Sunday, August 31, 2008

La película recuperada. "Fearless"



Quizás había motivos suficientes para hablar del accidente de Barajas de la semana pasada, incluso por motivos personales. Siendo alguien que ha vivido toda su vida en un archipiélago situado a miles de kilómetros del territorio nacional más cercano yo, y por extensión todos los canarios, somos gente que nos sentimos especialmente afectados por cualquier incidente que tenga que ver con la navegación aérea: subidas de precios, huelgas y, por descontado, accidentes.

Además de eso resulta que vivo en un lugar en el que en el plazo de 12 años tuvieron lugar cuatro incidentes graves relacionados con aviones, incluyendo la mayor catástrofe aérea de la historia de la aviación civil de la cual guardo bastantes recuerdos. Y por si todo esto fuera poco resulta también que yo cogí un avión con destino a Canarias dos días antes del accidente desde ese mismo aeropuerto y además ocurre que tengo miedo a volar.

No se trata de un miedo insuperable que me haya impedido alguna vez tomar un avión, pero sí reconozco que la perspectiva de viajar en este medio de transporte no me resulta agradable, especialmente durante el momento del despegue, en esos pocos segundos que pasan entre que el avión no acaba de dejar el suelo y todavía no ha cogido el impulso suficiente para decir que el despegue ha sido un éxito.

En fin, que había motivos pero al final he decidido no escribir nada sobre el tema, al menos de una forma directa. Cuando se conoció la magnitud de la catástrofe ya sabía que los medios de comunicación se volcarían sobre la noticia, sobre todo en pleno mes de Agosto. Pero la verdad es que no esperaba que se produjera este autentico tsunami de mierda de treinta metros de altura que no tiene pinta de acabarse nunca. No me gustaría sumarme a esa gran ola ni siquiera para ponerla a parir.

Así que he decidió aprovechar la coyuntura para inaugurar una nueva sección del blog. Es una idea que tenía desde hace tiempo, mucho ante incluso de que existiera blogger. Se trataba, tal y como dice el título de esta entrada, de recuperar películas que por alguna razón habían caído en el olvido. Se dice con frecuencia que el tiempo es un juez que pone a cada uno en su lugar (paradójicamente era una frase que decía mucho José María García, y hay que reconocer que al menos en su caso el dicho se ha cumplido a la perfección). Esto referido al campo del arte se traduce en que una obra maestra o al menos eminente consigue salir siempre del anonimato temporal y con el transcurso del tiempo ocupar el lugar que le corresponde en la historia.

Yo no creo que esto sea siempre así. En muchas ocasiones esa justicia poética no se produce y, al menos en el mundo del cine, hay muchas películas que sin merecerlo han caído rápidamente en el olvido o que ni siquiera han sido reconocidas como deberían. “Fearless” (“Sin miedo a la vida” como se llamó en España) es una de ellas. Y dado que la trama gira en torno a un accidente aéreo me parece adecuado empezar esta sección con ella.


“Fearless” fue dirigida por el australiano Pete Weir en el año 1993 entre dos de sus películas más conocidas: “Matrimonio de conveniencia” (Green Card) y “El show de Truman”. Weir es un director peculiar debido a que se prolifera más bien poco (algo más de 15 películas en treinta años de carrera) y que además ha conseguido aunar siempre, si exceptuamos el desastre merecido o inmerecido de “La costa de los mosquitos”, cine de calidad con éxito de taquilla.

Al margen de eso no recuerdo si “Fearless” fue un éxito en su día. Desde luego no tuve noticia de que su estreno en cine fuera un acontecimiento especialmente memorable (yo la descubrí al año siguiente durante su pase en Canal Plus) pero aunque así hubiera sido se puede afirmar que hoy en día es una película olvidada. Puede que no sean datos muy fiables pero consultando la imdb se puede ver por ejemplo como esta película sólo ha recibido 7.728 votos mientras que la obra posterior del director, la ya reseñada “El show de Truman”, cuenta con mas de 100.000. También se puede ver como en el film affinity sólo cuenta con dos críticas y por último –y para mí definitivo- podemos ver que en el youtube, el juez supremo sobre lo que está y no está de modo en el mundo, ninguno de los clips dedicados a "Fearless" supera las 10.000 visitas.

Quizás la explicación de todo resida en que este título dista mucho del estilo narrativo popular (pero no exento de calidad como se ha dicho anteriormente) de las películas de la etapa norteamericana de Weir, y por el contrario se acerca más al tono trascendental y esotérico de dos de sus películas australianas: las inquietantes “Picnic en Hanging Rock” y “La última ola”.





Pasando ya a hablar de "Fearless" directamente, lo primero que hay que decir es que la película está basada en parte en un hecho real: el accidente del vuelo de la United 232 que se estrelló durante un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Sioux City, Iowa.



Una historia que también fue objeto de una dramatización -más ajustado a lo que sucedió realmente- en un telefilm.

La impresionante secuencia (de la que seguramente es deudora la también secuencia inicial de la serie “Lost”) que abre la película con los supervivientes del avión saliendo de entre un campo de maíz es totalmente verídica.



El hombre que encabeza la marcha es Max Klein un empresario que efectuaba un viaje de negocios con su socio. Pero ¿es realmente Max Klein ese hombre que ha escapado a la muerte?. Tiene el mismo semblante pero la figura que emerge del maíz parece ser una persona totalmente diferente, algo que se manifiesta desde el primer momento cuando el hombre niega ser uno de los supervivientes y se marcha sin más del aeropuerto para alquilar y un coche e irse a visitar a una novia del instituto sin ni siquiera comunicar a sus familiares que sigue con vida. Durante esta visita tiene lugar un incidente que revela el nacimiento del nuevo hombre. El Max Klein de antes del accidente padecía una intolerancia grave a las fresas de tal manera que la ingestión de una sola de ellas podía provocarle un shock alérgico e incluso la muerte. El nuevo Max Klein en cambio puede comerlas sin ningún peligro.

Cuando por fin es localizado Max manifiesta a la compañía aérea su deseo de volver a casa usando nuevamente el avión sin manifestar el menor temor a ello. Durante el viaje de regreso Max es “custodiado” por un psicólogo de la compañía (John Turturro) por el que el superviviente manifiesta un claro desprecio y al que incluso llega a agredir en una escena que regocija a todos los que, como yo (y reconociendo que posiblemente de forma injusta), no aciertan a comprender esa figura del psicólogo de catástrofes.

Por fin Max llega a casa donde es recibido por su esposa (interpretada por Isabella Rossellini) y su hijo hacia los que a partir de ese momento manifiesta si no desden sí un cierto distanciamiento.

El nuevo Max Klein se convierte en una figura mesiánica, inmune no ya al miedo sino a cualquier convención social de las que le sujetaban en el pasado. Sigue negándose a recibir tratamiento psicológico, huye de la prensa, se niega mentir para conseguir una indemnización más sustanciosa (perjudicándose no sólo a sí mismo sino también a la mujer de su socio muerto en el accidente) y todo ello mostrando un comportamiento extravagante, intransigente e incluso violento. Max Klein más que un superviviente se conduce como un resucitado, un hombre que ha escapado a la muerte y que se siente ahora invulnerable, un fantasma al que se le ha concedido una prórroga divina para que pueda vagar por el mundo sin miedo a la vida y ocupándose únicamente de su propio bienestar moral. Para el psicólogo en cambio se trata de un caso claro de síndrome de stress postraumático.

Lo único que parece animar al alucinado Max es el rescate espiritual (ejecutado a su peculiar manera) de otra de las supervivientes del desastre (Rossie Pérez) que se autoinculpa de la muerte de su bebe al que no pudo sujetar en el momento del choque.

Pero el mundo sigue siendo el de antes y reclama al Max de antes negándose a admitir el estrafalario comportamiento del superviviente. Quizás ha llegado el momento de que finalice el hechizo y de que el espectro que ha estado suplantando la identidad de Max le abandone para que el hombre pueda regresar por fin con todas las ataduras de la carne y del espíritu que le eran características.

La secuencia del accidente en sí (que se muestra al final de la película y que sirve para explicar bastante de lo que ha sucedido antes) ocupa un lugar muy elevado en el top ten de escenas ficticias de catástrofes aéreas que tenemos todos los que padecemos miedo a volar (en la mía particular figuran otras como la de “Destino Final” o todo el episodio de “Pesadilla a 20.000 pies” de “En los límites de la realidad). Y el punto culminante de esa terrorífica secuencia se localiza en el minuto tres del video que se muestra a continuación (lamento lo de la musiquita de mierda que le han puesto a dicho video pero no he podido encontrar otro en el youtube), cuando la azafata, tras retirar todos los objetos punzantes de los pasajeros, los arroja dentro del cuarto de baño y se vuelve hacia la cámara con una indescriptible expresión de horror en la cara como confirmando que efectivamente la cosa está jodida.



En fin, el propósito de este tipo de entradas es reivindicar un poco una película de la que nadie parece acordarse y sobre todo estimular a los que no la conocían o nunca la han visto (en cuyo caso espero que tampoco hayan visto los videos que han ilustrado este comentario). Les aseguro que la contemplación del drama que se describe en “Fearless” es mucho más recomendable a la hora de entender lo que ha pasado en Barajas, o al menos es un ejercicio mucho más digno que todo lo que hemos estado viendo y lo que aún nos queda por ver.

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Wednesday, August 27, 2008

La frase de la semana

"¿A cuanta gente más voy a tener que matar para conseguir un poco de publicidad?"

Carta a los periódicos del asesino Dennis Rader por entonces sólo conocido como BTK

Friday, August 22, 2008

Die Laughing



Un comentario no muy en profundidad y con spoilers. Y esto por un par de razones. En primer lugar se trata de una película que ha supuesto no sólo un gran éxito de público sino también de crítica (se daba por seguro lo primero mas no lo segundo) por lo que está siendo también objeto de multitud de análisis –tanto profesionales como aficionados- con lo cual mucho de lo pudiera decirse aquí resultaría redundante. En segundo lugar y por las mismas razones que antes se trata sin duda de un producto sobre el que ya casi todo el mundo ha tomado su decisión acerca de si ir o no a verlo con lo que el habitual comentario sin spoilers que tiene por objeto animar a alguien a ver una película (o a no verla) tampoco resulta procedente. De manera que me limito a decir de forma breve lo que me ha gustado y lo que no me ha gustado del ultimo trabajo de Christopher Nolan.

Empecemos por lo malo. Debo decir en primer lugar que el comienzo me sacó bastante de la película, la escena del atraco está bien rodada pero no me pareció una introducción efectiva aparte de que ese escenario “luminoso” rompe un poco el ambiente tétrico y nocturno característico de la serie de Batman algo que ya ocurría con la olvidable “Batman Begins” por lo se puede deducir que se trata de un efecto buscado lo que para mí no le resta demérito. Lo mismo cabría decir de todos esos momentos en los que la película se aleja del marco físico de Gotham como esa correría en Hong Kong (tan parecida a una de las alocadas aventuras de la serie Alias) precedida de una escena en la que Bruce Wayne salta de un yate lleno de macizas rusas al más puro estilo James Bond.

Ahora mismo no recuerdo si en las otras películas (e incluso en el propio cómic) la trama transcurría en algún momento fuera de la urbe oscura y si involucraba lugares digamos “reales”. Juraría que no y personalmente me desagrada esa mezcla, prefiero que la acción tenga lugar sin salir del mundo mágico y particular de la ciudad gótica.



Tampoco entendí muy bien a que venía esa extraña trama de los dobles así como la fugaz aparición del Espantapájaros. Irrelevante y por lo tanto prescindible.

Por otro lado, y en contra de lo que han comentado algunos, no se me ha hecho larga la película. No voy a decir que no se notan sus más de dos horas y media de metraje, eso no se puede obviar, pero no significa que su larga duración se traduzca en algo aburrido o cansino. También he leído (concretamente en el blog de The movie snatchers) sobre la poca habilidad de Nolan (que también dirige a la segunda unidad) para las escenas de acción. Repasando la película a posteriori es una afirmación con la que podría estar de acuerdo aunque para ser honestos si no caí en la cuenta de la mencionada poca habilidad mientras la veía entonces tampoco debería hacer mención a ello en mi comentario. Aunque he de señalar que sí me resultó confusa y mareante esa escena en la que la Batman invadía el edificio en el que se encontraban atrincherados el Joker y su banda de payasos que habían intercambiado sus máscaras con los rehenes.

Pasando ahora a los aspectos positivos me gustaría resaltar sobre todo la valentía de Nolan (de los Nolan para ser más exacto) a la hora de presentar un producto aparentemente destinado al gran público pero que acaba por convertirse en una honda reflexión sobre los temas más variados y que por lo tanto trasciende los límites habituales de una vulgar película de superhéroes. Esto se manifiesta ya desde la propia dimensión que se le da al personaje del Joker que en su otra aparición cinematográfica (algo extensible también a la vieja serie para televisión e incluso a los cómics, o al menos a los pocos que he leído) no pasaba de ser un criminal disfrazado de payaso y sin demasiados matices.




En cambio en esta película el Joker se transforma en algo más tenebroso, un verdadero ángel de la muerte cuya finalidad no es sólo manifestar su propia monstruosidad sino también poner de relieve la monstruosidad subyacente de los demás, un reverso maligno que más parece una creación pesadillesca del subconsciente de los héroes de Gotham (Batman, el fiscal Dent, el policía Gordon) que un villano de carne y hueso. Al Joker no le mueven el dinero, el sexo o la venganza como a los demás criminales, su único interés (expresado de manera significativa en la analogía del perro que persigue furiosamente al coche a pesar de que no sabría que hacer con él en el caso de que lo alcanzara) parece ser el puro ejercicio de la maldad sin causa y sin provecho además de tratar de demostrar que en realidad sólo hace falta algún estímulo traumático para que cualquiera pueda caer en la misma locura homicida que él practica con tanto entusiasmo (de ahí esa escena en la que el villano enfrenta en un combate moral a los pasajeros de los dos ferrys aunque la resolución de este episodio se aparte, de forma no muy convincente, de los postulados pesimistas del filme).



En este último punto se pone de relieve también otro de los aspectos más interesantes de “El caballero oscuro”. Con el héroe Batman suele pasar algo curioso y es que en todas sus apariciones, ya sea en formato cinematográfico, televisivo o en el comic, lo menos memorable es precisamente su propio personaje (tal y como ocurre por ejemplo con los comics de Tintín del que uno recuerda las maldiciones del Capitán Haddock, los despistes del Profesor Tornasol, las tonterías de Hernández y Fernández y en general cualquier cosa excepto lo que haga o diga el periodista del pantalón bombacho). Batman suele funcionar más bien como un catalizador en torno al cual interactúan todos los demás personajes en especial esa inacabable galería de villanos a cada cual más estrafalario.

Pero en la película de Nolan el personaje adquiere una dimensión nueva y mucho más interesante con su transformación en una figura molesta e incluso peligrosa debido a su obsesión por combatir el crimen y al que la comunidad culpa de haber destruido el status quo existente entre el lumpen y la ciudadanía generando así una situación mucho más caótica.

El propio Batman parece asumir estos reproches al convertirse a sí mismo en un proscrit. El pretexto es asumir la culpa de los crímenes de Harvey Dent para así preservar ante la opinión pública el ideal de pureza que el fiscal representa pero en realidad da la impresión de que termina por admitir que su intervención ha echado a los mafiosos locales en brazos del maniaco Joker (“usted les ha puesto en peligro ¿Qué esperaba que hicieran?”) por lo que, al igual que en la anécdota que narra su sirviente Alfred, Batman ha tenido que incendiar el bosque para pulverizar al villano. Y tendrá que pagar por ello.

Un caso parecido es el de la historia de Harvey Dent, otro individuo tan obsesionado por la lucha entre el bien y el mal que tras su caída en la locura terminar por transformar esa lucha en furia homicida de la que es victima, paradójicamente, el policía Gordon (que por otra parte no tuvo dudas en permitir que su mujer y sus hijos pensaran que había sido asesinado porque así convenía a sus planes) al que Dos Caras reprocha su actitud contemporizadora con la corrupción del departamento. El mensaje parece ser que la intransigencia por más que venga disfrazada de elevados ideales conduce a la ausencia de una visión relativizadora (y sana) de la realidad y por lo tanto puede conducir también a un desastre mucho mayor del que se intentaba solucionar.




Pero al margen de cualquier interpretación decir que “El caballero oscuro” es en conjunto una película notable y su visión es por momentos un ejercicio apasionante más que por la espectacularidad de sus escenas de acción o de sus efectos especiales por la carga dramática de las situaciones que plantea y por la profundidad de los conflictos que atormentan a sus personajes al frente de los cuales se sitúa una vez más la figura del Joker verdadero maestro de ceremonias de esta tragedia, algo a lo que contribuye en buena medida la interpretación de Heath Ledger que despliega un verdadero arsenal de recursos artísticos e físicos. Sólo por esto, e incluso prescindiendo de las tristes circunstancias extra cinematográficas que todos conocemos, habría que decir que la última película de Batman es en realidad un tributo a la figura de su archienemigo más famoso.

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Monday, August 18, 2008

Cosas que ya nunca volveremos a ver: Scream for ice cream

Monday, August 11, 2008

ABECEDARIO DEL CRIMEN CAPITULO XIV "NO SIGNIFICA NO"

Es posible que en los informativos de estos últimos días se hayan encontrado con la imagen de esta señora.



Se trata de Bernann Mckinney una mujer que ha conseguido clonar a su perro muerto (sacaron el ADN de las orejas del animal) en forma de cinco cachorros por cuya clonación ha pagado 32.000 euros. La noticia ha sido presentada como la primera clonación de mascotas con fines comerciales y posiblemente no tiene mayor interés que rellenar los largos y aburridos telediarios de Agosto dedicados en su mayor parte a decir que en verano hace calor y que De Juana Chaos se ha metido el dedo en la nariz mientras paseaba por la calle.

Pero el caso ha dado un giro de lo más bizarro (del cual he sido informado a través de The Queer Enquirier cuyo olfato para estas noticias es ya legendario) cuando se ha descubierto que esta mujer en realidad es Joyce Mckinney que saltó a la fama (siempre dentro del circulo de las noticias también bizarras) por un sorprendente suceso que, en el sórdido mundo de los abusos sexuales, podría ser calificado como “el caso del hombre que mordió al perro”.

El Diccionario del Crimen recoge el suceso y debido a su peculiaridad estuve tentado de transcribirlo aquí hace tiempo. No recuerdo bien por qué decidí no hacerlo (posiblemente por resultar demasiado escueto) pero está claro que la resurrección informativa de Miss Mckinney hace necesario que su historia sea contada. Esta mujer se lo merece.




Joyce Mckinney nació en 1948. Genuina chica norteamericana habitual de los campamentos ultraprotestrantes su vida transcurrió de forma placida con algunos interludios interesantes como su elección como Miss Carolina del Norte y cosas por el estilo. Pero un día de 1975 cuando conducía en compañía de una amiga sucedió algo.

Al frenar en un semáforo una cabeza joven y guapa apareció en la ventanilla. “Me encontré mirando unos ojos de un azul profundísimo. Mejores que los de Paul Newman. Creí morir. Me volví hacia mi amiga y le dije: «Mira, bájate que me he enamorado».”

El príncipe azul era Kirk Anderson, misionero mormón alto y apuesto. Al principio Kirk se dejó querer y por un tiempo el romance prosperó. La fascinada Joyce se moría por gustarle; según una amiga, veía películas y espectáculos porno para aprender trucos excitantes. Al poco tiempo Anderson, que no dejaba de ser un mormón de Salt Lake City -o sea que estaba muy lejos de ser un apasionado del sexo-, se cansó del asunto. Pero Joyce no estuvo de acuerdo y a partir de la ruptura empezó a hostigarlo de forma cada vez más violenta. Le rompió las ventanas, le rajó las cubiertas y le machacó el coche. Él pidió que lo trasladaran a California, pero Joyce lo siguió. De modo que Anderson aceptó un puesto en Gran Bretaña.

La furiosa Joyce acusó a la tiránica Iglesia mormónica de birlarle el amante y exigió que se lo devolvieran, desprogramado y libre de inhibiciones sexuales. Naturalmente la tomaron por loca por lo que Joyce optó por medidas más expeditivas. Puso un anuncio en una revista underground solicitando literalmente a un “hombre musculoso, piloto y creyente, para ayudar en aventura romántica”. Joyce no logró reclutar a nadie pero eso no iba a detenerla. En primer lugar destrozó su Stingray descapotable para cobrar 15.000 dólares del seguro que invirtió en un pasaje para las islas británicas.



Llegó allí con pasaporte falso y empezó a rastrear a su amado desde East Grinstead a Reading, y de allí a Epsom, donde el 14 de septiembre de 1977 dio el golpe. A la salida de la iglesia y a punta de pistola (de juguete) Joyce y un cómplice (por lo visto su anuncio sí dio resultado en la decadente Europa) metieron a Anderson en un coche, le administraron cloroformo y lo llevaron a una cabaña alquilada donde Joyce expuso al asombrado Anderson sus condiciones: le dejaría en libertad si accedía a casarse con ella.

A partir de aquí lo que ocurrió depende de la credibilidad del lector excepto en un detalle. Está demostrado que Anderson se pasó tres días atado a una cama con cadenas y una correa de cuero, también está demostrado que practicó sexo con su ex – amante. La discusión se centra en la eterna cuestión: el consentimiento.

Joyce declaró que a Anderson le había encantado, que no se había resistido y que había permanecido quieto mientras babeaba como un mono (sic). Anderson sostuvo en cambio que la unión había sido forzada. De todos modos el factor consentimiento no era crucial en este caso. Legalmente, al menos, es imposible que una mujer viole a un hombre. De modo que cuando después de pasar tres días en el potro Anderson fue a la policía, a Joyce y su cómplice sólo le acusaron de secuestro y posesión de un arma simulada. Desde el furgón que la conducía a la sala del tribunal, una llorosa Joyce repartió mensaje entre los periodistas. “Pedid a los cristianos que recen por mí”, había garabateado en páginas arrancadas a una Biblia.




En la audiencia preliminar le concedieron la libertad bajo fianza, pero en régimen de toque de queda, restricción que le fue levantada el 13 de marzo de 1978 para que pudiera ir al cine. En vez de eso Joyce se fue a Estados Unidos, a donde llegó con atuendo de monja, para regocijo de la prensa sensacionalista. Durante cinco años poco más se supo de ella. Hasta que en junio de 1984 los diarios anunciaron que “Joyce la encadenadora sexual ha vuelto a las andadas”.

A esas alturas Anderson había abandonado la vocación de misionero, se había casado y trabajaba como ejecutivo en una compañía aérea. Cuando un día vio a Joyce apostada frente a la oficina, se vio otra vez raptado y llamó a la policía. Joyce fue acusada de perturbar el orden, también se descubrió que anotaba todos los movimientos de Anderson y, por medio del abogado, explicó que estaba escribiendo un guión cinematográfico sobre sus experiencias. Después de ese incidente Joyce desapareció de las páginas de los tabloides hasta que la historia de los cachorritos la ha sacado de nuevo a la palestra con distinto nombre de pila pero con identica ánsia de notoriedad. Cualquiera sabe lo que nos deparará en el futuro esta sorpredente mujer.


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Wednesday, August 06, 2008

La partida del fin del mundo



La primera noticia que tuve de este documental fue a través del blog "24 imágenes por segundo" Me picó la curiosidad, más que por el tema en sí por los elogios que el autor del blog le dedicaba al filme, y digamos que al poco tiempo la película llegó a mis manos.

No soy partidario de hablar de películas que no sean de estreno. Lo malo es que “The king of kong” no sólo no se ha estrenado en nuestro país sino que posiblemente nunca se estrenará. Y dado que se trata de una producción más bien poco conocido (sólo tiene una crítica en el film affinity única manera que conozco de medir la popularidad de una película que no tenga cifras de taquilla registrables) creo justificado dedicarle estas letras a un trabajo que en mi opinión no merece pasar desapercibido.

Antes de entrar en materia hay que dejar clara una cosa: “The king of kong” es un documental que gira en torno a la disputa por batir el record del videojuego histórico “Donkey Kong”.



Si después de leer esto deciden abandonar la lectura de esta recomendación lo entenderé pero ¿de verdad no les pica la curiosidad el hecho de que una película con un argumento tan trivial –estupido si lo prefieren- haya generado tantos elogios al menos en su país de origen?.

En mi caso no se trata de un ejercicio de nostalgia personal, algo que podría deducirse si tenemos en cuenta que los personajes que protagonizan el documental y yo nacimos más o menos en los mismos años y que al igual que ellos yo pasé parte de mi infancia en los salones de juegos recreativos (que en el argot local se conocían como “vicios”) gastando dinero en el “space invader”y demás juegos que hoy parecen tan pedestres. No, de hecho no me gustaba el tal “donkey kong” (es más, ni siquiera lo recuerdo) y en general me suelen repeler bastante los ejercicios de nostalgia ochentera.

El desafío de “The king of kong” no está en lo que cuenta sino en como lo hace. Quizás (y esta es una idea a la que vuelvo continuamente y no sólo a propósito del cine) el verdadero arte consiste en convertir lo vulgar en sublime a través de la habilidad del artista. En este caso el secreto está en transformar una absurda competición entre dos colgados para ver quien es el campeón de un juego que hace veinte años ya estaba pasado de moda en un enfrentamiento épico lleno de suspense y golpes de efecto en el que el espectador se ve tan implicado como si estuviera viendo un thriller. Y precisamente de eso se trata, si hay muchas películas que por la forma en la que están se asemejan a documentales, este documental se asemeja en cambio a una película de ficción.

Del mismo modo también los protagonistas del drama electrónico se presentan bajo el típico antagonismo del bueno y el malo.



Por un lado tenemos a Billy Mitchell una autentica leyenda de los antiguos videojuegos (entre otras cosas consiguió jugar la partida perfecta del pac-man que era lo que nosotros llamabamos el come cocos) y que en 1982 siendo aún un adolescente estableció un record mundial aparentemente inalcanzable en el “Donkey kong”.





Con el tiempo Mitchell se ha convertido en una especie de palurdo (corbata con los colores de la bandera americana incluida) de pelo imposible y una perenne expresión facial que hace sospechar de donde sacó Ben Stiller su famosa mirada “acero azul”.





Mitchell es además un empresario de éxito dedicado a la fabricación de salsa para condimentar alitas de pollo aunque su mayor orgullo sigue siendo todos los records que batió en su juventud.



En resumen, Mitchell se considera la perfecta encarnación del sueño americano aunque les aseguro que hay que hacer un verdadero esfuerzo intelectual para auto convencerse de que el personaje no forma parte de una parodia pasada de vueltas (algo parecido al ejercicio que también había que hacer en el caso de “Grizzly Man” otro documental algo más conocido en nuestro país).





Su contrincante es Steve Wiebe que, al contrario que el empresario salsero, es un autentico “nice guy”, un tipo tranquilo y flemático que soporta con paciencia de santo los desprecios del agresivo Mitchell y la inacabable ristra de zancadillas que le ponen los admiradores del campeón y la asociación de jugadores que ven a Wiebe como alguien ajeno al cerrado mundo de los fanáticos de los viejos juegos del Arcade y que no quieren ver como cae su ídolo.

Pero el enfrentamiento no es sólo entre dos personas con caracteres diferentes sino también entre dos formas de entender el mundo y la disputa ya va mucho más lejos de batir un simple record y tiene unas insospechadas implicaciones filosóficas. Ambos contrincantes luchan también por su propio destino. Mitchell bajo su impasible semblante da la impresión de tener verdadero pánico a perder su estatus, a pesar de su aparente éxito en los otros aspectos de su vida para él ser el campeón del Donkey Kong lo es todo y no repara en medios (algunos de ellos bastante opacos) para que las cosas no cambien. Wieber en cambio aparece como un típico perdedor americano que se ha quedado a medias en todo lo que ha intentado hacer en la vida (jugador profesional de baseball, músico, ingeniero,…) y se empeña en batir el record como una forma de demostrarse a sí mismo que es capaz de triunfar en algo.

Alrededor de los dos contendientes circula una sorprendente fauna de maniacos de los videojuegos antiguos que incluyen a un individuo que se ha fabricado un guante especial para poder jugar mejor, un psicópata que profesa un odio mortal por Mitchell y cuyo único objetivo en la vida es que se le reconozca su record personal en el juego “Missil Comand”, un abogado con aspecto de yuppie que lleva veinticinco años rindiendo pleitesía al histórico campeón después de que éste le diera una paliza jugando al Donkey cuando ambos eran adolescentes y como sumo sacerdote de todos Walter Day el fundador de Twin Galaxies la organización que controla los records mundiales de las maquinitas tragaperras y que además no sólo es arbitro de las competiciones sino que además SE VISTE de arbitro.




Decíamos antes que el documental está organizado como una película de suspense y puede que ahí reside uno de sus puntos flacos (el otro no lo desvelaremos porque significaría también desvelar el final). Dejando al margen el hecho ya mencionado de que resulta difícil asumir que los personajes que estamos viendo sean reales lo cierto es que también cuesta creer que la acción se haya podido desarrollar de esa manera tan dramática y que las cámaras hayan podido estar siempre presentes en el momento adecuado y además en varios escenarios simultáneos.

Pero bueno quizás lo importante es que la verosimilitud queda en un segundo plano al servicio de un trabajo de realización que, hay que decirlo una vez más, consigue convertir un argumento que la mayor parte de la gente –y con razón- consideraría una memez en un autentico duelo de titanes. El juego está servido ¿Quién ganará? Para saberlo tendrán que ver la película (o consultar la wikipedia ¡qué carajo!) y si tras hacerlo les ha gustado lo que ven, difundan el mensaje.

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Friday, August 01, 2008

The people versus FJL



Nunca terminé de ver “The people vs Larry Flyntt”. El tema me interesaba mucho pero me desanimó la histriónica interpretación de Woody Harrelson y sobre todo la más histriónica aún de Courtney Love (que además se suponía que hacía de chica veinteañera, hace falta valor, hace falta valor). Pero de todos modos siempre me llamó la atención una de las frases que pronunciaba el personaje protagonista y que –supongo- corresponde al autentico Larry Flynt. Como recordaran los que hayan visto la película, o al menos conozcan la historia real, Flynt es un editor de revistas pornográficas que en los setenta se enfrentó a una larga y dura batalla legal para reivindicar su derecho a la libertad de expresión frente a las numerosas denuncias por obscenidad que se presentaron contra él. En un momento de la película Flint dice más o menos “Si la Constitución ampara a un miserable como yo entonces nos ampara a todos”.

Federico Jiménez Losantos acaba de ser condenado por segunda vez en poco tiempo. Hace unas semanas lo era por insultos al Alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardon y en esta ocasión lo ha sido también por insultos al ex director del diario ABC José Antonio Zarzalejos con quien se había enemistado en el curso de esa larga y oscura guerra de medios que tenemos en España.

Hace tiempo que conozco a Losantos, durante años fui lector de ABC cuando escribia allí una columna llamada “Comentarios liberales” y nunca le he tenido en la más mínima estima, incluso en aquella época (yo tendría unos 17 ó 18 años y leía el ABC porque tenía un tío abuelo muy facha que siempre lo compraba y porque en el instituto usábamos ese periódico para las clases de filosofía) ya me parecía un fatuo sin ninguna clase de ideología que no obedecía a ningún regla que no fuera su propia soberbia y su rencor hacia los que le habían desairado de alguna manera. El hecho de que veinte años después tanto su temática como su estilo no hayan variado demasiado tampoco dice nada bueno de él (no me fío de nadie que mantenga sus opiniones inmutables durante tanto tiempo y menos si expresa esas opiniones de la misma manera).

Pero nada de esto es importante, lo que opine yo o cualquier otro de Federico Jiménez Losantos y de su forma de hacer periodismo es lo de menos. Lo que verdaderamente me preocupa es que tengo la impresión de que existe una especie de campaña que funciona a muchos niveles diferentes y que tiene por objetivo conseguir que una voz disidente deje de oírse. Puede que sea una voz desagradable (y sin duda lo es tanto en el aspecto físico como el ideológico) e incluso maléfica pero una voz disidente al fin y al cabo y creo que en una democracia este tipo de subproductos también deben gozar de protección y ser amparados por la libertad de expresión.

Si se repasa la última sentencia se condena al periodista por dedicar a Zarzalejos palabras del estilo de "ridículo", "bobo", "avieso", "zote", "mentiroso", "traidor", "despojo intelectual", "cosa grotesca", "fracasado" y muchos otros. Algunos de estos términos son objetivamente injuriosos desde luego pero ¿una multa de 100.000 euros?. Está claro que él no va a pagar ese dinero, lo hará la Conferencia Episcopal (aunque el dinero tampoco es suyo sino nuestro) pero ¿qué hubiera sucedido si el periodista condenado tuviera que pagar de su bolsillo ese dinero?. No creo que la economía de ninguna estrella de la radio por muy boyante que sea pudiera resistir ese gasto. ¿Y qué pasará si sigue esta tendencia condenatoria? Al periodista aún le quedan dos juicios pendientes. Quizás llegué un momento en el que la Cope se niegue a seguir pagando esas multas, o bien se vea demasiado presionada para continuar amparando a Losantos o quizás incluso llegue a algún pacto secreto con el Gobierno para mejorar las condiciones de financiación de la Iglesia Católica a cambio de la defenestración del periodista.

La consecuencia sería, una vez más, que una parte de la opinión periodística quedaría reducida a la marginalidad de las páginas de un periódico o de alguna que otra minoritaria plataforma digital.

Y por otro lado ¿Cuál es el límite entre el insulto y la calificación un tanto agresiva? ¿Quién lo pone? ¿Quién puede estar seguro de no haberlo traspasado?. Si esta sentencia sentara un precedente (aunque en España no existe la jurisprudencia) ¿podría condenarse a un periodista por referirse a alguna autoridad pública calificándole de “incompetente” o de “inútil” o de “prepotente” u otras expresiones por el estilo?. ¿No son acaso algunos términos con el que otros colegas se han referido a Losantos tan injuriosos como los que Losantos utiliza para sus propios dardos?.

Con la libertad de expresión ocurre como con casi todo en este país: que se ve reducida a un instrumento más de la guerra de pandillas. Los que ahora aplauden estas sentencias puede que sean los mismos que en su día se escandalizaban del secuestro de aquella portada de “El Jueves” en el que se mostraba a los príncipes de España echando un feliciano. Y por otro lado seguramente los mismos que encontraron justificado aquel secuestro ahora se hacen cruces por la condena a Losantos. Uno de los mayores problemas que tenemos en España es la incapacidad de generar un pensamiento objetivo que nos lleve a defender, en nombre de la democracia, a personas que no compartan nuestras ideas o que incluso sean totalmente opuestas a ellas. Aquí es moral todo aquello que nos favorece e inmoral todo aquello que nos perjudica y la justicia es buena o mala dependiendo de que sus sentencias nos beneficien.

Esta postura además de sectaria me parece perjudicial. Es fácil defender la libertad de expresión de aquellas personas que coinciden con nuestra forma de ver el mundo, lo difícil es lo contrario, es decir, defender la libertad de expresión de gente a la que detestamos pero ahí creo yo que está la autentica esencia de la democracia. Por eso opino que posiblemente estos procesos puedan ser más perjudiciales que cualquiera de las culebras que han salido todos estos años de la boca anfibia de Losantos.

Para terminar me gustaría repescar otra celebre frase en esta ocasión pronunciada (o atribuida) a Voltaire: 'No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defendería hasta la muerte su derecho a decirlo”. Yo por supuesto no pienso defender hasta la muerte nada que tenga que ver con Federico, me basta con escribir estas palabras, que dado lo que estoy leyendo y oyendo con respecto a este asunto, ya me parece suficiente esfuerzo.


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