Wednesday, December 30, 2009

Llegada a Plutón

La definición se ha convertido en un término de uso tan común que posiblemente haya perdido buena parte de su significado así que no viene mal preguntarnos, precisamente hoy, qué es eso que denominamos una “película de culto”. Para mí un filme que recibe este nombre debe cumplir varias condiciones: en primer lugar una película de culto jamás debe nacer con la idea predeterminada de serlo, las películas de culto no las hacen sus autores sino sus espectadores; en segundo lugar debe ser una obra de consumo necesariamente minoritario aunque tampoco debe ser concebido de forma deliberada para ello y por último una película de culto tendría que ser no sólo algo heterodoxo sino también algo que debe o debería crear escuela a partir de su nacimiento.



Posiblemente “Arrebato” la película que dirigió en 1980 Iván Zulueta (que ha fallecido en el día de hoy) podría cumplir con las dos primeras condiciones pero no con la tercera. La segunda y última obra del director donostierra no fue la base para crear nada, no tuvo ninguna influencia posterior y aunque haya sido muy admirada en el curso de los casi treinta años posteriores a su estreno no creo que se pueda mencionar ninguna película que haya seguido su estela. Podía haber sido nuestro “Al final de la escapada” pero terminó siendo nuestro “La noche del cazador”, esto es, un filme inclasificable, irresumible, indescriptible y, como se ha dicho, también irrepetible. “Arrebato” es sobre todo una experiencia personal y que por lo tanto sólo puede ser contemplada desde la fascinación o desde el rechazo y el desdén. Pero no es sólo una obra que tenga que ser vista necesariamente desde una óptica personal sino que también fue creada desde una visión tan personalista que llevó hasta sus últimos extremos el –también muy sobado- concepto de “cine de autor”.

La historia que se detalla en “Arrebato” parece una pavorosa premonición del destino que le aguardaba al propio Zulueta después de terminarla de tal modo que es inevitable vislumbrar la personalidad del autor desdoblada en los dos personajes principales de la película: el director de cine heroinómano al que da vida Eusebio Poncela y el histriónico y compulsivo operador de cámara vampirizado al que interpretó el efímero Will Moore. Después del estreno de la película Zulueta desapareció del mapa como si hubiera sido igualmente vampirizado, nunca volvió a dirigir nada si exceptuamos un olvidable episodio para la asimismo olvidable serie televisiva de José Luís Garcí “Historias del otro lado”. Su auto destierro en su San Sebastián natal se mantuvo casi invariable durante todos estos años que hoy han llegado a su fin añadiendo a su leyenda una aureola de malditismo (posiblemente también involuntario) que podría igualmente adicionarse a esa hipotética descripción de las características que debe tener una obra de culto.

Y para no traicionar las palabras con las que yo mismo he calificado la película (entre otras usé la de “indescriptible” e “irresumible”) no voy a extenderme sobre ella. Los que ya la hayan visto tendrán su opinión y los que no espero que aprovechen la ocasión para verla y puede que queden arrebatados, colgados en plena pausa, como alguien a quien le ponen delante un viejo cómic de “Las minas del Rey Salomón” o una muñeca animada de Betty Boop. O puede que se queden igual, como digo es una cuestión privada. Eso sí, tengan presente que contemplaran algo que nunca volveremos a ver al menos en lo que a nuestro cine se refiere, y más hoy, el día en el que el tren de Segovia a Madrid ha llegado por fin a Plutón.






Friday, December 25, 2009

El blog de Sisterboy les desea a todos feliz navidad.

Monday, December 21, 2009

Personal Christmas. ¿Qué has cantado aquí niña?



Este año me temo que el serial sobre Navidad será tan reducido como el año pasado. En primer lugar porque tengo el ordenador jodido y durante estas últimas semanas he estado gorroneando de aquí y de allí (trabajos, academias, bibliotecas públicas y ordenadores de familiares como en el que ahora mismo escribo estas palabras) el aparato y la conexión. Así que a la pereza y la ansiedad se une también una insoslayable deficiencia de hardware.

Aun así no me gustaría dejar pasar otro año sin hablar de una de las costumbres de nuestras fiestas que, pese al arrollador avance de la técnica, el progreso y la gilipollez, han permanecido casi inalterables. Me refiero al sorteo de la Lotería Nacional del 22 de Diciembre conocido como “El gordo”.

Yo no soy una persona muy jugadora, ni a la lotería ni a ninguna otra cosa. Las maquinas tragaperras por ejemplo nunca las he entendido y sólo recuerdo haber jugado en un casino de Portugal porque la maquinita era de las antiguas, esas que sólo hay que echar la moneda, jalar de la palanca y esperar a que salga el número sin tener que darle a “avance” o a algún otro de esos botones raros. Al bingo (sin contar los clandestinos de barrio y pueblo y aquel jueguito de mesa que muchos tuvimos en su época) sólo jugué una vez y además gané (30.000 pesetas de 1987 que no era poco entonces) así que decidí no volver a echarme un cartón, primero por no tentar la suerte y segundo porque, como decía Pepe da Rosa, “hay que ver lo tonto que es el juego”.

Quizás esta segunda causa sea la explicación de mi desapego por la ludopatía porque efectivamente la mayor parte de los juegos de azar me parecen un aburrimiento más grande que ir a comer con un celíaco, no le veo ninguna diversión a dedicar tanto tiempo y dinero a loterías nacionales, primitivas, bonolotos, sorteos de discapacitados varios o cualquier otra clase de forma fácil de hacerse rico.

Pero El Gordo es otra cosa, no tiene tanto que ver con la posibilidad de ganar una elevada cantidad de dinero (un décimo del gordo suponen unos 300.000 euros que, sinceramente y por muy bien venidos que sean, no garantizan la felicidad eterna como sí lo hacen otros premios más sustanciosos) sino por la forma en la que se desarrolla el sorteo. Como dijo una vez Almudena Grandes, “ganar la primitiva no tiene ningún glamour al contrario que ganar el gordo de navidad”. Tengo un amigo por ejemplo que es un consumado ludópata (desde el casino virtual hasta la bolsa) pero que no muestra ningún entusiasmo por la lotería navideña señal de que en este juego hay algo más que el simple cómputo de posibilidades de ganar. Es como las quinielas, la gracia estaba (en la época en la que participaba de ellas) en pasarse el domingo escuchando la radio, con el lápiz en una mano y el boleto en la otra, cagándote en Hugo Sánchez por joderte el trece porque, a pesar de que en teoría se trata de poner el resultado más favorable para tus intereses monetarios, te niegas a ponerle ganador al Real Madrid.

Y sí, lo cierto es que desde que era niño, es decir desde antes de empezar a jugar, siempre he procurado no perderme el sorteo, aparte del significado simbólico de una ceremonia que, hace un millón de años, estaba considerada como el pistoletazo de salida de las Navidades. Y como ya adelantaba antes también resulta digno de agradecer que sea una de las pocas cosas inmunes a los cambios que ha experimentado la forma de celebrar las fiestas. Los avances técnicos a este respecto se reducen a averiguar en cuestión de segundos donde ha caído tal y cual número y en cuanto a los avances sociales han consistido también en cambios en el sexo (que por cierto fueron considerados en su día por El Alcázar como la principal causa de los errores que hubieron en el sorteo de ese año) y en la pigmentación de la piel de los niños cantores de San Ildefonso o en el tipo de moneda que los cantarines usan como muletilla. Pero en lo básico todo sigue igual, bolas que caen en los bombos, bombos que dan vueltas y escupen el número en un recipiente con forma de copa chata de Champagne para a continuación proceder a insertarlo en un alambre como si fuera un pincho moruno.

Otro de los aspectos que hacen destacable esta forma de jugar a la lotería es la sorprendente cantidad de leyendas extravagantes que, ciertas o no, se dan a conocer todos los años. En el pasado he oído historias como la de una cabra que se comió un décimo premiado que, aun así, pudo ser recuperado o incluso la de un célebre literato español de los años veinte que utilizó otro papelito ganador para limpiarse el culo cuando no tenía nada más a mano. Y si no hay anécdotas se inventan o se fabrican como en el caso del sorteo del 2008 en el que un programa de televisión engañó al país con la falsa historia de una señora que había metido el billete en la lavadora inadvertidamente.



O aquella otra ocasión en la que, tras darse a conocer el premio mayor, “El Pulpo” (posiblemente el cómico menos gracioso de la historia de España y a quien sin duda habrán olvidado ya si es que tuvieron la poca fortuna de conocerle) comenzó a dar botes en la sala donde se celebraba el sorteo como si le hubiera tocado a él, algo que más tarde le ocasionó algún que otro cogotazo por parte de los fotógrafos burlados por el falso ganador.



O lo que sucedió el año pasado con aquella camarera gallega de cachetes colorados que manifestó que le habían mangado el décimo premiado mientras en el bar se celebraba el acontecimiento, algo a lo que tampoco otorgaría yo mucha credibilidad puesto que la mayor parte de la gente suele guardarse el papelito en salva sea la parte, especialmente si ha resultado agraciado.


Lo cierto es que es precisamente en estas cosas donde está la gracia de todo, la infinidad de supersticiones, manías y costumbres absurdas que acompañan a cualquier clase de juego. Que si tal o cual terminación es la que más sale, que si este número coincide con la fecha de cierto acontecimiento cuyo aniversario se celebra este año, que si hay que comprar en tal sitio porque hace cinco meses hubo una inundación o alguna otra desgracia, que si hay que hacer una cola de cinco horas en Doña Manolita o en Sort porque allí siempre cae algo (quizás por el hecho de que es de los sitios donde más lotería se compra), etc… No voy a reírme de todas estas supersticiones porque este tipo de juegos no se pueden analizar de forma racional, esto no es la ruleta ni el poker, si nos fiáramos de las probabilidades nadie jugaría a la lotería, la gracia esta en implicarse de forma voluntaria o involuntaria en toda esta mitología.

Yo por ejemplo sigo varias normas personales a este respecto, en primer lugar jamás admito un décimo o una participación regalada, siempre tengo que dar dinero o una participación propia a cambio, y hablando de participaciones sólo las acepto de la familia pues también son legendarias las historias de intermediarios que reparten más participaciones de las que admiten los décimos, un buen negocio que suele irse al carajo si se tiene la mala suerte de que el número trampeado sea el elegido por la fortuna. En segundo lugar también procuro siempre jugar el décimo del trabajo (y todavía no he estado en ninguno donde no se juegue) por aquello de “no le vaya a tocar a estos cabrones y a mi no”.

En cuanto al número en sí también existen reglas. Mis preferidos son los que acaban en 1,3 ó 7 y siempre que el asunto está en mi mano son alguno de estos tres los elegidos, de resto, es decir de los que no tiene uno más remedio que coger al hacer los cambios de participaciones, se pueden admitir el 5, el 9, el 0 e incluso el 4. Pero el 8 y sobre todo el 6 están vetados de forma terminante.

Llegado el día y siempre que el calendario o el desempleo me lo permiten (este año no podrá ser) como digo me gusta ver el asunto desde primera hora de la mañana, algo que suele ser bastante fácil pues a esas alturas de Diciembre los presentadores de los programas matinales han volado ya hacia sus vacaciones en el verano austral y suele ser muy agradecido para las cadenas tener algo con lo que rellenar un par de horas por la mañana. En los días previos quizás se haya calentado un poco el ambiente hablando de lo que se ha vendido este año y se habrá hecho algún anuncio televisivo del sorteo aunque hace tiempo que perdimos la imagen del cabeza huevo que tradicionalmente se convertía en el heraldo nacional de la Navidad. Creo que el hombre era un actor extranjero por cierto, mejor para él porque de vivir en Madrid tendría que pasarse medio año soportando que la gente le frotara su décimo contra la cocorota para darse suerte.



Hablando de la ceremonia en sí, la mecánica de los programas que retransmiten el evento suele ser la misma: breve historia del sorteo, repaso de las imágenes del año anterior, estadísticas sobre números y provincias más premiadas, la gran caída de las bolitas de madera de boj sobre los bombos metálicos, etc... Como digo rara vez sucede algo fuera de lo normal aunque dentro de la rutina hay preferencia porque tengan lugar ciertas cosas, por ejemplo es descorazonador que salga el gordo a las primeras de cambio, en un sorteo manipulado, tras un par de tablas en blanco para ir creando ambiente, irían saliendo los números premiados en el orden inverso a su cuantía hasta llegar al último alambre y con todo el país conteniendo el aliento, pero a veces sucede lo contrario y en esos casos resulta difícil seguir mirando el televisor.

También son de agradecer algunos pequeños acontecimientos como que se caiga alguna bolita o que se atasque algún bombo o que alguno de los cantores se quede afónico y se tenga que retirar entre lagrimas o que los chicos que canten el premio sean guapos y salados y no feos y sosainas. Claro que alguno de esas anécdotas no resultan tan simpáticas como en aquella ocasión (he buscado algún archivo en imágenes sin resultado) en que una de las nenas dejó pasar el gordo como si fuera un “cientoveinticincomilpesetas” de nada. El fallo lo detectó “el de en medio del sorteo” con una frase muy conocida en su día que es además la que da título a esta entrada. El aspecto de aquel señor y el tono con el que se denuncio la pifia, propio de la añeja época funcionarial de la librea y el macero, fue muy criticado aunque yo siempre defendí a este caballero representante de una forma de hacer el trabajo quizás demasiado áspera pero definitivamente más marcial.

Lo que tampoco ha cambiado (excepción hecha de los progresos tecnológicos ya reseñados) es el mecanismo de caza de ganadores que sigue a la concesión de los diferentes premios. Aquí también habría que echar mano de un sorteo manipulado por algún Dios de la suerte. Porque está claro que un premio en la Administración de Lotería número uno de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla o Coruña es otra decepción. Lo bonito es que caiga en Torralba de los Cizones o Alcira o como mucho en alguna pequeña capital de provincias, es decir en la clase de sitio en la que los paisanos acuden prestos a la Administración con el décimo en una mano (más bien una fotocopia del mismo o como mucho el original bien agarrado no vaya a pasar lo mismo que supuestamente le pasó a la mofletuda camarera galaica) y la botella de sidra en otra mientras son entrevistados por los reporteros y narran las anécdotas sobre motivo que les llevó a comprar tal o cual número, o cómo han mandado una serie al primo Emilio de Venezuela o lo que van a hacer con la pasta. A este respecto hay que decir que, según lo que cuentan los afortunados, todo el dinero tendrá un destino honrado como hipotecas, letras o, como se suele decir en una frase que se ha hecho muy popular estos últimos años, estará dedicado a “tapar huecos”. Vamos que nadie afirma que se lo va a gastar en putas lo que se traduce en que siempre hay algo de mala conciencia en haberse llevado todo ese dinero sin más esfuerzo que comprar una participación en el Bar El Pollito.

En estas celebraciones suelen haber también algunas estampas clásicas, la primera es la de lotero que coloca ese cartelito tan simpático de “Gordo 2009 vendido aquí” hecho con rotulador y cartulina de última hora. En líneas generales esta gente nunca se lleva nada y siempre he pensado que tras esas sonrisas y reparto de sidra o cava barato hay algo de amargura, como la que sentiría un jinete que ve como el premio por ganar la carrera se lo lleva el caballo. El consuelo está en pronunciar algunos tópicos como “ha caído en un barrio de gente trabajadora” o “está muy repartido” como si eso en el fondo le importara algo a los millones de perdedores que contemplan el jolgorio con envidia desde su televisor.

Otra estampa clásica es (o era) la de los mercados populares, Durante una época daba la impresión de no podía tocar el premio en ningún lugar que no tuviera un mercado a menos de cien metros donde los maestros carniceros darían saltos de jubilo meneando con donaire sus mandiles de cuero manchados de sangre de pollo.

Un par de horas más tarde y por muchos asesinatos de niños o mujeres que haya habido ese día todos los telediarios abrirán sus ediciones con las mismas imágenes de todos los 22 de diciembre de cada año y repetirán hasta la nausea las pequeñas historias de ese día.

Y aquí acaba un poco todo, si ya ha salido el Gordo los espectadores de la sala de sorteos (que todos los años hacen virguerías para estar presentes y algunos de los cuales se dedican a animar el cotarro vistiendo de la forma más extravagante posible) empiezan a abandonar la sala y los que están en sus casas cambian de cadena murmurando las conocidas expresiones de consuelo y esperando que al menos les haya tocado la pedrea (que miraran en las listas fotográficas del día siguiente) con ánimo de gastarse esos cuartos en el repugnante Sorteo del Niño.. Pero bueno, en el fondo todos saben o deberían saber que lo gracioso es formar parte de esta tradición colectiva (de la que muy pocos se salvan por cierto) a la que volverán puntualmente el año que viene.

Mí número este año es el 76023 y no, jamas me ha tocado nada. Suerte para todos.

Saturday, December 19, 2009

Portrait of Jennie.



Ha muerto la actriz Jennifer Jones (sí, todavía estaba viva, yo también me lo dije cuando supe la noticia). Quizás el papel más provechoso su vida fuera el de esposa de David O. Selznick, el gran productor de Hollywood que además de casarse con ella dirigió su carrera, la mayor parte de las veces con bastante buen olfato.

Particularmente JJ es una actriz que nunca me agradó, de hecho la detesté en muchas películas. Quizás la culpa de esto la tuviera el hecho de que mi primer encuentro con ella tuviera lugar con la película “La canción de Bernadette” que es más o menos como si al presentarte a alguien ese alguien te saluda dándote un cabezazo, resulta difícil superar esa primera impresión. Creo recordar que esa película era la primera de un ciclo que Televisión Española le dedicó a la Jones en los años ochenta (sí, entonces se hacían esas cosas) algo que me permitió ver bastantes títulos de su carrera, que por otro lado tampoco fue demasiado extensa.

De todo lo que se puso en aquella época recuerdo por ejemplo “Jennie” un extraño experimento de drama romántico con ribetes de cine fantástico. En esta película Joseph Cotten interpretaba a un pintor que tiene una serie de misteriosos encuentros con una joven (Jones) a la que intentará retratar, algo bastante complicado porque la muchacha parece ir envejeciendo cada vez más a pesar de que tan sólo pasan unos pocos días entre cada cita. “Jennie” es una obra de culto y una de las películas más prestigiosas de la actriz aunque en su día no pude apreciarla debido, entre otras cosas, al aberrante doblaje que le endilgaron a JJ. Pero desde luego es un título que quiero recuperar en cuanto tenga ocasión para ello.


Otra película que recuerdo de aquel ciclo es “Madame Bovary” en el que la actriz interpretaba a la inmortal Emma. “Madame Bovary” fue dirigida por Vincente Minnelli y tenía una curiosa estructura pues la cinta comienza durante el juicio al que fue sometido Flaubert (James Mason) en el escándalo que siguió a la publicación del libro. Flaubert desde el estrado es el que trata de explicar la historia de Emma. La película me gustó bastante a pesar de un final algo edulcorado que incluso mostraba al cabrón del farmacéutico Homais lloriqueando por el fallecimiento de la adultera (todo el que haya leído el original literario comprenderá lo insólito de esta imagen) y por una vez me agradó la actuación de la Jones que supo dotar a su célebre personaje de la misma ambigüedad que muestra Flaubert en la novela, esa que te hace albergar al mismo tiempo sentimientos de ternura hacia la mujer del médico de provincias y deseos de ponerle los cachetes colorados a tortazos. A destacar la escena del baile con el que el frívolo Boulanger (Louis Jourdan) conquista a la dama. ¡La señora se marea! ¡Rompan las ventanas!



A continuación vino Gone to Earth (no me acuerdo de qué título le dieron en España) del dúo dinámico Powell-Pressburger en el que Jones volvía a interpretar uno de esos personajes étnicos de aspecto y comportamiento salvaje (cómo aquél que le garantizó la inmortalidad y del que hablaremos más tarde). Aunque vi la película no guardo un recuerdo muy perdurable de ella si exceptuamos un brillante final en el que la protagonista pagaba caro su amor por los animales, como si de una activista de PETA corneada por un toro se tratase.



Jones volvió a repetir este tipo de rol en su siguiente película, Ruby Gentry de King Vidor, una nueva historia de amor fou en el que Charlton Heston le daba la réplica. Si la he visto no me acuerdo. A este título siguieron otros que tampoco he visto o no recuerdo haber visto, entre ellos “Estación Termini” donde la actriz fue dirigida nada más y nada menos que por Vittorio de Sica, posiblemente es otra de las películas de Jones que me gustaría ver algún día. La siguiente en cambio es “Beat the devil” llamada en España “La burla del diablo” y a pesar de estar protagonizada por Humprey Bogart y dirigida por John Houston está considerada como una de las peores películas de ambos así que esta creo que se quedará fuera de la futura retrospectiva personal de la carrera de JJ.

Tampoco he visto “Love is many splendored thing” coprotagonizada por William Holden y desde luego mucho menos conocida que la célebre canción homónima que han cantado, entre otros, Frank Sinatra.



Con un par de películas que vienen a continuación (siempre siguiendo la línea temporal marcada por la imdb) me pasa algo muy triste. Son títulos que sí he visto pero en los que no recuerdo a Jennifer para nada. Me pasa con “El hombre del traje gris” (radiografía de eso que se conoce como “americano medio”) y “Adiós a las armas” (una desaborida adaptación del libro de Heminghway con Rock Hudson de protagonista).

Seguramente su último título destacado fue “Suave es la noche”, nueva adaptación de un escritor clásico de la literatura norteamericana (en este caso se trata de Scott Fitzgerald) en el que daba vida a una mujer que pierde y recupera la razón en el sentido inverso al de su esposo y psicoanalista.



La popular estrella de los años cuarenta estaba ya claramente en declive y después de “Suave es la noche” vinieron algunos títulos, que no conozco ni por mera referencia, y una despedida en la que la actriz cumplía a la perfección con el clásico destino de los viejos dioses de la pantalla: aparecer como florero en una película de catástrofes. La elegida fue, al menos, una de las más conocidas, “El coloso en llamas” aunque particularmente a ella tampoco la recuerdo aquí, algo que no creo que la ofendiera mucho sinceramente. Era 1974 y aunque JJ sólo tenía 55 años decidió poner fin a su carrera y dedicar los últimos 35 años de su vida a lo que quiera que haya estado haciendo.

Y para despedir este nuevo post fúnebre he dejado para el final “Duelo al sol” (King Vidor de nuevo) que tampoco he visto como Dios manda algo que también espero solucionar algún día. Es posible que no sea la mejor de Jones pero seguramente la actriz hizo el papel por el que será recordada por muchos, el de la salvaje Perla Chávez, la mestiza que se debate entre las atenciones que le dedican dos hermanos, el hermano bueno (Joseph Cotten) y el hermano malo (Gregory Peck). Lo que sí es seguro es que el dramático final de este drama bíblico trasladado al salvaje oeste es uno de los más célebres de la historia del cine y el sangriento beso con el que los amantes criminales se despiden del mundo forma ya parte de los iconos inmortales del celuloide. Despidamos nosotros también a JJ con la escena que la hizo pasar a la posteridad.

Sunday, December 13, 2009

Veneno para las hadas


Se habla de “El erizo” sin spoilers.

Película basada en un best seller francés (circunstancia que seguramente justificaba el hecho de una sala casi llena en una sesión de preestreno de una capital de provincia) que no he leído ni tengo pensado leer con lo que al menos me libro de la habitual controversia sobre adaptaciones más o menos fieles.

Es la historia de un edificio del centro de París habitado por familias de clase alta, en él viven, aunque en diferentes planos de existencia, Paloma y Renee. Paloma es una niña de once años muy crítica con su neurótica y burguesa familia que toma la decisión de suicidarse ante la perspectiva de convertirse, con el correr de los años, en una persona semejante a la que es su madre. Renee es la portera del edificio, una mujer entrada en años fea y pobre cuyo único consuelo es la poesión en una amplia cultura obtenida de forma autodidacta.

La vida de las dos habitantes del inmueble se ve alterada por la llegada de una figura beatífica, encarnada en la piel del señor Ozu, un japonés que se muda al edificio y que desde el principio se empeña en conectar emocionalmente con la niña y la mujer apareciendo casi como un ángel salvador en medio de la oscuridad en la que viven ambas.

La interacción de estos tres personajes supone el inicio, el nudo y casi el desenlace de la historia y en este sentido hay que decir que el principal defecto de la película es la falta de equilibrio a la hora de narrar las diferentes relaciones que establecen los protagonistas, algunas de las cuales (la del señor Ozu con Paloma y Renee) están mucho más cuidadas que otras (la de la Paloma y Renee que aparte de producirse con bastante retraso queda muy desdibujada por más que se supone que dicha relación debía ser la base del argumento). A esto habría que sumar la poca destreza del realizador de “El erizo” a la hora de dotar a su película del ritmo que imponía un relato que al fin y al cabo no es otra cosa que una cuenta atrás (la que establece Paloma al fijar su suicidio para el día de su doceavo cumpleaños). En resumen parece que nos encontramos una vez más ante el clásico problema de la mala adaptación de un libro muy conocido que trata por un lado de respetar el espíritu del original literario, de tal manera que el lector-espectador no se sienta defraudado, y por otro de usar un lenguaje cinematográfico para contar una historia concebida para la literatura. Conciliar ambos objetivos casi nunca sale bien aunque de esto ya tendrá que hablar alguien que conozca de primera mano tanto el libro como su adaptación a la pantalla grande.

De todos modos no es esta una película para hacer disquisiciones sobre estructura narrativa, no ha sido creada para y eso y nadie que conozca el percal va al cine esperándolo. “El erizo” es un filme creado para enamorar con sus personajes y con los vínculos que entre ellos se establecen y este es un juego en el que entra quien quiere entrar. Quizás el aspecto más discutido pueda ser el dudoso personaje de Paloma, la niña con impulsos suicidas que es además la narradora de la historia. La forma de analizar la realidad en la que vive y su manera clínica (y cínica) de diseccionar las miserias de su familia no parece corresponder a alguien que tiene sólo once años, más bien se trata de la clásica fantasía de un adulto sobre cómo le gustaría a él que fueran los niños o como le hubiera gustado a él comportarse cuando lo era, una especie de Mafalda francesa para entendernos. Y aunque sea este el personaje más chocante otro tanto podría decirse de los otros dos que forman el trío protagonista.

En definitivo esto no es Michael Haneke, el filme va más dirigido al corazón que la cabeza. En mi caso no me siento demasiado inclinado a emocionarme con esta historia, algo que sí le ha ocurrido a muchos otros espectadores, la considero bonita sin más, en ocasiones algo pedante y en otras con algunos golpes de efecto francamente buenos. Pero tampoco me siento inclinado a odiarla, algo que también harán muchos entre ellos casi todos los críticos especializados incluyendo a Jordi Costa que es mi oráculo particular.

En fin, ustedes verán.

Monday, December 07, 2009

La frase de la semana. La flema que conquistó el mundo (II)

Se cuenta que, durante una campaña de atentados especialmente sangrienta del I.R.A., un militar de alta graduación se plantó en el despacho de la, por entonces Primera Ministra, Margaret Tatcher y le recrimino ásperamente su política antiterrorista.

Tras escuchar los exabrutpos del oficial, Tatcher dijo "Muy bien, pues entonces no me vote usted en las próximas elecciones". "Eso haré" contestó el hombre, luego miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Dedicado al asesino del alcalde de Fago, quien quiera que fueses

Tuesday, December 01, 2009

The wrong man



Alfred Hitchcock, además de ser conocido como “el mago del suspense”, filmó varias películas de terror a lo largo de su carrera. “The wrong man” (llamada en España “Falso culpable”) no era una de ellas pero, a nivel personal, es la película suya con la que más miedo he pasado. No ocurrió tal cosa la primera vez que la vi de niño por supuesto, fue más tarde cuando volví a verla de adulto cuando de verdad pude sentir todo el horror de la ordalía de Emanuel Balestrero (personaje interpretado por Henry Fonda) , un humilde músico devenido en un moderno Josef K. cuando es acusado por error de ser responsable de una serie de atracos a mano armada. Después de muchos avatares el hombre acusado acaba por demostrar su inocencia pero el retorno al pasado se demuestra imposible, las consecuencias de la errónea acusación destrozaran su vida para siempre y conducirán a su mujer a la locura.

Hithcock declaró en su día que esta era una de sus películas más duras y que parte de esa dureza viene del hecho de que es uno de sus escasos filmes completamente desprovistos del más mínimo sentido del humor. Y que duda cabe de que tenía razón, el relato de la minuciosa burocracia policíaco-judicial a la que es sometida la débil estampa de Balestrero (un procedimiento estremecedor incluso cuando se aplica al culpable y una tortura insufrible cuando la padece el inocente) se encuentra sin duda entre las imágenes más demoledoras filmadas por el maestro, que se confesaba además igualmente obsesionado por la figura del falso culpable, figura que utilizó de forma recurrente a lo largo de su carrera.



La pasada semana se conoció la noticia de que el padrastro de una niña de tres años había sido detenido después de que ésta fuera ingresada en el hospital con claros síntomas de abuso. Se habló de golpes, quemaduras e indicios de violación, días más tarde la niña falleció. En medio del pánico pederasta que (justificadamente o no) se ha apoderado del mundo, y en un año en el que las noticias sobre agresiones sexuales y asesinatos de los que han sido víctimas varios menores de edad se han convertido en noticia de portada, era inevitable que el suceso tuviera una amplia difusión. De esta manera durante los días siguientes se puso en marcha toda la maquinaria mediática habitual y la noticia fue ampliamente comentada en todo tipo de foros en el también habitual tono beligerante. No voy a negar que, al menos en mi mente, también me uní al coro de linchadores aunque confieso también que algo en la actitud del presunto culpable –concretamente el hecho de que rehusara cubrir su rostro durante alguno de los traslados a los que fue sometido por la policía- me hacía sospechar que las cosas no eran lo que parecían.

Ahora sabemos que la muerte fue causada por las consecuencias de una caída fortuita que había tenido lugar algunos días antes, los golpes que aparecieron en el cuerpo de la víctima eran compatibles con los frustrados intentos de reanimación de los que fue objeto, lo que parecían quemaduras eran producto de un tratamiento anti alérgico y en cuanto a las señales de violación…..pues no lo sé, en su momento se llegó a hablar de “desgarros anales y vaginales” y me pregunto cómo pudo haber confusión en ese punto en concreto. Sé que no ocurrió así, tengo el convencimiento de que no fue así, pero estos días no he podido evitar pensar en la imagen del médico que efectuó el primer reconocimiento corriendo por el pasillo de Urgencias con el parte de lesiones en la mano y gritando “¡Violación!” como un Arquímedes recién salido del baño.

Fuera como fuese lo cierto es que se equivocó de forma grave y posiblemente irreparable y curiosamente la ira inicial, después de una fase de transición en forma de golpes de pecho y petición de mil perdones al inocente padrastro, se ha volcado ahora con igual ímpetu contra el facultativo que dio la errónea señal de alarma, muestra sin duda de que, como la energía, la indignación popular no se destruye sino que se transforma.

Lo cierto es que es que este caso, según se afirma pomposamente desde los medios de comunicación, “nos hará reflexionar” sobre la emisión de juicios precipitados y paralelos. Calculo que dicha reflexión durará quizás un par de semanas, más o menos lo que duró en el caso de Dolores Vázquez (la mujer acusada prácticamente sin pruebas por el asesinato de Rocío Wanninkhof en un proceso que dejó la desagradable sensación de que se la había condenado por lesbiana al igual que se había condenado a Mersault por no haber amado lo suficiente a su madre).

Lo cierto es que bastaría únicamente con llegar a la conclusión de que la presunción de inocencia puede ser un fastidio, pero es también imprescindible. Por algo se empieza.