que el tal joven era un pelmazo de tomo y lomo con el que la sufrida Carlota y su no menos sufrido esposo no sabían como lidiar. Un auténtico Urkel del romanticismo vamos.



Otro tanto me ocurrió con la no menos célebre "El amante de Lady Chatterly" un relato del que sólo podía tener esperanzas de que mejorara con un final en el que el marido cornudo e invalido liquidara a la pareja de babosos campestres con una ametralladora Lewis de la I Guerra Mundial



Contrariamente a lo que se pueda pensar, y como creo que he dicho ya en alguna ocasión, lo cierto es que detesto que me sucedan estas cosas y para no seguir añadiendo grandes obras maestras de la literatura al cubo de libros más odiados he decidido olvidarme de este género en particular de manera que la lista de este año queda reducida exclusivamente a un relato corto escrito por Gustavo Adolfo Becquer que a pesar ser, como buen romantico,lo menos parecido un escritor cínico que se pueda imaginar creo que supo captar con este cuento la verdadera naturaleza de esa invento relativamente moderno que tanto tiempo nos ocupa.


EL RAYO DE LUNA

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.

En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar como un junco.

Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba:

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?...

Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.

Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.

En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.

Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.

Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.

La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.

En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.

-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡a estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

-¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie!

-¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen sonando sus pisadas -murmuró otra vez;- creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado... ha hablado... ¿En qué idioma? No sé, pero es una lengua extranjera... Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!

Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.

Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas sobre que se eleva la ermita de San Saturio.

-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.

Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.

Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no pudo contener una blasfemia.

La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.

En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el puente.

Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban sus pardas almenas.

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.

Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas, corriendo al azar de un sitio a otro.

Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;- aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio... por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... en este barrio hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a estas horas?... No hay más; ésta es su casa.

En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.

Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.

Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.

-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde, responde, animal -ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:

-En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.

-Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija, o su hermana; o su esposa, o lo que sea?

-No tiene ninguna mujer consigo.

-¡No tiene ninguna!... Pues ¿quién duerme allí en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?

-¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.

Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito! ¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atravesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.

La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.

Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible.

Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores.

-Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?

-¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

-¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.

-¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.

-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?

-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio.

Wednesday, February 03, 2010

Me has hecho perder el juicio

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No soy demasiado fan de Fernando Savater (su postura en relación al conflicto vasco puede ser loable aunque no conduce a ninguna parte) pero en esta ocasión encuentro tan acertadas sus palabras que se me han humedecido los ojos.